Diario onírico de Siegfried No. 4

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21 de agosto

Sekai ha desaparecido de mis sueños, esto debido a que he dejado de dormir. El insomnio no me permite diferenciar las ensoñaciones de la triste realidad. Me siento atrapado en una jaula rutinaria interminable: desayuno cualquier cosa, me acabo los dedos practicando el violín o el shamisen, entreno hasta terminar agotado y con los músculos adoloridos (el dolor físico es más soportable que el dolor emocional), trabajo como un autómata para no pensar demasiado y camino bajo la lluvia hasta mi casa, esto todos los días.

Cada noche me acuesto esperando que Sekai invada mis pensamientos, de lo contrario las ideas suicidas podrían llenarme de valentía y cometer alguna estupidez. En estos últimos meses el sueño, mi único bálsamo ante el dolor de la vida, me ha abandonado tirándome de cabeza al mundo real. Sólo puedo dormir dos horas como mucho por noche. Cansado de dar vueltas en la cama, me levanto y lleno mi mente de Sekai y le imploro en lágrimas que vuelva a visitarme.

Empero ayer, rendido de este ritmo de muerte, el dios del sueño fue benevolente conmigo y decidió visitarme. Abrí los ojos y me encontré en una ciudad de color gris desde el asfalto hasta el cielo. Estaba acostado en posición fetal sobre la fría y húmeda calle. La lluvia caía sobre mí imperturbable.

Me sentí otra vez en el vientre de mi madre, ¡pobre de ella, cómo sufrió después de mi nacimiento! Siempre la recuerdo como era en las fotos, joven, toda una promesa de la música. Todo se acabó en un instante. La única vez que la vi cara a cara... bueno, prefiero no recordar ese miserable día. Mi padre la abandonó antes de que yo naciera y no conozco ni su nombre.

En el sueño me encontraba así bajo la lluvia, en una calle desierta y gris. Me puse de pie y me fijé en  los otros seres humanos que también habían adquirido ese color grisáceo: sus ropas, su piel, sus ojos de una vacua expresión en sus rostros carentes de cualquier emoción o deseo.  A lo lejos se divisaba una muralla altísima, blanca como la nieve, y más allá de las murallas me parecía escuchar una canción, tan ligera y absorbente que me resultaba vagamente familiar. Caminé entre los seres grises por la ciudad llena del silencio y la lluvia rumbo a la muralla, en eso escuché unos débiles pasos con un tono familiar. Volteé y allí estaba Sekai, cubriéndose de la lluvia con una sombrilla. Llevaba ese hermoso vestido blanco largo hasta sus pies; sus pechos perfectos, redondos, inmaculados; su cuello como una torre, sus ojos negros y profundos me observaban llenos de misericordia.

Sekai me permitió tomar el paraguas de su mano, pues al ser más alto ella tendría que levantar su brazo para poder cubrirme. Nos besamos bajo la lluvia. Tomó mi cara entre sus manos, juntamos nuestras frentes y sonreímos a pesar del deprimente escenario. Somos los dos seres más felices sobre la faz de la tierra, aunque se trate de un sueño.

Le susurré un "te amo" y ella me contestó: "Lo sé amor, yo también te amo. Sé fuerte un poco más. Has buscado demasiadas explicaciones y razones, pero nada de eso es necesario... volverás a ser feliz y tu vida cobrará un nuevo significado. Pronto escampará y el cielo brillará en tu interior. Esa luz que fluirá de ti iluminará el mundo, amor, porque tú eres el cielo que nos salvará y un nuevo amanecer vendrá de ti".

Lloré de felicidad ante sus palabras que no pude comprender del todo. No entiendo lo que quiere darme a entender, pero el sentirme amado me salva de mi desgracia. Ese amor ilumina cada rincón de mi mente, estremece cada célula de mi cuerpo, disipa todas las desgracias... "¡No te vayas!" Es lo único que puedo decirle. "¡Volverás a amar, Siegfried, solamente cree y busca el sol que duerme dentro de ti! Eres la esperanza que le queda a este planeta. Otras personas bienintencionadas buscan ayudar, pero sus planes son egoístas y han olvidado algo fundamental. Busca en ti mismo, Siegfried, y encontrarás la respuesta, busca tu reflejo en el espejo y verás que de ti mismo saldrá el amor que necesitas".

En ese momento, Sekai desapareció y me quedé solo sosteniendo el paraguas bajo la lluvia. Levanté la vista y ví como el cielo se abría ante mí. La tormenta se disipó y el firmamento se volvió cristalino y diáfano como cristal... como un espejo, un espejo que ya no reflejaba el gris poluto de la ciudad, mas bien un celeste puro como el del comienzo de los tiempos. El pavimento se borró y mimetizó con el hermoso azul de arriba. Los entes grises se evaporaron en la luz. Me sentía en el paraíso. Una certeza de belleza y perfección inundó mi ser: la armonía del hombre de Vitruvio de da Vinci vino a mi mente de manera natural y sencilla, revelándome que soy uno con el universo. Mi propio cuerpo es un universo en sí, equilibrado, perfecto, armonioso y bello.

Desperté sintiéndome relajado y descansado, como nunca antes me había pasado. Tengo la certeza de que algo maravilloso me espera. Tarde o temprano me reuniré con Sekai... pero, ¿a qué se refiere con buscar dentro de mí? ¿Qué simboliza el sol del que me habla? La lluvia eterna debe llegar a su fin. Extraño los rayos dorados que entraban por esta ventana y me llenaban de la más mínima reminiscencia de la esperanza. Sólo me queda seguir esperando.

       


Siegfried von Himmeln

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora