Capítulo XXI

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Trafalgar Law terminó de copiar las definiciones que la profesora de Literatura había escrito en la pizarra. La semana siguiente tenían un examen de poesía y, aunque a él le encantase la lectura, la poesía era un género que no dominaba –además de que no le gustaba mucho. Pese a ello, planeaba sacar un sobresaliente como mínimo.

Estaban a mediados de octubre, y la bajada de temperaturas empezaba a ser notable. A Law no le molestaba el frío y, de hecho, lo prefería al calor, pero los días locos de otoño –donde hacía frío, calor y más frío dependiendo del momento del día– no le gustaban mucho. Ver cómo los árboles se quedaban sin hojas, y el verde natural daba paso al amarillo y naranja, casi rojizo, en cambio, sí le gustaba. El muchacho encontraba cierta belleza en ver morir la naturaleza.

«El rojo es un color bonito», pensó. «Antes no me gustaba, pero ahora le encuentro su encanto». Trafalgar ojeó los apuntes de poesía, donde tenía algunas anotaciones. Se fijó en un pequeño apartado que hablaba de la psicología de los colores. «El significado del color rojo está asociado con la emoción, la pasión, el peligro, la energía y la acción. Es el color más intenso, y puede provocar las emociones más fuertes».

El moreno se quedó pensativo unos segundos, abstrayéndose de la clase. «El negro tiene connotaciones negativas, pues se asocia a la muerte, a lo malvado o la destrucción. Debido a su relación con la oscuridad, el color negro simboliza el misterio y lo desconocido. Sin embargo, también se le atribuye elegancia, formalidad y sobriedad».

«Sí... Mi color favorito es el negro. Creo que refleja bien mi personalidad», se dijo a sí mismo. «Por eso Eustass-ya está actuando tan raro, porque soy misterioso y eso le inquieta». Trafalgar se tenía en muy alta estima, y se consideraba muy maduro para su edad –por eso nunca había congeniado muy bien con sus compañeros de clase. Que fuese un repipi estirado no tenía nada que ver.

La profesora repartió unas fichas que tenían que rellenar para el día siguiente y Law volvió a la Tierra. Enseguida sonó el timbre de cambio de clase, y Penguin se acercó a su pupitre. Llevaba una chaqueta en las manos, que Law reconoció. El fin de semana anterior, había sido su cumpleaños. Los chicos habían ido a dar una vuelta por el centro comercial, y Trafalgar le había dejado su chaqueta a Penguin porque tenía frío para volver a casa.

–Toma –Penguin le cedió la prenda con una sonrisa–. Mi madre la ha lavado.

–No hacía falta –murmuró el moreno, aunque lo agradeció. Law no era especialmente posesivo, pero no le gustaba que el olor de otras personas estuviese en sus cosas.

–Voy a ir a buscar a Killer un momento, le tengo que dar una cosa –el chico dijo con la boca pequeña, desviando la mirada–. Ahora vuelvo.

Antes de que Trafalgar pudiera contestar, su amigo ya había salido de clase. Suspiró, no le gustaba nada quedarse solo –como un marginado. Empezó a recoger los libros de Literatura cuando Shachi y Jean Bart aparecieron.

–Hey, Trafalgar –Shachi le llamó–, ¿te vienes a estirar las piernas un poco por el pasillo?

–Voy a repasar un momento los deberes de Física –mintió. Era la clase que tenían ahora.

–Como gustes –Shachi y Jean Bart intercambiaron una mirada, y salieron de clase para caminar un poco por el pasillo.

El moreno los vio salir por el marco de la puerta, y volvió a quedarse solo. Nunca había tenido problemas con sus compañeros, pero tampoco se había molestado en entablar más relación con ellos que la estrictamente profesional de clase. Trafalgar Law era autosuficiente, no necesitaba de las migajas que otros pudieran darle para ser feliz.

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