Capítulo XV

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Trafalgar Law caminaba con apremio por el paseo marítimo. Aún seguían sin poder creer lo que le estaba sucediendo: a un día de marcharse de la playa, Ace le había mandado un mensaje para quedar. Sólo a él. Casi le da un infarto cuando lo leyó. Además, por si no fuese evidente, habían quedado en un pequeño merendero que había a las afueras del pueblo, que a esas horas de la tarde estaría vacío.

El moreno caminaba intentando guardar la compostura, pero su rostro le delataba. Llevaba las manos en los bolsillos, y sus mejillas estaban coloreadas a pesar de mirar al suelo. Se había puesto una camisa negra de manga corta que le iba un poco grande y unos vaqueros muy ajustados –con los cuales estaba pasando un poco de calor–, además de sus eternas Converse.

Se había peinado un poco el cabello –si bien no necesitaba arreglárselo mucho– y hasta le había robado un poco de colonia a su tío. Tenía unas ganas horribles de morderse las uñas, pues nunca había estado tan nervioso, pero intentaba calmarse poniendo la mente en blanco –pero no tenía mucho éxito.

Al cabo de diez minutos de abandonar el paseo marítimo, el chico llegó a su destino. El merendero estaba situado en una pequeña elevación rodeada de arbustos. Contaba con varias mesas de picnic y una barbacoa de obra. Sentado en una de esas mesas, ajeno al mundo, estaba Ace. Trafalgar tragó saliva cuando lo vio, estaba tan guapo como siempre.

Con pasos reticentes por los nervios, se acercó al mayor –quien parecía muy concentrado mensajeándose con alguien. Law no le dio mucha importancia, seguro que estaba hablando con el insufrible de su hermano.

–Ho-Hola, Ace –saludó con una voz un tanto irregular, sonrojado como un colegial.

–¡Hey, Trafalgar! –el nombrado se sobresaltó, bloqueando el móvil rápidamente–. No te he visto venir –se rio con cierto nerviosismo, guardando el móvil en el bolsillo de sus bermudas–. Es mejor que te sientes, no te quedes de pie.

Ace se apartó un poco y, con unas palmaditas, golpeó el banco. Law no dudó en obedecer, pues sentía que de un momento a otro se le iban a dislocar las rodillas con tanto tembleque. Aquel chico le convertía en un flan. Le miró con los ojos bien abiertos, expectantes, como un chiquillo esperando un regalo el día de su cumpleaños.

–Bien, verás... –empezó el mayor, carraspeando un poco la garganta. Ni siquiera había empezado y esto se le estaba haciendo muy cuesta arriba. Vivi tenía razón–. Te he hecho venir porque creo que... Tenemos que hablar. Urgentemente.

–Si-Si crees que, porque re-regrese mañana a la ciudad, no hablaremos más, po-podemos mensajearnos y-y eso... –el chico murmuró, atragantándose con cada palabra. Estaba el doble de nervioso que la noche de las hogueras–. La distancia no-o es un impedimento...

–Claro, podemos hablar por el móvil –Ace respondió, sin entender por qué Law decía una obviedad como aquella. ¿Y no tenía calor con pantalones largos? No quería que le sucediese como en la noche de las hogueras–. Y siempre puedo preguntarle a mi hermano. Os habéis hecho muy amigos, ¿no?

Trafalgar sonrió de forma incómoda, incapaz de mentirle. El móvil de Ace sonó –le había llegado otro mensaje– y éste se sobó la nuca, carraspeando. Tardó unos segundos en hablar:

–El caso es que... Bueno, yo no sé si será verdad o no, pero me han dicho que a ti te gust... –no quiso delatar a Vivi ya que, a fin de cuentas, también era su amiga.

–¡¡No es verdad!! –el menor espetó, saltando como un resorte e interrumpiendo al otro. Estaba rojo como un tomate, y las manos le temblaban a pesar de tenerlas descansando sobre su regazo–. Bueno, quizá sí es verdad, ¡pero eso no supone problema alguno! Te juro que está todo olvidado, y no quiero saber nada más sobre él.

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