Capítulo XI

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Trafalgar Law guardó la toalla en la mochila y la cerró. Había preparado un bote de crema solar, una botella de agua grande, una muda limpia y una baraja de cartas por si acaso. Miró el reloj de su móvil: 16:48. La quedada era a las cinco y media, pero él estaba demasiado impaciente por llegar.

Iba a despedirse de su tío, pero estaba hablando por teléfono. No solía hacerlo, pero Law se quedó escuchando en la entrada del cuarto de estar, donde Doflamingo estaba sentado mientras bebía algo con hielo.

Baby, arregla los papeles cuanto antes y tenlo todo listo para el lunes por la mañana. Te he dicho que no quiero que me molesten el fin de semana –el rubio comentó con voz autoritaria.

Trafalgar supo que estaba hablando con su secretaria. La llamaba baby de forma cariñosa, porque sabía que se la tiraba. No los había visto nunca porque la mujer apenas había pisado la casa un par de veces, pero su tío era de los que alquilaban hoteles por horas –y, si se daba la ocasión, seguro que se la trincaba en el trabajo.

–Ya sé que baby no es tu nombre, pero me da igual –Doflamingo sonrió y colgó.

Sin tardar un segundo, Law apareció por la puerta. Si tardaba un poco más, su tío notaría su presencia y no le haría ninguna gracia descubrir a su sobrino espiando sus asuntos laborales. El trabajo era una de las pocas cosas que era sagrada para Donquixote Doflamingo.

–Me voy a la playa con unos amigos –Law sabía que Doflamingo le preguntaría con quién, así que le ahorraba gastar saliva–. Volveré a la hora de cenar.

–Que te diviertas, sobrino –contestó el adulto después de beber.

Sin más dilación, Trafalgar abandonó la residencia y se encaminó hacia la playa. No le gustaba andar con chanclas porque hacían mucho ruido, pero no iba a llevar zapatillas para que se le llenasen de arena. Se había puesto una camiseta decente y unas gafas de sol para parecer más guay y más adulto de lo que era. Tenía que demostrarle a Ace que no era un niño y que estaba completamente disponible para hacer cualquier cosa que él quisiera.

Cuando llegó a la costa, la arena estaba plagada de toallas y bañistas disfrutando de una bonita tarde de sábado. El pueblo era pequeño, pero en verano se llenaba de gente que iba a pasar las vacaciones allí –como hacía él. Tardó un poco en encontrar a Luffy entre la multitud, y se llevó un chasco al ver que, en lugar de su hermano, había un chico de pelo azul.

–¡Toraoo! ¡Qué genial que estés aquí! –Luffy le saludó con efusividad mientras le sonreía de esa forma tan suya que a Law le ponía los pelos como escarpias. No aguantaba a la gente tan estúpidamente positiva–. Él es Franky, un amigo de aquí.

–¡Qué pasa, chaval! –el susodicho se presentó con la misma energía.

–Trafalgar –el moreno contestó con cierta apatía mientras sacaba la toalla y se sentaba.

Su ojo clínico analizó al nuevo sujeto. Debía tener la misma edad que Luffy, quizá un año o dos más que él porque era más alto y su cuerpo estaba más desarrollado. Tenía la piel blanca, ojos saltones como los de un sapo y un brillante cabello azul en punta que sujetaba con unas gafas de bucear. Vestía una camisa amarilla con palmeras de lo más hortera y un bañador de competición que no dejaba nada a la imaginación. Trafalgar se estremeció, ese chico le recordaba a alguien en quien no quería pensar.

–¿Va a venir tu hermano? –le preguntó a Luffy una vez que estuvo completamente instalado. Si Ace no venía, la tarde sería una pérdida de tiempo.

–Enseguida –le contestó–. Ha ido a buscar a Vivi y están haciendo bocadillos para esta tarde.

–¿Vivi es su novia? –Law frunció el ceño.

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