Capítulo VIII

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Penguin recogió su pupitre y salió de la clase con el boletín de notas en la mano. ¡El último día de clase había llegado y, con ello, las ansiadas vacaciones de verano! Los alumnos se agolpaban en los pasillos para reunirse con sus compañeros y compartir las notas del curso. El castaño estaba contento con las suyas, con una media de notable alto.

En el siguiente pasillo, Law y Shachi le esperaban para salir del instituto. Cuando los vio, aceleró el paso hasta alcanzarlos. Ambos tenían las notas también en la mano.

–¿Cómo ha ido? –preguntó el castaño con una sonrisa–. Al final el de mates me ha puesto un 7, pero creo que me merecía menos –se rio.

–Yo he suspendido latín, pero nos ha dicho la profe que podemos recuperarla en septiembre con un trabajo –dijo Shachi–. Así que será pan comido.

–¿Y tú, Law? –Penguin miró a su mejor amigo–. ¿Sobresaliente como siempre?

El nombrado asintió levemente sin decir palabra con una mueca de satisfacción instalada en el rostro. Ser el mejor del instituto era un privilegio para él y, en cierta manera, se sentía superior al resto por ello. Los tres empezaron a caminar hacia la salida.

–Y esta noche... ¡La fiesta de fin de curso! –Shachi comentó con entusiasmo–. ¡Qué ganas tengo! Este año el tema es Hawái, y me han dicho que van a repartir collares de flores a la entrada. ¿No será increíble?

–Seguro que el comité de alumnos deja el gimnasio muy chulo –Penguin le siguió, contagiándose de su entusiasmo–. Me he comprado una camisa de piñas muy graciosa para la ocasión.

–¡Yo voy a llevar una de plátanos! –Shachi se rio, agradeciendo la complicidad entre ambos–. Seguro que hay cócteles y bebidas de colores.

–Pero son sin alcohol, ¿verdad? –Law intervino, preocupado.

–¡Claro! –rio Penguin–. Si los padres se enteran que hay alcohol, cierran el instituto de por vida. ¿Vas a venir? –la pregunta no sobraba porque Law sólo había asistido a una fiesta de final de curso en los cinco años que llevaba allí.

–Sí... –murmuró con pocas ganas, buscando distraído a alguien entre la multitud de alumnos que se dirigían a sus casas–. Mi tío está muy pesado últimamente, y no me apetece quedarme en casa con él.

–¡U-Uhh! Law, ten cuidado con salir hoy que igual te desmadras –le picó Shachi, y Penguin soltó una carcajada–. Menos mal que no va a haber alcohol, no queremos tener que llevarte a casa si te emborrachas.

–Tsk... Cállate.

*

Eran las ocho de la tarde y la fiesta de fin de curso había comenzado. Una selección de profesores vigilaba el gimnasio en el que se celebraba el evento, decorado para la ocasión. Una bola de discoteca brillaba en lo alto, iluminada por varios focos que esparcían colores por cada rincón de la estancia. En las paredes habían pegado palmeras, delfines y enormes flores de colores –todo ello de cartón– con el fin de asemejarse a Hawái. Había un par de mesas donde se servía bebida y aperitivos, un DJ ponía buena música y, en la entrada, repartían collares de flores para animar el ambiente.

La fiesta de final de curso era un evento que los alumnos esperaban con ansias cada año. Empapados de la cultura cinematográfica norteamericana, para ellos, esta fiesta era como los bailes que veían en las películas –pero mucho menos elegante. Como cada año había una temática diferente, la variedad estaba asegurada. Incluso a veces se disfrazaban.

En cuestión de minutos, el gimnasio se llenó de estudiantes. Querían aprovechar al máximo esa noche de desenfreno –consentido. El grupo de Law estaba a un lado, todos con un vaso de ponche azul en la mano y un collar de flores. El moreno había dudado en ponérselo, pero Penguin había insistido demasiado. En círculo, miraban a todos lados sin atreverse a bailar–sin alcohol de por medio, la vergüenza aparecía.

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