3. Josette

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Fue así como Leonardo viajó por varias ciudades de Europa, aunque en la mayoría solo permanecía a lo mucho un año. Ya sabemos que Leonardo admiraba y le obsesionaba el cuerpo humano, “la máquina más perfecta jamás creada”, como él le llamaba. Es por eso que en París, la primera ciudad que conoció al salir de su familiar Florencia,  el chico se hizo tatuar el hombre de Vitruvio en la espalda. Este dibujo de Leonardo da Vinci que representa a un hombre de dos pares de piernas y brazos extendidos, es considerado el ser ideal, con las dimensiones más perfectas y bellas: la divina proporción.

Leonardo se había convertido a sus 21 años en un hombre hermoso y fuerte por naturaleza, que hombres y mujeres admiraban por igual.  En sus viajes conoció a muchas personas, algunos fueron buenos amigos, otros se volvieron increíbles amantes. Sus amores favoritos eran las mujeres francesas, con su elegancia innata que se desplegaba en una pasión desmedida y movimientos casi perversos en la cama al desnudarse al unísono con los suyos. También estaban  los hombres alemanes, torpes y tímidos muchas veces, pero al despojarse de su ropa y sus prejuicios lo arrastraban como un huracán en medio de su virilidad y fuerza. 

En París precisamente fue donde Leonardo conoció a Josette. Él había encontrado trabajo en el café Montmartre, el mismo día que llegó a la ciudad. Leonardo hablaba un buen francés (que había practicado con Farfalla), aunque con un acento que delataba su nacionalidad italiana. Josette Venel era cliente asidua del lugar, y al ver al nuevo e intrigante mesero de ojos verdes que le extendía la carta, ella se limitó a decir como para ponerlo a prueba:

- Lo de siempre.

- Lo habitual no tiene misericordia de lo novedoso – le contestó.

-  En ese caso me gustaría una conversación con un chico italiano.

Frente a frente en esa mesa de la cafetería, él le contó un poco de su vida: que acababa de llegar de Florencia y vivía en un cuarto arrendado, no tenía un rumbo fijo ni un plan de vida establecido, lo único que le interesaba era empaparse del cuerpo humano. Al pagar la cuenta, Josette le dejó al muchacho una nota con su dirección. Al terminar su turno, Leonardo fue a casa de Josette, tocó a la puerta y  le abrió una mujer desnuda sosteniendo un libro de poesía de Gustavo Adolfo Becquer. Desde entonces Leonardo se quedó a vivir con ella.

A sus 24 años Josette es una bailarina de ballet en una de las compañías más importantes de Francia. Con una personalidad de agua que se desborda en sus ojos azules y una melena rubia casi verdosa, Josette es mejor conocida como “la sirena con piernas”. Tiene un cuerpo flexible que baila armoniosamente al ritmo de cualquier pieza. Llevada por la intuición y llena de determinación, se escurre y deja que su cuerpo vaya a donde éste quiere, como el agua.  Podía pasar horas bailando en la compañía, desnuda y libre en su casa leyendo a Milan Kundera, o simplemente paseando por las calles de París y tomando un café en su restaurante favorito.

La primera vez que Josette vio a Leonardo tuvo el presentimiento de que una verdad absoluta le sería revelada y su vida, que últimamente le parecía tediosa, cambiaría para siempre si le permitía a ese chico de ojos verdes pasar el umbral y habitar en todas sus habitaciones. Esa noche que Josette le abrió la puerta de su casa a ese chico recién llegado a París, su interior se estremeció. Lo desnudó e hicieron el amor en su enorme cama que ella sólo compartía con algún amante ocasional. Sus dos personalidades de agua se fundieron, provocando un tsunami de pasión que inundó la ciudad de París.

Frente a su cama y cubriendo toda la pared, Josette había instalado un espejo enorme, que usaba para practicar ballet en su cuarto y verse a sí misma teniendo sexo con algún hombre que la acompañaba de una presentación y que en la mañana despedía sin recordar siquiera su nombre. En esa ocasión, mientras él la penetraba, ella recostada boca arriba, él de rodillas, ambos se miraron lascivamente en el espejo y creyeron ver una nueva dimensión abriéndose frente a ellos: otros seres de otras realidades usurpaban sus cuerpos para experimentar un clímax más allá de lo meramente carnal, una experiencia espiritual sagrada que sólo puede darse entre un hombre y una mujer.   

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora