9. Adilah

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Leonardo se había quedado petrificado. Para él no sólo era inverosímil sino también descarado e inaudito que un hombre casado llevará a su amante homosexual a su casa para presentarlo a su esposa. Se preguntaba en qué tipo de juego de poder sexual había caído. Al final de un largo silencio en el que contemplaba atentamente a esa exótica familia sonriendo mientras hablaban del viaje y los negocios, Leonardo concluyó que estaba entre personas de mente muy amplia y moral muy distraída.

- ¡Qué mala anfitriona soy, ya es la hora del té y no te he ofrecido nada! – exclamó Adilah tomando a Leonardo de la mano.

- Querida, tengo que volver a la oficina por unos asuntos, tal parece que si quiero que las cosas salgan bien, debo hacerlas por mí mismo. Estaré aquí para la hora de la cena, por favor cuida bien de Leonardo, y muéstrale su habitación –dijo Axel besando primero a Adilah y después a Leo en la boca. Acto seguido desapareció por la puerta principal con su aire despreocupado de elegancia.

Adilah leyó el rostro atónito del chico italiano y con una gran sonrisa de dientes blancos y una mirada le comunicó que no se preocupara. Lo tomó de la mano y le dijo en italiano:

- ¡Debes estar cansado, ven conmigo y tomemos el té!

Leonardo sólo pudo asentir, apretó con suavidad la mano que esa hermosa mujer le ofrecía y se dejó llevar por esa casa infinita como un laberinto. Eran tantas las habitaciones, los cuadros y las reliquias que Leo se sintió en un museo que contenía al mundo entero. Adilah lo invitó a entrar en una agradable salita en un segundo piso  tapizado de azul celeste y muebles Luis XV. Las criadas les sirvieron un delicioso Earl Grey y exquisitos postres de chocolate y fresa.

- Axel me contó cómo te conoció en Ámsterdam y el momento incómodo cuando dejaste caer la taza en el café. ¡Moría de ganas de conocerte! –confesó Adilah muy animadamente deseosa de tener una larga conversación.

Leonardo parecía haber perdido la capacidad de hablar. Lo invadía la vergüenza por haber dormido con el esposo de esa mujer que charlaba con él. Una vez más Adilah pareció leer sus pensamientos y le dijo:

-  Leonardo, no tienes por qué sentirte apenado. Nuestra relación de pareja es tan libre que muchos dirían que es una amistad con beneficios. Axel y yo nos casamos para que yo no fuera deportada a Marruecos.

- ¿Marruecos? ¡Creí por tu sari que eras de la India!

Adilah rió como solamente saben hacerlo las mujeres hermosas y elegantes.

- ¡Creo que antes debemos presentarnos un poco! – dijo la mujer

Marrakech en lengua árabe significa “tierra de Dios” y  para Adilah Dios nació en esa hermosa ciudad llena de colores y magia.  Ella y su hermana mayor, como dos niñas del populacho que asistían descalzas a la escuela, estaban destinadas a perderse en los laberintos de mercados, mezquitas y palacios de la Medina en el camino a la escuela bajo un calor sofocante que exasperaba a los turistas.

A las dos niñas les impresionaba ese marcado contraste entre los habitantes de su barrio, uno de los más pobres de la ciudad, y la pompa llena de glamour y alegría de los extranjeros. Esos magnates, intelectuales y artistas vivían en sus pequeños palacios como sultanes y se divertían en esa fachada psicodélica y exótica de la ciudad que las vio nacer.

Lo que más disfrutaban las dos pequeñas hermanas era visitar de la mano de sus padres la plaza de Jemaa el-Fna, un gigantesco y perpetuo circo ambulante que parecía habitado por Sherezada y los personajes de las mil y una noches: bailarines y acróbatas se contorsionaban alegremente mientras encantadores de serpientes hacían vibrar a los reptiles con los armoniosos sonidos de sus flautas; las mujeres se ocupaban en echar las cartas a cuanto viajero lo permitiera y los vendedores de tónicos milagrosos para todos los males clamaban a fuerte voz la cura del mal de amor y la reuma. Hombres se ganaban la vida escribiendo cartas de amor y formularios para pedir empleo a las personas analfabetas a cambio de una moneda. Toda era vida en esa plaza suspendida en los tiempos del patriarca Ismael o Mahoma.  Adilah soñaba con ser una princesa colgada en un trapecio, que mostraba su hermoso rostro y cuerpo libremente sin ese molesto hiyab que la obligaban a usar.

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora