Capítulo II

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Trafalgar Law observó con ojo clínico todo lo que estaba sucediendo en aquella casa. Más alumnos de los que hubiese imaginado estaban allí, con sus vasos de plástico o latas de cerveza, hablando a gritos, riendo, comiéndose a besos y bailando. Todo allí le daba mala espina, no estaba acostumbrado a este tipo de ambientes y enseguida se puso alerta.

Sin embargo, su amigo Penguin estaba encantado. Saludando a los compañeros de clase, meneando la cabeza al ritmo de la música, buscando a alguien con la mirada. Pero era complicado moverse –y ver– entre tanta gente. Al final preguntó a una chica, quien le señaló el pasillo en dirección a la cocina. Le dio las gracias y, con Law bien apretado para que no huyese, fueron hacia allí.

Conforme iba atravesando la marabunta de gente y se fueron acercando a la cocina, Trafalgar vio un mechón de pelo rojo asomarse por el marco de la puerta. NO. Se detuvo en seco, haciendo toda la fuerza posible para que su amigo no fuera hacia allí. Fue imposible.

–¡Hola! –Penguin saludó con una enorme sonrisa, alegre y despreocupado–. ¡Felicidades, Eustass! Ha venido mucha gente, ¡qué bien!

Trafalgar puso los ojos en blanco, le hervía la sangre cuando SU MEJOR AMIGO era tan amable con SU PEOR ENEMIGO. La cocina era bastante estrecha, y para los cuatro que estaban –Kid, Killer y ellos dos– se hacía pequeña. Botellas y vasos por todos lados, y la nevera repleta de cerveza. En una pequeña mesa pegada contra la pared, estaban sentados los dos amigos mientras bebían y se fumaban un petardo tranquilamente.

Cuando Killer vio llegar a Penguin, soltó el canuto y se lo pasó a su amigo para que el otro no le viera fumar –aunque ya lo sabía. Se apartó el flequillo y le saludó con una de sus mejores sonrisas. A diferencia de Kid, el rubio tenía unas facciones más suaves y, a ojos del resto, era bastante más guapo.

–Qué bueno que ya estáis aquí –comentó alegre, mientras que Kid alzó la mano como agradecimiento por las felicitaciones–. Ya pensábamos que no ibais a venir.

–Se nos pasó un poco la hora, perdón –se excusó el castaño con una dulce sonrisa–. Veníamos a por algo de beber.

Law emitió un gruñido extraño, él no quería beber. Odiaba el alcohol, sabía lo que pasaba si te emborrachabas –lo veía a menudo con su tío en casa. Detestaba todo tipo de drogas, pero más detestaba a la gente que las consumía voluntariamente. Pero nadie allí pareció enterarse de su gruñido, y Penguin siguió la cháchara como si nada.

Fue Killer quien se levantó y fue a prepararle un combinado a su amigo, como le había prometido días antes. En un vaso con dos hielos, mezcló un poco vodka, licor de melocotón, zumo de naranja –que había comprado expresamente para él– y granadina. Lo removió todo con una pajita amarilla –el color favorito del chico– y le entregó el combinado, esperando su aprobación.

–¡Esto está delicioso! –exclamó después de dar un sorbito pequeño–. Muchas gracias, Killer. Law, ¿tú qué quieres?

Irse de allí.

Los tres le miraron fijamente, y una gota de sudor le bajó por la espalda. Sí, sabía que el alcohol era perjudicial para el organismo, pero no tenía ni idea de alcohol propiamente. Su máximo contacto con los destilados era el de su tío, que siempre bebía...

–Whisky doble sin hielo –dijo de forma seca, intentando aparentar que sabía del asunto.

Penguin parpadeó incrédulo un par de veces, Killer alzó una ceja y Kid, que había permanecido en silencio fumando, soltó una carcajada. Ese mocoso no tenía ni puta idea de lo que acababa de pedir, pero se lo iba a beber de todas formas. Fue él quien se lo sirvió, medio palmo de whisky a palo seco sin hielo.

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