Capítulo IV

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Sábado por la tarde, catorce de febrero. El cumpleaños de Killer había sido la semana anterior, pero él no lo celebraba por todo lo alto como su amigo Kid. Al contrario, prefería algo más recogido con sus colegas de siempre –salir a cenar al burger del barrio y hacer botellón por ahí era un buen plan.

Sin embargo, Killer había reservado ese sábado por la tarde a petición de Penguin. El castaño y él eran amigos –bastante buenos–, y también quería celebrar su cumpleaños. Por supuesto, no iba a ir con Kid y el grupo, así que había que hacerlo otro día. Y quedar los dos un sábado por la tarde, a ojos de Killer, era algo parecido a una cita.

Pero el rubio no se hacía muchas ilusiones. Conociendo a Penguin como lo conocía, el chico era tan obtuso que, aunque le indicase con pelos y señales que estaba interesado en él, no se enteraría. Killer tampoco se comía mucho la cabeza por ello. Estaba bien ser amigos, el chico era un chaval simpático y disfrutaba de su compañía –salir con alguien distinto a Kid y el resto, a veces, se agradecía.

En febrero aún seguía haciendo frío, y como habían dado lluvia, decidieron ir al cine. A Killer le encantaban las películas de terror, pero Penguin no era muy fan, así que acabaron viendo un thriller policíaco. Penguin había traído una bolsa con el regalo de Killer, pero no se lo daría hasta después de la película, cuando fuesen a tomar algo.

–¿Te ha gustado? –preguntó Killer mientras salían de la sala.

–La verdad es que sí –Penguin casi parecía sorprendido consigo mismo–. El tema era un poco duro, pero había muchas escenas de acción y, no sé, era como que conseguías entrar en la película y eras tú el agente que perseguía a los narcos. ¿Me explico?

–Sí –el rubio sonrió, su amigo a veces era un poco infantil–. Bueno, ¿quieres ir a los recreativos un rato?

–No –el menor negó con la cabeza, sonriendo–. Vamos a tomar algo y así te doy el regalo –miró la hora de su móvil, las 20:04–. Había pensado en cenar algo por aquí, ¿te apetece?

–Claro, ¿por qué no? –el joven sonrió, Penguin había hecho el esfuerzo de ver una película que no era de su agrado y ahora él debía devolverle el favor–. ¿Te apetece mexicano? Tengo antojo de burritos.

–Mientras no haya mucho picante, por mí no hay problema –estaban en un centro comercial bastante grande y la oferta gastronómica era considerable. La comida mexicana estaba rica y, si a Killer le apetecía, no iba a decir que no. Estaban celebrando su cumpleaños después de todo.

Caminaron por los enormes pasillos plagados de gente mientras comentaban más cosas de la película. La zona de restauración estaba en la otra punta del centro comercial –más bien, los cines estaban un poco apartados del resto de tiendas. Penguin se cruzó con varios compañeros de clase, a los que saludó con la mano.

No tardaron en llegar al Taco Bell. No era el mejor sitio para probar comida mexicana, pero no había otra cosa. Pidieron una ración de nachos para compartir y un par de refrescos y se sentaron en una mesa. El local estaba medianamente lleno y había bullicio, pero estaban bien.

–Toma –dijo Penguin extendiendo la bolsa con una sonrisa, estaba un poco nervioso. Killer apartó los nachos y agarró el regalo–. Espero que te guste.

–Lo importante es el detalle –el rubio le tranquilizó–. Pero, viniendo de ti, seguro que me gusta.

El mayor empezó a desenvolver el regalo con cuidado, viendo lo bien envuelto que estaba. Ante sus manos apareció una camiseta azul de manga corta con un casco en forma de calavera y dos cuchillas enmarcándolo. Enseguida reconoció el símbolo: era el emblema del Guerrero Masacre, una de las series favoritas de Killer.

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