22. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

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La nieve caía blanca y parsimoniosa a través de los grandes ventanales de Mr. Sweetness. Las personas caminaban rápido con sus maletines, mochilas y papeles de trabajo, completamente ajenos a lo rápido que el mundo entero había sido sacudido.

Habían pasado tan solo treinta días desde aquella victoria con gusto a derrota, sin embargo Louis lo sentía debajo de la piel, reviviéndolo una y otra vez.

Apretó la taza de café con más fuerza de la necesaria y cruzó las piernas en el banquito alto mientras sus ojos tristes, y aún así esperanzados, se mantenían pegados a la televisión que descansaba en un soporte aéreo de la esquina del local. Las imágenes eran de destrucción, aquella de la que su novio y sus amigos habían sido partícipes, pero el titular rezaba: "A un mes del fatídico terremoto de San Francisco" mientras transeúntes con los ojos cristalizados rememoraban erróneamente los hechos de aquel día. Por el costado de la pantalla rodaban los nombres de los fallecidos, tantos nombres que el corazón se le estrujó. El de Amelia seguramente estaba entre ellos, pero no el de JC.

—¿Es un problema monetario? ¿Necesitas un aumento? —sin mediaciones, Louis fue interrumpido en sus cavilaciones por la voz afligida de su jefe quien estaba sentado frente suyo con un cigarrillo prendido en la mano y el periódico descansando debajo de la otra. Louis negó suavemente, dándole un trago a su café.

—No, señor Sweet —le aseguró regalándole media sonrisa triste—. No es por el dinero. Usted sabe que amo la cafeladería, pero mi novio y yo vamos a mudarnos —el hombre de cabello pelirrojo y expresión mortificada detrás de su extraño bigote, suspiró resignado.

—¿Inglaterra? —Louis frunció el ceño. Su jefe se encogió de hombros—. Oí que es británico —ambos rieron quedito.

—No —contestó, pero no agregó más información al respecto—. Gracias por haber sido un jefe fenomenal.

—Espero que seas feliz, muchacho. Te lo mereces —y le palmeó el hombro un par de veces de manera paternal.

El castaño se puso de pie luego de beber el ultimo trago de café y recibir su ultimo cheque de pago. Iba a echar tanto de menos el aroma a pastelillos, el frio de la heladería entrecruzándose con el vapor de las cafeteras. Iba a echar de menos las paredes rosas y las estrellas brillantes que Ella había colgado por el lugar.

Fue hasta su locker en la parte de atrás de la cocina y vació todas sus pertenencias en la mochila que había llevado específicamente para eso, pero su actividad se vio interrumpida cuando oyó unos pasos firmes detrás suyo.

Allí, con el cabello largo y negro recogido en una coleta pretenciosa, estaba Ronnie. La expresión contrariada de su rostro lo confundía, pero no se atrevió a decir nada. Era la primera vez que la veía con la guardia baja, y debía admitir que se sentía extraño.

—Oí lo que le pasó a tu amiga —susurró cruzándose de brazos y haciendo un gesto extraño con los finos labios—. Lo siento mucho.

—Gracias —contestó, totalmente desconcertado. Su compañera no era amable, hacía comentarios de mierda el ochenta por ciento de las veces y tenía una ética y moral, cuando menos, cuestionable. Sin embargo allí estaba, presentándole su pésame.

—Así que...por fin te vas a ir de esta pocilga.

—Oye.

—Me alegra —Louis frunció el ceño. Ronnie rodó los ojos, volviendo a levantar todas esas murallas que rogaban ser derrumbadas—. No, de verdad, porque eres un mocoso insoportable que siempre llegaba tarde y se comía las frutas cuando pensaba que nadie estaba viendo —se quedaron en silencio con una sonrisa socarrona en sus rostros—. Buena suerte en tu vida, Louis.

Lucifer is BritishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora