Capítulo XXIV

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Law miraba el reloj sin pestañear. Cada movimiento de la manecilla de los segundos le parecían horas. Ese lunes estaba siendo el peor de su corta vida, pero muy pronto acabaría todo. Muy pronto, sólo unos minutos más. La pierna le temblaba, y con ello la silla. El corazón le iba a mil por hora, la sangre le bullía en el interior y parecía que la vista se le nublaba, pero estaba todo claro. Cristalino. Iba a aniquilar a Eustass Kid.

La sirena que marcaba el recreo fue como el pistoletazo de salida para él. Se levantó del pupitre como un resorte, y sin recoger nada, se dirigió al patio como alma que llevaba el Diablo. Penguin le vio por el rabillo del ojo y le llamó, pero el moreno hizo caso omiso. ¿Se encontraba mal? Preocupado, salió corriendo tras él.

Apenas tardó un minuto en salir al patio, pero ya estaba lleno. Todos los críos del instituto disfrutando de la media hora de libertad que tenían dentro de esas cuatro paredes. Y allí estaba él, como siempre, rodeado de su grupo de amigos en un sitio privilegiado. Ventajas de ser el matón de allí. Pero Law no tenía miedo. Al contrario, nunca había estado tan seguro en su vida.

Con paso decidido, se aproximó al pelirrojo, escuchando a Penguin detrás de él. Le preguntaba algo, pero Trafalgar no estaba para preguntas. Sólo tenía una cosa en mente. Kid le vio y cambió el peso de pierna con una sonrisa. La charla casual que tenía el grupo de amigos se vio interrumpida por la extraña presencia de Law, que iba a estallar de un momento a otro. Y antes de que Kid pudiera decir nada, Law le calzó una hostia en la mejilla con todas sus fuerzas.

*Fin del flashback*

Se produjo un silencio sepulcral, todos los allí presentes conteniendo la respiración. Porque Trafalgar Law acababa de pegarle un puñetazo a Eustass Kid. Los chavales que estaban cerca de la zona se miraban entre ellos temiendo lo peor. Si Eustass se tiraba encima de Trafalgar, el moreno iba a acabar siendo picadillo. Aplastado contra el cemento del patio. Muerto, matado y vuelto a matar.

Kid, lentamente, giró la cara para encarar a Law –se la había cruzado en el golpe, literalmente. El pelirrojo estaba en trance, incapaz de asimilar lo que acababa de suceder. ¿Trafalgar Law le había pegado un puñetazo? Trafalgar Law le había pegado un puñetazo. Los ambarinos ojos de Kid se posaron en él. El moreno estaba frente a él, a escasos centímetros, terriblemente enfadado –no le había visto nunca así.

Law temblaba de la rabia, con los brazos en tensión y los puños cerrados con fuerza. Su rostro tranquilo y algo pasota era la viva imagen de ira, de la cólera, de la furia. A pesar de ser más bajito que Kid, le miraba como si fuese a asesinarle ahí mismo, con los ojos inyectados en sangre. Su mandíbula estaba tan apretada que casi se podían escuchar sus dientes chirriar.

Porque Law se sentía engañado. Se sentía como un tonto al que le han tomado el pelo. Porque Kid realmente le había mentido a la cara. Le había mentido en los baños aquella mañana, cuando le pidió perdón. Porque, después de lo que había hecho, no se arrepentía en absoluto. Eustass Kid estaba por encima del resto de los mortales, y podía actuar como le diese la gana que nunca iba a tener represalias.

Hasta ese día.

Porque Trafalgar Law ya no podía más. Se sentía ultrajado, vejado, utilizado... Como un muñeco de trapo en manos del pelirrojo. Volvía a revivir el infierno que pasó después del cumpleaños de Kid, cuando abusó de él en su fiesta –y prácticamente había pasado un año. Kid había salido indemne de aquello, y parecía que no había aprendido nada. Iba hacia atrás, como los cangrejos.

–¡¡Eres un mentiroso!! –Law le gritó a la cara, con los nervios a flor de piel–. ¿¡Cómo te atreves a mentirme a la cara!?

Nadie allí sabía de qué iba el asunto, a excepción de cuatro personas: Law, Kid, Penguin y Killer. Penguin estaba tan nervioso como Law, temiendo por la vida de su amigo; Killer se pasó una mano por su sinuosa cabellera, suspirando porque sabía que, tarde o temprano, la mentira se destaparía; Trafalgar estaba a punto de echarse a llorar por todo el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando en esos momentos; y Kid estaba atontado, como si se hubiese despertado después de una siesta de tres horas y ni siquiera supiese cómo se llamaba.

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