Capítulo VI

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Eustass Kid miró el reloj de su teléfono móvil con hastío. Aún quedaban veinte minutos para que acabase la infumable clase de motores que estaba teniendo, así que se distrajo mirando por la ventana. Por suerte para él, los alumnos podían escoger dónde sentarse a principio de curso, y él siempre se sentaba en la última fila al lado de la ventana. En el patio del instituto había dos clases de cuarto de la ESO haciendo ejercicio –quienes eran un año más pequeños que él.

No se relacionaba mucho con otra gente, pero conocía a la mayoría de alumnos, aunque sólo fuese de vista –Killer era quien le indicaba nombre y clase a la que pertenecían, como si fuese su agenda personal. En la mitad de patio, una clase jugaba al fútbol, mientras que en la otra mitad practicaban baloncesto.

El escuchar su nombre le sacó de la ensoñación deportiva. Volvió a su clase de motores y vio cómo su profesor le miraba con cara de pocos amigos. Le habría llamado más de una vez.

–Señor Eustass, ¿está usted aquí o en la luna? –el intento de gracia del profesor se quedó en intento, ya que ningún alumno cometería el fallo de reírse a costa de Eustass Kid–. Pregunta: ¿cómo funciona el motor de combustión interna?

–Funciona... –por un momento se quedó pensativo, pero en la simpleza de la pregunta radicaba su dificultad–. Funciona transformando la energía del combustible en energía mecánica.

–Energía calorífica del combustible –remarcó el profesor, algo molesto por la respuesta acertada del chico.

Kid sonrió y el adulto volvió a sus enseñanzas. Quizá en otras asignaturas –la mayoría– fuese un inútil, pero en cosas mecánicas era el mejor. Si querían pillarle, debían intentarlo por otra vía. Por suerte para él, el profesor dejó de darle la murga y él observó de nuevo a los críos jugar en el patio.

Pasaron los veinte minutos y sonó el timbre que daba inicio a la media hora de descanso. El pelirrojo se puso el jersey que había traído y, con el bocadillo en mano, fue a buscar a sus amigos. El patio se dividía en zonas a la hora del recreo, y cada grupo tenía su sitio concreto. Heat y Wire ya esperaban en su zona, en una de las esquinas alejados de la cancha y el barullo. Kid llegó en tercer lugar, y para sorpresa de todos, Killer apareció con Penguin.

–Oye, Kid, este finde no tienes nada que hacer, ¿verdad? –preguntó el rubio mientras se recogía el cabello en una coleta. Hacía un poco de aire y los mechones iban a todos lados.

–No que yo sepa –contestó el pelirrojo con la boca llena. Era buen comedor–. ¿Por?

–Law y yo iremos el sábado a los recreativos del centro comercial –esta vez fue Penguin quien intervino–. Y había pensado en que podíamos encontrarnos con vosotros por "casualidad".

–¿Eso es una especie de cita doble? –Kid arqueó una ceja.

–No te flipes –Killer le cortó, viendo la cara que estaba poniendo su amigo–. Nosotros iremos a nuestra bola y, cuando Penguin me dé la señal, nos encontraremos.

El pelirrojo dio otro mordisco a su bocadillo mientras pensaba, con cara de pocos amigos. No le gustaban las encerronas, pero debía reconocer que la idea no era mala. Podía ir mal, pero también podía tener éxito. Además, los videojuegos no se le daban mal, así que incluso se podía lucir delante de Law y conseguir que le dirigiese la palabra de una vez por todas.

–¿Y qué piensa Trafalgar de que hables tanto con nosotros? –preguntó al fin, mirando a Penguin con suspicacia–. Estoy seguro que no le hará ni puta gracia.

–Bueno, a veces se molesta un poco –el castaño mintió, pues a su amigo no le gustaba nada que se relacionase con ellos–, pero no es como si pudiera decidir con quién me hablo y con quién no. Es mi mejor amigo, pero ello no implica que siempre tengamos que hacer todo juntos –se encogió de hombros.

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