Diario onírico de Siegfried No. 5

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19 de octubre

Hace ya casi un mes que terminó la lluvia y con ella la amenaza de un segundo diluvio. En todas partes del globo terráqueo la gente salió a las calles y lloró al sentir la caricia del sol o el tenue brillo de la luna, dependiendo si era de día o de noche. El 21 de agosto se declaró un día de fiesta y mucha gente corrió a los diferentes templos a dar gracias a Dios por librarlos de un segundo diluvio; otros menos religiosos tomaron a sus familias y disfrutaron un hermoso día de campo.

Desde que me encontré con Leonardo en ese día tan presente para mí, mi vida no ha sido igual. Recuerdo que ese día me levanté temprano como de costumbre. Una inquietud me impidió tomar alimento o practicar el violín. La noche anterior se apareció Sekai en mis sueños por última vez. Soñé que me encontraba parado sobre un muro, parecido al muro de Berlín. A mi lado izquierdo la tierra estaba desolada, vacía y gris. A mi lado derecho, una densa niebla cubría el panorama. Llovía, pero no la suave llovizna habitual de los últimos meses. En esta ocasión caía un verdadero aguacero.

Sekai se apareció ante mí, de pie sobre la muralla con un paraguas, nos cubrió con él y me dio un dulce beso.

- Siegfried, éste es el momento, sé valiente y cruza hacia lo desconocido. No tengas miedo a la soledad. Nosotros estaremos contigo...

¿A quién te refieres con "nosotros"? –le pregunté.

En ese momento, un haz de luz  dorado en forma de un relámpago cruzó la niebla, disipándose veloz. Ante mí,  una silueta luminosa me atraía hacia ella. Me desperté sobresaltado. No pude volver a dormir, tampoco concentrarme en nada más. Tomé mi paraguas como cada mañana y decidí salir a pasear.

No había cambio en la insistente lluvia; la gente abrigada y con paraguas llenaba la calle en un ir y venir a ningún lado, sin embargo, en un momento la lluvia arreció y las caras de todo el mundo se llenaron de terror. El sentimiento general no expresado fue: "éste es nuestro fin". Yo también presentía que ese día el mundo iba a cambiar. Continué caminando bajo la terrible lluvia, a pesar de que todos huían en busca de un lugar seguro.

En una solitaria calle, vi a lo lejos una silueta blanca, inconfundible gracias a mis sueños: se trataba de Sekai, con su vestido blanco como se me presentaba siempre. Corrí hacia ella sin dar crédito a lo que me presentaban mis ojos. A medida que me acercaba podía verse su cara más nítida. Me sonrió de un modo melancólico, como lo hacía siempre en el mundo de los sueños.

De repente, un relámpago cayó justo donde se encontraba ella. Cubrí mis ojos, aterrorizado de que el golpe carbonizara su cuerpo o ahuyentara su alma en caso de que se tratase de un fantasma. Al recuperarme de la luz enceguecedora, en lugar de Sekai estaba Leo, cabizbajo, empapado y contemplando las gotas de lluvia que llenaban su mano.

Me resigné a que Sekai había sido una ilusión y me dirigí cautelosamente hacia el muchacho que contemplaba la lluvia en la palma de su mano. No estaba asustado ni parecía importarle el agua que caía a raudales sobre él. Lo cubrí con el paraguas. Me miró a los ojos. Sus ojos verdes me llenaron de una hermosa energía y sobriedad. Había algo en él que me inquietaba: no parecía de este mundo. A medida que pasaba el tiempo, sentía que este hombre era una llave capaz de abrir un extraño mecanismo en mi interior, en el mundo entero ¿quién era y que hacía aquí en el lugar donde debía estar Sekai?

Preocupado, le pregunté cómo estaba. Balbuceó confundido. Era claro que no era de aquí por su piel y su semblante tan característicos de Italia. Lo raro es que, aunque no puedo hablar italiano, podía comprender sus palabras, como si los dos habláramos el mismo idioma, no uno nuevo, sino más bien un lenguaje antiguo hace mucho tiempo ya olvidado.

Me impactó cuando mencionó a Sekai, ¿acaso él se había encontrado con la visión de ella? ¿Soñaría él también con la mujer de mi vida? Lo tomé por los hombros y lo sacudí con violencia esperando alguna respuesta, pero su sonrisa decaída y su mirada pacífica fueron todo lo que necesité para darme cuenta de que era de fiar.

Me presenté y me dijo su nombre. Por su actitud, llegué a pensar que había caído del cielo, como si se tratara de alguna clase de Principito adulto. Se veía extenuado, como si estuviera pasando por un momento difícil. Decidí llevarlo a casa, cosa que nunca hubiera hecho. En primer lugar porque no acostumbro que nadie, y mucho menos extraños, entren a mi casa. En segundo lugar porque los italianos no me caían muy bien, siempre tan engreídos y parlanchines. Aun con mis prejuicios lo llevé conmigo, protegiéndolo de la lluvia, como si me hubiera encontrado con una mascota abandonada y herida.      

 Ya en mi piso, le presté una camiseta y le ayudé a quitarse la ropa mojada para que no se enfermara. Me quedé petrificado al contemplar la pieza perdida del rompecabezas de mi vida. La respuesta a las preguntas que ocupaban mi mente: el hombre de Vitruvio de da Vinci en la espalda de Leonardo. Todas las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Pensé en Sekai. Me la imaginé sonriendo ante mí, feliz de que ahora podía comprenderla. Todo este tiempo ella me estaba advirtiendo que me encontraría con este chico. En ese último sueño ella hablaba de "nosotros", incluyendo a Leo en la ecuación.   

Desde entonces ella no ha vuelto a mis sueños, mas con Leonardo siento su presencia de una forma muy especial todos los días. Cuando Leo terminó de secarse, le di una cobija y le ayudé a acostarse en mi cama para que descansara. Mi casa se sentía diferente y yo también había cambiado.

¿Dónde estaba mi soledad, mi desesperación y mis impulsos suicidas? La lluvia cesaba y las nubes se iban. Lo mismo pasaba con mi tristeza y todas las cargas que venía arrastrando desde la muerte de Sekai. Recordé el sueño de esa mañana: el paisaje gris quedaba atrás, más allá de las murallas. Una nueva canción se dejaba escuchar en el horizonte dorado abriéndose ante mí. La silueta (de Leo, de Sekai, de alguien que me amaba) llegaba a mí brillando como el sol al amanecer. Desde ese día en que la lluvia terminó, la vida ha mostrado su lado luminoso. Nunca creí que volvería a ser feliz.


Siegfried von Himmeln

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora