14. La Llave en la Cerradura

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Después de leer la carta de su padre, la mente de Leonardo se desconectó de la realidad. No supo qué decir o cómo proceder, simplemente le dio una lastimera sonrisa a Josette y Yamato, se limpió una lágrima antes de que huyera por su mejilla, se dio media vuelta y fue a comprar el boleto al primer tren que abandonara París. Abordó a toda prisa, despidiéndose a duras penas de sus consternados amigos. Ni Yamato ni Josette se atrevieron a preguntarle el motivo de la carta, solamente lo acompañaron con una expresión sepulcral.  El muchacho ni siquiera se percató de que el tren que abordó lo llevaría a Zúrich, la ciudad en la que Farfalla construía su vida y cultivaba su jardín interior.

A bordo del tren, el joven trataba de descifrar la sarta de locuras que su padre le había escrito. ¿A qué demonios se refería con el Espejo Místico? Nunca había visto la búsqueda de su identidad de esa manera. ¿Qué significaba realmente encontrarse consigo mismo? Leonardo les daba vueltas en la cabeza a todas estas interrogantes, acerca de quiénes somos en realidad los seres humanos.

Le vino a la mente una conversación con Josette, no con la Josette actual, enamorada de Yamato, sino con su tosco cisne con espinas, su bello erizo emplumado que leía a Milan Kundera después de hacer el amor. Ella le preguntó un día con un libro de este autor en la mano:

- ¿Crees, Leo, que somos el rostro que poseemos y con el cual nacimos,  un código de barras de nacimiento en nuestra cara? Miro a todas las mujeres que han leído a Kundera y absolutamente todas quieren ser como Sabina, fuerte e independiente, la cual no necesita a un hombre para sentirse completa en la insoportable levedad de su ser. He llegado a la conclusión de que la admiran tanto porque son todo lo contrario a ella. Por mi parte, soy tan similar a Sabina que me rehúso a esto. ¡Sólo quiero ser yo!

 ¡Sólo quiero ser yo! Proclamó Josette y Leonardo se hizo esa misma pregunta: ¿Somos nuestro rostro? ¿Somos las filosofías y las creencias que hemos adoptado, nuestros gustos y placeres? Quizá nuestra personalidad, nuestro yo, sólo se forme de esas cualidades que tenemos en común con otros seres humanos. Tal vez no. En ese caso debemos quitar todos esos factores externos que nos han moldeado y el pequeño residuo será nuestro yo interno que se viste de lo que le conviene.

    El psicoanalista Jacques Lacan acuñó el término "estadio del espejo" para referirse a ese período en el primer año y medio de vida en el cual el niño se hace consciente de su propia imago corporal al verse en el espejo. "Este soy yo" –se da cuenta por sí mismo mientras descubre las primeras fronteras de su personalidad, es decir el cuerpo que será su vehículo por este mundo. Leonardo veía su rostro reflejado en la ventana del tren: sus ojos verdes, su cabello castaño ondulado, alguna peca por aquí y por allá, unas leves ojeras, una barba crecida, una nariz respingada. ¿Esto soy yo? Cuando era más joven y vivía en Florencia, pasaba horas frente al espejo tratando de captar la humanidad encapsulada en ese cuerpo de carne y hueso. No dejaba escapar ningún detalle de su anatomía y lo atrapaba en su memoria para recordar cómo era.

A medida que Leonardo crecía se recreaba en otros cuerpos: Farfalla, Josette, Axel... la idea del yo iba más allá de la percepción corporal. Era por eso que Farfalla Samsa le gustaba tanto. La chica exteriorizaba sus estados de ánimo y su pensamiento mediante el color de su cabello. Le daba a entender al mundo que se sentía triste cuando su cabeza se pintaba de negro; que estaba excitada si lo lucía rojo o  tranquila y en paz cuando lo llevaba azul. La chica era un libro abierto, dejaba salir su yo para que otros lo conocieran e identificaran quién era ella.

Josette era más sutil. Por ser bailarina, la francesa exploraba su personalidad mediante cada movimiento en el escenario. Su personalidad fuerte e independiente tenía total control sobre su cuerpo para moverlo a su antojo. El cuerpo y la mente de la bailarina eran uno y Leonardo adoraba que extendiera ese dominio en la cama. Ella hizo con muchos hombres lo mismo que hizo con su cuerpo: se movían al compás de su yo, de sus deseos y estado de ánimo.

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora