Capítulo XVII

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Killer frunció el ceño ante la pantalla de su teléfono móvil –algo no iba bien. Había mandado el último mensaje de la conversación, y su interlocutor lo había leído hacía unos minutos, pero no había contestación. ¿Se había enfadado con él? ¿Por qué? Si no creía haber hecho nada...

Habían empezado el nuevo curso un par de semanas atrás, y Penguin le evitaba. Y no eran imaginaciones suyas, porque hasta Kid se había dado cuenta –y para que él se diese cuenta, es que era muy evidente. Normalmente, cuando se cruzaban por los pasillos o en el patio, se saludaban e intercambiaban un par de frases antes de volver a clase. Pero desde el inicio de clases, Penguin no quería saber nada de él.

Cada vez que sus pasos se encontraban, Killer no encontraba un momento para pararle. Siempre estaba rodeado de sus amigos, y parecía tan centrado en la conversación que ni siquiera le veía entre el gentío. Su mata rubia, que destacaba entre la multitud, pasaba desapercibida para él. Y Killer no tenía ni idea de por qué.

–Tío, ¿qué coño haces? –la pregunta inquisitorial de su amigo le hizo volver a la realidad.

–Nada... –el rubio suspiró, guardando su teléfono y rebuscando en su mochila el bocadillo del almuerzo. Tocaba el recreo–. ¿Crees que debería decirle algo?

–Sabía que estabas pensando en él –Kid farfulló, algo desesperado–. Lo que tienes que hacer es llevártelo a los baños del último piso, que no va nadie, y meterle la lengua hasta la campanilla. Para unas cosas eres el primero, pero a veces parece que te falte sangre.

–No voy a declararme en los baños del insti... –Killer puso los ojos en blanco. Su mejor amigo tenía las peores ideas del mundo.

–¿Quién ha dicho nada de declararse? –el pelirrojo chasqueó la lengua, un poco resentido–. Eso no sirve de nada, y te hace parecer un puto panoli.

–Vamos a buscar a Heat y Wire y pasemos del asunto –el rubio se dio por vencido–. Está claro que el amor no está hecho para nosotros –se rio.

–El amor me puede comer los huevos a dos manos –Kid sentenció, echando a andar.

*

El amplio patio del recreo estaba a rebosar de niños jugando, corriendo y gritando, disfrutando de los escasos 40 minutos que tenían de libertad. Trafalgar, Penguin y Shachi –Jean Bart estaba enfermo y no había ido a clase– estaban en su esquina habitual, desde donde observaban todo el espacio.

–¿Y a ti qué te pasa con Killer? –de repente, Shachi preguntó a un ausente Penguin, con la boca llena de su bocadillo de crema de cacao–. ¿Habéis discutido?

Penguin se encogió sobre sí mismo, desviando la mirada hacia sus pies. Le ponía nervioso hablar del tema, porque ni siquiera él sabía cómo afrontarlo. Estaba cansado, agotado, desesperado. Había pasado un verano extraño, lleno de altibajos, y se sentía más perdido que nunca. Había discutido con Trafalgar y, aunque ahora ya estaban bien, Penguin notaba que su relación había cambiado un poco. Y Killer había sido otro quebradero de cabeza.

¿Le gustaba Killer? ¿Era amor lo que sentía por él? No lo sabía, porque nunca había experimentado algo similar –y le asustaba el desconocimiento. Le daba miedo decírselo a sus padres, porque no sabía cómo se lo tomarían. Law era su mejor amigo, pero tenía tan poca idea como él –y tenía la sensación de que Law le infravaloraba. Shachi también era un buen amigo, y nunca le había preguntado al respecto. Quizá él...

–No... –murmuró después de un buen rato, suspirando profundamente. Se armó de valor, no quería seguir así. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya–. Creo que... Creo que me gusta Killer.

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