5. Siegfried

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Otro extraño sueño esta noche y lo único que puede hacer Siegfried es sentarse a la mesa de la cocina con una taza de café negro sin azúcar y escribir en su diario las reminiscencias de sus visiones nocturnas. Le tranquiliza un poco hacerlo frente a la ventana, contemplando el amanecer en Düsseldorf y esos primeros rayos de luz que bañan la ciudad allá afuera, el mantel rojo desteñido sobre la mesa y sus manos que empuñan la pluma.  

Este fenómeno es algo inquietante para él, pues desde que tiene memoria Siegfried siempre ha soñado en blanco o al despertar la onírica realidad le es imposible de recordar. Sin embargo, estos sueños que ha tenido en los últimos meses despiertan al joven una o dos veces por semana bañado en sudor, y en algunas ocasiones tiene que correr a la cocina a escribir lo que ha soñado para no perder ningún detalle. “El hombre de Vitruvio otra vez…” – piensa. Últimamente su precario descanso se ha visto invadido por visiones del famoso dibujo de da Vinci, trenes, mariposas, espejos y una lluvia torrencial que arrasa la tierra.

Quizá Siegfried von Himmeln preste demasiada atención al mundo de los sueños ya que el mundo real no tiene mucho que ofrecerle. Físicamente, Siegfried podría considerarse un orgulloso miembro de la raza aria: piel blanca, ojos azules siempre escondidos tras sus gafas, cabello rubio  que siempre lleva corto y cuidadosamente peinado. Tiene un cuerpo alto, delgado y atlético, ese tipo de cuerpos hechos para portar un uniforme del ejército y provocar respeto por su imponencia. Sin embargo, Siegfried considera el racismo parte de la miseria humana, y el nazismo como un error de su nación que es mejor no recordar.

Todos los días se levanta a las cinco de la mañana, practica el violín por dos horas, el mismo violín de color rojo que le dejó su madre como única herencia y el que ha tocado toda su vida desde que se dedica a la música. Terminado su ensayo, desayuna una taza de café negro y una rebanada de pan. Después suele ir a un gimnasio tres cuadras cerca de su departamento y sólo saldrá de allí exhausto. A continuación  va a  servir puré de patatas y chucrut  en un restaurante de Altstadt. La rutina varía algunas noches cuando toca el violín con la Orquesta Filarmónica o en alguna fiesta privada del barrio japonés.  La gente podría tacharlo de asceta, pero lo cierto es que Siegfried no es un hombre de muchos amigos con los cuales compartir su vida personal. La única persona con la que puede decir ha tenido cierta intimidad es Kusanagi Sekai, la novia que tuvo a los 20 años. Ya ha cumplido los 27 y desde la muerte de la chica no ha vuelto a tener un lazo tan fuerte como ése con otro ser humano.

Düsseldorf tiene la población japonesa más grande de Europa, y no es de extrañar que Siegfried, como violinista profesional precoz de 20 años, adquiriera varios contratos con personajes japoneses que tenían especial aprecio por su estilo tan especial de tocar el violín. En una de esas tantas fiestas de lujo, al anunciar la sinfonía no. 25 de Mozart, el anfitrión le pidió que hiciera un dueto con su hija al shamisen. No del todo convencido, Siegfried accedió a la extraña colaboración con esa joven japonesa de unos 18 años, vestida con un kimono rosa como la flor de sakura, de piel blanca como porcelana, cabellos y ojos negros que turbaban a Siegfried en su interior con una certeza mortal.

El violinista accedió y los dos jóvenes hicieron vibrar las cuerdas de sus respectivos instrumentos en un baile mágico de sonidos que encajaban unos con otros como engranes de una máquina de perfección y felicidad perpetua. La sinfonía se volvió una danza que hizo llorar a muchos. El salón se desbarató en aplausos al terminar la pieza, lo que hizo a Sekai sonreír y a Siegfried enamorarse como un imbécil de esa joven japonesa.

Ese mes de abril salieron juntos como toda una pareja de enamorados: recorrían por la noche los pubs de Altstadt o asistían a alguna fiesta importante de su padre. Regresaban tomados de la mano y hacían el amor como hacer música: ella le enseñaba a tocar el shamisen y él practicaba nuevas canciones en el violín junto a ella, desnudos  en la cama de Siegfried que en esos tiempos vibraba con tanta energía allí derramada. Ella hablaba perfecto alemán, y le enseñaba a él japonés, sobre todo cuando permanecían acostados y abrazados después de acabarse en el amor. Despertaban siempre juntos, él abrazado a ella protegiéndola, mientras le decía al oído “meine Welt” (sekai y Welt significan “mundo” en japonés y alemán, respectivamente).

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora