Capítulo XIII

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Penguin tomó aire y lo expulsó lentamente, intentando darse ánimos. El corazón le iba tan rápido que estaba a punto del infarto, y le temblaba todo el cuerpo. Tenía ganas de echarse a correr y esconderse en su habitación, debajo de las sábanas de su cama, y no salir nunca. Pero ahora no podía huir, no podía recular –sobre todo porque el otro se acercaba.

Había quedado con Killer para entregarle la pulsera que le había hecho. Le esperaba sentado en un banco de un parque, debajo de un árbol para conseguir un poco de sombra. Eran las ocho de la tarde, y el sol abrasador aún tenía fuerza. Esa semana, Killer trabajaba por las mañanas, así que habían decidido encontrarse pasada la media tarde –con la esperanza de que la temperatura hubiese descendido un poco.

Cuando Penguin vio a Killer en la lejanía, se mordió el labio. ¿Cómo podía estar tan guapo en verano? Era una estupidez que alguien destacase más en una estación que en otra pero, para el castaño, Killer era un dios en verano –con su cabellera brillante y su piel levemente bronceada. A veces, se sentía un poco insignificante a su lado –no era nadie en comparación con él.

–Hola –Killer le saludó cuando llegó a su encuentro, con una sonrisa, como siempre–. Qué calor hace, ¿no? Si lo sé, quedamos un poco más tarde...

El chico se había recogido su larga melena en una coleta, y vestía una sencilla camiseta de tirantes y unas bermudas que bien podían pasar por un bañador, además de unas chanclas de piscina. Penguin suspiró para sus adentros, ¿por qué se veía tan guapo con una ropa tan simple? Porque realmente es guapo –se respondió a sí mismo.

–Ya... Al menos en la sombra se está bien –el castaño contestó con otra sonrisa, mientras Killer se sentaba a su lado–. ¿Qué tal en la piscina? ¿Ya has tenido que salvar a alguien? –las preguntas sobraban porque hablaban casi todos los días, y Killer le contaba su día en el trabajo, pero Penguin sentía la necesidad de sacar tema de conversación.

–Aún no –el mayor soltó una carcajada–, aunque los niños pequeños son más difíciles de controlar de lo que me esperaba. Pero, en general, estoy contento.

–Es muy guay que tengas un trabajo... –Penguin suspiró, agachando la cabeza levemente–. Así pareces más mayor. Más adulto...

–Peng, soy socorrista en una piscina. No es que sea el trabajo más complicado del mundo, ¿sabes? –el rubio le restó importancia–. Además, sólo son los meses de verano. Cuando acabe agosto, chao pescao.

Ese último comentario sacó una sonrisilla al chico, no se imaginaba a su amigo Killer diciendo algo así. Trató de tranquilizarse un poco y suspiró, se estaba poniendo nervioso sólo de pensar en lo que tenía que hacer –habían quedado por un motivo concreto. No sabía muy bien cómo abordar el tema, pero debía hacerlo. Tragó saliva y se armó de valor.

–Bueno, te-te he hecho venir porque... –Penguin carraspeó, le estaba saliendo una voz muy irregular. Agachó levemente la vista, no podía mirarle a los ojos–. Nos conocemos desde hace poco más de un año y-y estoy muy feliz por ello porque eres un chico muy simpático y-y bueno y-y aunque empezásemos a hablar por otros motivos ahora somos a-amigos...

–Toma un poco de aire, que te vas a ahogar –el otro comentó con gracia, un poco nervioso. Su amigo estaba hablando muy deprisa y no sabía cómo interpretarlo–. ¿A qué viene todo esto?

–¡Esto es para ti! –espetó el pequeño, sacando la pulsera del bolsillo y plantándosela delante de las narices a Killer. Penguin estaba más sonrojado, mirando a cualquier sitio menos a lo que tenía que mirar.

–Pero qué... –Killer susurró, pero Penguin le cortó.

–¡U-Un regalo por ser alguien muy e-especial para mí! –no podía decirle que eran amigos, porque había algo más, pero tampoco se atrevía a confesarse.

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