Capítulo XXVII

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Trafalgar Law chasqueó la lengua como muestra de negación. No, un bote de gomina para el pelo no era un buen regalo de cumpleaños. Ni unas mancuernas para hacer ejercicio. Ni unos pantalones de deporte. Ni un reloj sumergible. Ni una guitarra eléctrica. Ni unas zapatillas –aunque podrían valer, eran demasiado caras.

Todas las ideas que sus amigos le estaban proporcionando no servían para nada. Y Law les agradecía sus esfuerzos, pero podían pensar un poquito mejor. Porque el cumpleaños de Eustass Kid había sido la semana pasada, y Law iba con retraso –y, si no encontraba pronto un regalo, tardaría aún más.

Ahora que su relación había cambiado drásticamente, Law acudió a la fiesta de Kid con otra actitud. A veces, aparecían en su mente vagos recuerdos del año anterior, pero la actitud del pelirrojo y el cambio que había dado después de disculparse le hacían olvidarse rápidamente de aquellas pesadillas.

Eso, y que a Law le gustaba cada vez más pasar tiempo con Kid. Ahora que Killer y Penguin eran novios, y que entre Kid y Law estaban surgiendo las chispas del amor, las dos pandillas salían a veces a tomar algo. Aún no acababan de congeniar todos, pero podían hacer el esfuerzo y pasar unas horas juntos por el bien de sus amigos.

La sirena que marcaba el fin del recreo resonó en el patio, y los estudiantes empezaron a caminar con desgana hacia las clases. Penguin, sin embargo, tiró de la manga del abrigo de Trafalgar para llamar su atención y quedar rezagados del resto.

–¿Qué pasa? –preguntó el moreno, curioso.

–Tengo una idea que quizá pueda servirte... Pero no podía decirlo delante de todos –susurró, tan tímido como siempre.

Trafalgar se sorprendió levemente. Penguin, al igual que el resto de amigos, habían estado sugiriendo regalos para Kid. El castaño miró a los lados, comprobando que nadie estaba cerca para oír lo que iban a hablar. Trafalgar se impacientó un poco, tanto por lo que Penguin tenía que contarle como por llegar tarde a clase, pues había pasado minuto y medio desde que sonó el timbre.

–El mes que viene es el cumpleaños de Killer y... Yo también he estado pensando qué regalarle... –comenzó, admirando sus zapatillas–. El caso es... Que he llegado a una conclusión.

Law rodó los ojos. Necesitaba saber de qué estaba hablando su mejor amigo.

–Puesto que tú no tienes el mismo problema que yo, creo que podrías hacer lo mismo y, encima, te saldría mejor... –Penguin seguía dando rodeos.

–Vamos, ¿de qué se trata? –Law presionó, cada vez más nervioso.

–Tu virginidad –Penguin soltó de repente, muy rápido e igual de bajito, casi susurrando.

Trafalgar casi se atraganta con su propia saliva. ¿Había escuchado bien? ¿Su...? ¿Su...? Hasta pensar en la palabra le provocaba mareos. Por muy bien que fuese su relación con Kid... Sí, Law había notado que, cada vez que se liaban, sus cuerpos se frotaban como si estuviesen en celo. Sí, Law se había dado cuenta de que las manos se movían, tentadas, hacia la entrepierna de Eustass cuando se quitaba la camiseta. Pero...

No habían avanzado más, y pensarlo siquiera le provocaba vértigos.

–Pero... Es como si fuese una cosa –dijo Law, al cabo de unos largos segundos–. Le estoy regalando mi cuerpo como si fuese un objeto.

–Sí, esa es la parte mala... Pero yo no lo veo del todo así –Penguin habló, aún sin fuerzas para encarar a su amigo–. Killer es mi novio, y me encanta estar con él. Es muy paciente con mi problema, y nunca me ha presionado para hacer nada. Por eso... Quiero compartir ese momento con él, porque sé que va a ser difícil para mí y quiero que esté cerca –suspiró, hablando cada vez más bajito.

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