FINAL FANTASY VII RESURRECTION

CAPÍTULO 8.2 ESTRATEGIA

Al día siguiente, Karol ya estaba lista para partir a Midgar a eso de las 10. Tras haber repasado con Tseng cómo iba a ser exactamente lo que se pretendía que ocurriera durante el ataque de los monstruos a los suburbios, la joven de nuevo fue despedida por todos junto al coche.

Llegó a Midgar pasadas las 11 de la mañana. La chica, aparcó donde siempre y dirigió sus pasos hacia el centro con la intención de dejar verse por allí comprando algunas cosas antes de entrar a saludar a Tifa.

Pasó por en frente de una de aquellas vallas metálicas custodiadas por los Soldados, sin duda, éstos debían estar al tanto de quién era ella, o quizá no? Tal vez aquella información era demasiado valiosa como para compartirla con unos militares... La joven los miró disimuladamente, en el fondo alegre de que estuvieran allí, al fín y al cabo, aquellos sí que los consideraba sus verdaderos compañeros, la chica, tenía mucho cariño a todo aquel que portase un traje de militar ya que lo consideraba parte de su gran familia. Éstos sí que los consideraba buena gente, hacían lo que les mandaban, por cuatro duros, sin poner nunca malas caras ni excusas y sin ser conscientes de si lo que hacían estaba bien o mal... más bien estando seguros de que pertenecían al bando correcto.... a veces la ignorancia podía ser una hermosa virtud.

Karol visitó unas cuantas tiendas y además de las botellas de vino para los Turcos y el surtido de pastas para acompañar el café tieso de Elena, la chica compró unos obsequios para sus nuevos "amigos" los terroristas. En parte porque creyó que aquello además de que pegaba con el personaje podía hacerle ganar algún punto y en parte porque realmente le apetecía.

A Tifa le compró unos pendientes que un mendigo vendía tirado sobre una manta en el suelo. Portaban piedras, parecían cuarzo blanco y alrededor estaban adornados con plata, eran finos y alargados de los que quedan colgando, seguramente a la chica le agradarían, habiéndose fijado en los que llevaba puestos, que eran de ese estilo pero algo más sencillo.

Para Marlene, la chica se acordó de lo feliz que era ella cuando jugaba a las muñecas con su hermana durante su infancia. Sin duda, aquello estimularía mucho más su imaginación que una estúpida pelota naranja medio mordida por algún animal. Tardó mucho tiempo en buscar una tienda en la que se vendieran juguetes, al parecer ya nadie los compraba, pero gracias a su perseverancia, la joven al pasar por delante de un bar pudo ver de refilón como dentro había una máquina de esas que tienen un gancho y si metes monedas consigues sacar una serie de regalos si tienes suerte.

La joven no quería perder el tiempo jugando a las maquinitas, además estaba bastante segura de que aquella cosa estaba trucada, de modo que, se dirigió al camarero y le ofreció 30 giles porque le abriera la máquina y le vendiera un par de muñecas tipo imitación de barbie de plástico, las cuales no debían costar ni 5 giles cada una.

El camarero se sorprendió ante semejante ofrecimiento y en ver que la chica estaba decidida a llevarse aquellos estúpidos juguetes aceptó, pero por la cantidad de 50 giles.

La joven hizo un quiebro de ojos, menudo morro tenía ahí la gente, pero al fín y al cabo, de acuerdo, ¿qué más daba? Tseng estaba dispuesto a pagar! Que bien salen las cuentas cuando se usa el dinero de otro. Finalmente la chica soltó la pasta y agarró las dos muñecas, ambas rubias de pelo rizo y ataviadas con hermosos vestidos de fiesta largos; una portaba uno rojo y la otra uno blanco que parecía de novia.

Con tanto paseito la hora de la comida casi se le había echado encima, tenía que darse prisa si quería comer algo antes del combate, que estaba previsto sucediera a eso de las 15:20.

La Soldado, esta vez ataviada con un vestido blanco y corto bastante suelto, de estilo veraniego y unas botas negras más discretas que las veces anteriores, dirigió sus pasos al Séptimo Cielo, el cual esta vez estaba a rebosar de gente sentada en sus mesas disfrutando de un buen almuerzo y Tifa y Marlene permanecían ajetreadas sirviendo tras la barra.