Capítulo XIV

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Eustass Kid gruñó, exasperado, delante de sus apuntes de inglés. Le habían dado unos días libres en el taller –ya que el muchacho había acudido a trabajar todos los días del verano–, y su madre y Killer se habían confabulado para que repasase los exámenes de recuperación que tendría ahora en septiembre.

El pelirrojo odiaba cuando eso pasaba –más de una vez, para su desgracia–, pero internamente les comprendía. Si no aprobaba inglés y mates, no podría avanzar de curso y repetiría. Y Kid no quería repetir ahora que estaba tan cerca de acabar el instituto –sólo un maldito año más.

Era por eso que su madre, una tarde que ambos colegas estaban vagueando por el jardín, pidió a Killer que ayudase a su hijo con los estudios. Eustass aún no sabía cómo pero, con el paso de los años, Killer había ido ganándose la confianza de su estricta madre y, ahora, le veía como un niño perfecto: deportista, educado y, lo que era más importante, que aprobaba todo.

Y eso, a Eustass, le repateaba las tripas. No le tenía envidia a Killer –quizá una poca, porque el cabrón parecía un modelo sacado de las playas más paradisíacas del mundo–, pero era incapaz de comprender cómo su madre y su mejor amigo podían llevarse tan bien. ¿¡Desde cuándo estaba eso estipulado!? En los contratos de amistad no venía ninguna cláusula así.

–Venga, Kid, que has hecho bien el ejercicio anterior –Killer, sentado a su lado le dio ánimos al ver que su amigo fruncía el ceño más de lo conveniente–. Creo que, si seguimos a este ritmo unos días más, podrás aprobar el examen.

–Cabrón, llevamos estudiando casi tres horas –el nombrado se quejó, recostándose hacia atrás en la silla y sobándose el cabello–. ¿Quieres que me dé un chungo al cerebro?

–Llevas dos horas y cuarto, contando el descanso de 25 minutos... –el rubio le corrigió con una sonrisa ladina a sabiendas que eso sacaría de quicio más a su amigo–. No seas mamonazo y ponte con el rephrasing.

–Joder, Killer, que esto es complicado –Kid se levantó de la silla y comenzó a caminar por su desordenada habitación como un tigre enjaulado–. Vamos a hacer otro descanso. Podemos picar algo... ¿No tienes hambre? Yo, mucha.

–Eres imposible –el rubio contestó, agotado de aguantar la actitud infantil de su amigo. Cuando se lo proponía, Eustass podía ser peor que un dolor de muelas–. Acabamos este ejercicio, que te ayudo, y descansamos.

–Eres peor que mi madre –el chico suspiró, poniendo los ojos en blanco, pero sentándose de nuevo frente al escritorio–. Hacemos este puto ejercicio y paramos, tú lo has dicho –apuntó a su amigo con el lápiz de forma amenazadora.

–¿No crees que aprobar los suspensos es la mejor forma de acabar un verano trascendental para ti? –Killer le picó un poco más.

–¿De qué coño estas hablando? –Eustass alzó una ceja, incapaz de entender al otro.

–Claro, mírate –el rubio continuó con una sonrisa–. Has conseguido un trabajo que te gusta, y encima no se te da mal. Sólo has suspendido dos, cuando el año pasado llegaste a septiembre con cinco. Además, creo que has crecido un poco más, o eso me parece a mí –se encogió de hombros–. Y no le has mandado ni un puto mensaje a Trafalgar. Ni uno.

–¿Y qué cojones tiene que ver una cosa con la otra? –Kid desvió la mirada, levemente sonrojado por los cumplidos de su mejor amigo. No sabía cómo encajar los halagos porque nadie, a excepción de su padre, se los decía.

–No sé, tío, pero es como... Como si hubieses madurado, ¿sabes? –Killer se divertía con toda la escena, viendo como su amigo intentaba guardar la compostura–. Estoy muy orgulloso de ti, creo que por fin vas a superar todo el tema de Trafalgar.

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