Capítulo XVI

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Eustass Kid se mordió el labio inferior, notando cómo una gota de sudor caía por su nuca. A pesar de estar en la primera semana de septiembre, el calor veraniego seguía presente. Y la temperatura aumentaba cuando estaba encerrado en un aula de clase a mitad de mañana junto a otros cinco desgraciados, repitiendo el examen de inglés –el cual tenía que aprobar sí o sí.

Quedaban diez minutos para que el profesor diese por finalizada la prueba, y el pelirrojo estaba repasando su escrito por si le venía la iluminación a última hora. Tenía el ejercicio de vocabulario a medio hacer, con espacios en blanco en varias palabras, y el rephrasing se lo había inventado en gran parte, pero la esperanza era lo último que se perdía.

Y un puto examen de inglés no iba a poder con el gran Eustass Kid.

Decidió rellenar los huecos que tenía en blanco con palabras aleatorias y recogió sus cosas. Le entregó el examen a su profesor, quien le retó con la mirada –deseoso de suspenderle por no haber hecho nada durante el curso. Eustass le ignoró por completo, saliendo del aula en busca de su ansiada libertad.

Por los pasillos del instituto apenas había gente. Algún alumno cateador que, como él, debía repetir exámenes para pasar de curso, y personal docente –sobre todo. El chico saludó con una media sonrisa a una de las conserjes, una señora más mayor que su madre que le devolvió la sonrisa. De tantas veces que había estado en el despacho del director, o del jefe de estudios, Eustass había hecho cierta amistad con ella –lo mismo le ocurría con las secretarias.

El pelirrojo caminó hasta el departamento de Matemáticas, buscando el corcho donde publicarían las notas de las recuperaciones –había hecho el examen dos días antes. Quizá era falsa seguridad –Eustass Kid no podía mostrar debilidad en público–, pero creía que aprobaría. Rascándose la indomable mata de pelo –le había crecido un poco durante el verano–, buscó la lista correspondiente a su curso.

Eustass Kid: 6.

–¡VAMOOOS! –el grito de alegría del pelirrojo se escuchó por toda la planta–. De puta madre, chaval, un puto seis. ¡Menuda notaza! –se dijo, felicitándose a sí mismo por el trabajo bien hecho. Nunca había sacado más de un seis en Matemáticas, era su nota más alta.

–¡Señor Eustass, silencio! –por la puerta de un despacho cercano apareció una de las secretarias del centro. Llevaba un montón de papeles en las manos. Cerró el despacho y caminó hacia el chico, con los tacones retumbando por el pasillo–. Enhorabuena por el aprobado, pero aquí hay gente trabajando. No puede ir gritando por los pasillos como si esto fuese el patio del colegio. Estamos en un instituto, y se espera de ustedes un comportamiento más adulto.

La mujer susurraba mientras le echaba la bronca, y a Kid le hacía demasiada gracia como para tomarla en serio. Además, era una de las secretarias que mejor le caía. De mediana edad, siempre vestía como las oficinistas de película y, aunque disfrutaba ejerciendo la autoridad, también era más permisiva que otros con los alumnos.

–Ha sido la alegría del momento, profe –Kid sonrió como un tiburón, guardándose las manos en los bolsillos y sacando un poco de músculo con los brazos. La llamaba profe de forma cariñosa.

–Si fuese tu profesora, me provocarías más de un dolor de cabeza –ella se rio, revolviendo el cabello del chico y tomándose más confianzas de las necesarias–. ¿Te ha crecido el pelo? Lo tienes más largo, ¿no?

–No es la única cosa que tengo larga –murmuró, tonteando con la mujer.

–Qué peligro tienes, señorito –la secretaria se rio a carcajadas, desapareciendo por el pasillo con sus tacones y dejando al pelirrojo en el sitio, sonriendo como un ganador.

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