El sol de La Toscana estaba en su punto culmine. El calor era insoportable y Louis estaba sudando como un cerdo.
La casa de la amiga de JC, difícilmente podía llamarse casa. Más bien era una mansión opulenta e imponente ubicada en una colina donde la luz parecía jamás terminarse. Todo estaba lleno de plantas y adornos de mármol, madera tallada, oro sólido y piedras preciosas.
Maggie había estado encantada de recibirlos en su casa vacacional con su esposa, quien acababa de festejar su cumpleaños número setenta y dos. La mujer llevaba zapatos blancos de punta negra, tan altos y finos que Louis estaba sorprendido de que no se hubiera ido de boca al suelo. Ambas hablaban italiano fluido, al igual que Harry y JC, lo cual lo tenía maravillado. Había oído el acento de Harry en francés porque los restaurantes a los que lo llevaba a veces eran de estirpe, pero el italiano, joder, era toda una belleza.
En un cuarto gigantesco donde había varias piezas de colección, estaban aquellas alas que nunca había visto, pero recordaba a la perfección las cicatrices de la espalda del rizado. JC y Harry se mantuvieron ocupados observándolas y discutiendo entre ellos de quien sabía qué cosa, pero Louis se había quedado retraído en un costado, al lado de Maggie y su esposa quienes bebían vino tinto de la misma copa.
—Entonces... ¿tú eres María Magdalena? ¿la verdadera? —preguntó con inseguridad intentando ver detrás de sus grandes gafas negras de marco blanco. La mujer parecía inalterable y respondió sin mirarlo.
—Sí —su esposa, que parecía bastante desinteresada a pesar de su rostro amable, rio por lo bajo.
—Lamento todo lo que te hicieron... —expresó. Maggie se volteó para enfrentar al muchacho, se quitó los lentes y lo miró fijo a los ojos.
—Cariño —su voz, suave y calma, contrarrestaba la abrumadora seriedad de su rictus—. Que se jodan los hombres —se puso las gafas nuevamente y dejó de prestarle atención. Louis sonrió ampliamente, suprimiendo su emoción. Maggie era tal cual JC la había descrito; no aguantaba la mierda de nadie.
Caminaron hacia donde el rizado y su hermano estaban.
—Espero que no acaben con la humanidad —ella abrió la vitrina de cristal y oro donde las alas de Harry, blancas como la nieve, estaban.
—Descuida, podrás seguir teniendo tu cómoda vida luego de que todo esto acabe —el Diablo se quitó la camisa dejando al descubierto cada uno de los tatuajes que decoraban sus brazos, su esternón, hombros y vientre bajo. Las alas se movieron, como reconociendo a su dueño.
En principio, las alas de Harry habían sido las más magnificas de la Ciudad Dorada; pálidas, níveas y con un brillo natural que era digno de admiración de muchos ángeles. En ellas descansaba un poder y divinidad que nadie más poseía en el Cielo, ni siquiera sus tres hermanos. Dios, lleno de amor por su hijo favorito, le había concedido una fuerza y una conexión con él que el resto envidaba.
Cuando todo fue dicho y hecho, luego de Michael lo derrotara y su exilio, luego de que le negaran el amor más puro que iba a conocer en su existencia, fue cuando decidió que no quería nada que lo arraigara a ese lugar horrible y sus seres despreciables. Nada que lo uniera a su padre. Nunca más.
Fue Andras, su mano derecha y más grande amiga, la encargada de cortar los vestigios de piel y plumas sueltas. Había sido grotesco, sangriento y más doloroso de lo que cualquiera podría imaginarse, sin mencionar que aquel acto de rebelión en contra de su padre le había costado el castigo de convertirse en un horrible ser rojo, gigantesco, lastimado y sangrante con grandes cuernos, pero estaba dispuesto a sufrir y a renunciar al cincuenta por ciento de su poder si con eso lograba sesgar las raíces que lo ataban a un lugar del que nunca había sido parte. De regalo, un par de cicatrices estaban impresas para el resto de su eternidad casi a la altura de sus omoplatos, aún en su forma humana. A veces dolían, pero lo ignoraba. A veces Louis lo acariciaba allí por arriba de la camiseta, y entonces sentía que todo había valido la pena. Que él era su lugar seguro. Que era, por fin, libre.
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Lucifer is British
FanfictionHarry ha pasado toda su vida cuidando de su alma gemela. Lo conoce desde su nacimiento y ha vigilado cada uno de sus pasos sin intervenir en nada, dejándolo florecer y convertirse en aquel mocoso de veinte años lleno de inocencia y cariño. Ahora lo...