Capitulo 8: ¡Gritos de auxilio!

466 69 6
                                    

Tan fuerte fue el impacto que recibí que de inmediato caí de rodillas contra el piso. Lentamente comencé a ponerme de pie sin despegar mis ojos de la figura masculina que tenía delante de mí, el señor Mamoru, que me miraba con unos ojos llenos de ansiedad y deseo.

—Bienvenida a mis aposentos hermosa doncella— yo solo lo miré en silencio ante sus primeras exclamaciones —¡Supongo que imaginas por qué estás aquí! ¿verdad?— estaba tan impactada que seguía sin responder, solo lo observaba fijamente —¿Con que jugaremos a los mudos? Perfecto, tienes suerte, porque no tengo intención de dañar ninguna parte de tu hermoso cuerpo precioso. Si fueras cualquier otra mujer ya te habría castigado por no responderme.

Recuerdo que con esa última declaración lo único que pude hacer fue tragar saliva esperando que de verdad no me hiciera ningún daño. Trataba de mantenerme firme sin cambiar un ápice la expresión de mi rostro, no estaba dispuesta a demostrar todo el miedo que sentía, no lloraría como hace unos días cuando desperté temerosa en la sala médica. Tenía que ser fuerte, quería ser más fuerte y estaba dispuesta a serlo.

—Tengo la intención de tomar ese hermoso cuerpo que posees y luego convertirte en mi queridísima esclava— Mamoru hizo una pausa esperando que por lo menos aquella declaración pudiera sacar alguna palabra de mis labios —¿Sabes algo preciosa? te he visto hace solo unos días y siento en mi pecho una sensación extraña cada vez que vuelvo a cruzarme contigo, algo que nunca antes había sentido ¡Quizá sea amor!

Fue el momento para Mamoru de sorprenderse, después de sus palabras no pude contenerme y comencé a reír a carcajadas, risas exageradamente fuertes y ruidosas que se esparcieron por toda la habitación.

—No me haga reír. No creo que usted sepa lo que es el amor— le dije mostrándole mi diversión —Solo me da asco, y si cree que puede tomarme por la fuerza, está muy equivocado porque yo pelearé, me defenderé de usted y de todos los que intenten ponerme un solo dedo encima.

Podía sentir como mis ojos ardían como el fuego en ese momento, tanto que el señor Mamoru no podía apartar su vista de mí. Creo que en el fondo le impresionó mi actitud, pues todo alrededor estaba en contra mía y aún así yo era capaz de pararme delante de él y plantearle pelea, sobre todo, cuando nadie más tenía semejante valor.

—Parece que te rodea la esencia de un espíritu salvaje. Es muy curioso cómo, a pesar de tu angelical apariencia, puedo sentir tu furia atravesándome. Me has hechizado, no puedo desviar mi mirada de ti. Te quiero para mí y te tendré a las buenas o a las malas. Si es tu deseo, resiste todo lo que quieras señorita que al final yo ganaré— me dijo el señor Mamoru acercándose lentamente a mí —me gustan las mujeres que luchan— fue lo último que dijo para comenzar a agredirme.

El señor Mamoru se acercó más hacia a mí tomándome de los hombros, pero yo era fuego en ese momento y no quería dejarme doblegar, así que haciendo uso de mi subconsciente, esperé un poco hasta tenerlo lo suficientemente cerca para propinarle una fuerte patada en la cara, alejándolo momentáneamente de mi.

El señor Chiba se tocó el rostro sorprendido por el potente golpe que le había dado, creo que nunca se hubiera esperado que una chica frágil y delicada tuviera semejante fuerza, de hecho, yo tampoco era consciente de ella, era solo la adrenalina del momento vivido que me daba el valor y la energía necesarias para luchar y defenderme.

—¡Magnífico! Me gustas cada vez más— me sonrió emocionado mientras limpiaba su labio con su mano para retirar un poco la sangre que había brotado con mi golpe.

Creí tontamente que había llegado mi momento de triunfar. Sin pensar en nada y actuando por mero impulso di la vuelta dispuesta a escapar de los aposentos de ese terrible hombre que solo asco me causaba aprovechando un enorme ventanal que se encontraba cerrado. Sin embargo, cuando me disponía a abrirlo tirando de él fuertemente con mis manos, Mamoru me tomó de los hombros empujándome hacia atrás y llevándome a rastras por el suelo. Lo único que podía hacer era patalear con fuerza y resistir lo más que pudiera.

EL PRÍNCIPE DE MEDIO ORIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora