19. Una devastadora Guerra Mundial

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La invasión mundial de las mariposas azules duró una semana. Transcurrido ese tiempo los pequeños bichos alados murieron, se pudrieron y convirtieron en fino polvo gris esparcido por el viento por todas las ciudades, campos o el anchuroso mar. Este "presagio del fin del mundo" para un gran sector de la población no conmovió ni un ápice la acérrima decisión de los grupos de poder de continuar con la devastadora guerra.

En este caso los soldados y fuerzas militares son la carne de cañón, la desgastada barrera que se limita a obedecer órdenes, pagando el alto precio de sus conciencias, su dignidad y sus propias vidas. En todas las naciones las fuerzas armadas habían llegado al punto de tensión máximo de su resistencia. En medio del campo de batalla, soldados de diferentes nacionalidades, de lenguas extranjeras pero de exacta humanidad disparaban armas de fuego o se enfrentaban cuerpo a cuerpo, acribillándose y estrangulándose con las manos desnudas.

Muchos en pleno campo se quebraban y caían de rodillas deshechos en llanto, incapaces de darle el golpe de gracia a su enemigo, esa muerte piadosa que todos buscaban en lo más secreto de su ser y anhelaban continuamente. Otros mataban a diestra y siniestra aplastando cráneos y costillas, en una completa e incoherente desensibilización. Al terminar con todos sus enemigos, esos pobres diablos se volaban la cabeza para así poder apagar la máquina de matar en su interior.

Tras de la muerte de las mariposas se dio otro fenómeno entre las fuerzas armadas de los diferentes frentes de batalla, a saber: el eje asiático o "la lluvia roja", conformado por la mayor parte de los países del lejano Oriente y liderados por Japón; el frente pangermanista, formado por los países de habla alemana y otros del centro de Europa; la hermandad italo-céntrica, conformada por Italia, Francia, España y Portugal; Los nórdicos, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia; la nueva URSS, con todos los países bálticos, Rusia y la nueva China comunista; el bloque americano del norte, conformado por los vestigios de Estados Unidos, México y el apoyo de una Canadá "neutral"; el bloque sudamericano, integrado por Argentina, Uruguay y Chile; y por último el bloque centro-brasileño, liderado por Brasil y apoyado por Colombia, Bolivia, Cuba y el resto de los países de Centroamérica. Australia se había aliado con el Reino Unido para destruir a Francia y lo que quedaba de Estados Unidos, concertando uniones y pactando tratados que respetaban y rompían a su conveniencia.

Los países africanos estaban sumidos en un infierno de guerras civiles e invasiones de potencias mundiales más fuertes para obtener materias primas. Solamente la "legión árabe", como le llamaban los europeos, se resistía con una serie de ataques violentos: terrorismo, bombas suicidas, ataques kamikazes para agradar a Alá y ganar el paraíso.

El fenómeno acontecido sería nombrado después por muchos historiadores y cronistas como "el Éxodo universal". En él, los soldados de todos los frentes, uniones y bloques, llenos de rabia y adrenalina, de coraje y orgullo patriótico, cambiaban súbitamente sus semblantes. Sus miradas adquirían el rasgo inconfundible de la lucidez, sus rasgos faciales se suavizaban y una sobria tristeza los hacía bajar sus armas, darse media vuelta y escapar del frente, lejos de los gritos de sus superiores ordenándoles que no fueran maricas y así continuaran atacando al enemigo.

Los coroneles y generales ordenaban el fuego contra sus propias tropas desertoras. Los hombres a los que se les mandaba esa execradora orden apuntaban la cobarde arma contra sus compatriotas. Al tenerlos en la mira y ver esas faces valientes, dueñas de su propio destino aún en los últimos instantes de su existencia, mudaban también sus aspectos y asesinaban al superior a golpes.

Otros hombres de guerra, más cautos o afortunados si se le puede decir, eran bañados con la lucidez en plena noche al dormitar o hacer guardia en una trinchera, mientras apuraban un bocado de pan o se apresuraban a volver el estómago. En cualquier caso, el resultado era el mismo, el hombre desertaba y sin volver por sus pertenencias, esas cartas de la mujer amada o de la madre sufrida, las fotos familiares o el abrigo extra para protegerse de las inclemencias del tiempo, regresaba sin nada a la tierra natal, a recuperar los restos de la familia arrebatada por las nefastas decisiones de un gobierno que prometió protección, pero que al final succionó y despojó lo poco que quedaba de sus vástagos para así extenderse egoístamente en nombre de un nacionalismo barato que no ocultaba otra cosa que intereses personales de altos gobernantes con ínfulas de emperadores.

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora