Capítulo XII

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Cuando la criada apareció por la puerta, Trafalgar Law fue corriendo a su encuentro. La mujer le cedió la bolsa que había comprado específicamente para él, y el moreno subió a su habitación como una exhalación. Penguin le esperaba en el escritorio, despejado por completo para lo que iban a hacer esa tarde. Law extendió el material adquirido en la mesa y los chicos se pusieron manos a la obra.

El moreno había estado leyendo revistas de adolescentes en busca de consejos a la hora de conquistar a un crush, y había anotado unos cuantos. Uno de ellos era regalarle pequeños detalles, como una pulsera. Además, en verano se ponían de moda las pulseras de cuentas o de cordones, así Ace podría lucirlas.

Después de hacer las paces, Penguin decidió ayudar a Trafalgar en su empeño por conquistar al hermano mayor de Luffy. Penguin tenía sus reservas, por supuesto, pero hacer pulseras podía ser entretenido, y así podía pasar más tiempo con su mejor amigo.

–Bien, ha comprado todo lo que le dije –murmuró Trafalgar mientras veía los diferentes tipos de cuentas, colores y cuerdas–. Le gusta la India, así que le voy a hacer una muy llamativa.

–¿Y no sabes cuál es su color favorito? Así seguro que aciertas –inquirió Penguin con inocencia.

–No, no lo sé –Law bufó, serio como un témpano de hielo. Penguin puso los ojos en blanco y no dijo nada–. Hay unas figuritas de animales... –el moreno buscó en la cajita correspondiente–. Los elefantes son muy característicos de la India, ¿no? Le pondré uno. Y esto es un gato, pero puede ser un tigre también.

El castaño no contestó y siguió en silencio. Ambos empezaron a trabajar en las pulseras, ideando el diseño y escogiendo materiales. Law empezaría por una de cuentas, y Penguin haría una de hilo. Aunque la teoría era sencilla, a la hora de la práctica, los chicos tuvieron más de un problema. Las cuentas se resbalaban de los dedos, y era muy difícil atravesar el agujero con el hilo. Eran un poco torpes para las manualidades.

–¿No has sabido nada de Eustass? –Penguin preguntó con precaución, después de llevar más de veinte minutos en silencio. En la habitación sólo se escuchaba alguna queja y chasquidos de lengua, señal de que la paciencia se agotaba–. No me has contado nada.

–Porque no me ha dicho nada. Ni un mensaje –Law contestó después de meter una cuenta en el hilo–. ¿Seguro que le diste bien mi número?

–¡Obviamente! Es copiar y pegar –el castaño contestó un poco ofendido.

Penguin se consideraba un buen amigo de Law, seguramente el mejor. Estaba ahí siempre que lo necesitase, y le ayudaba con cualquier problema que tuviese. Trafalgar era muy inteligente, quizá un poco frío, pero sabía valorar la amistad. Sin embargo, últimamente no estaba actuando como un amigo.

Penguin también tenía problemas, también tenía líos amorosos que no le dejaban dormir por las noches, pero Law nunca preguntaba. Nunca se interesaba. Y esa actitud, esa dejadez, le molestaba sobremanera al castaño. Así que, cuando vio una oportunidad, no la dejó escapar. Estaba un poquito cansado de que, en lo que llevaban de verano, sólo se habían visto un par de veces porque Law sólo pensaba en el chico de la playa. Luego se arrepentiría y se maldeciría a sí mismo por ser tan mal amigo, pero tenía que hacerlo.

–Igual se ha olvidado... Ahora está trabajando –lanzó el dardo envenenado.

–¿Trabaja? ¿Dónde? –Law dejó la pulsera en la mesa y encaró a Penguin. Era IMPOSIBLE que Eustass Kid se olvidase de él.

–En un taller de coches –el castaño contestó con toda la tranquilidad del mundo, disimulando una sonrisa malévola. Como había imaginado, su amigo había picado–. Me ha dicho Killer que está muy contento, y se lleva bien con el jefe.

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