5. El renegado del cielo

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Un trazo de color verde vibrante rasgó la tela que el muchacho de cabello azabache tenía en frente. Su rostro con cincelada mandíbula y suaves labios pálidos estaba lleno de pintura. Un par de manchas color blanco, color rosa, celeste y hasta un parche de dorado sobre su pómulo izquierdo, bastante cerca de la imperceptible cicatriz de un corte, tapando el moretón que comenzaba a formarse encima del mismo.

Las manos de Zayn trabajaban expertas en aquel nuevo proyecto para la universidad. Él, escondido en un viejo estudio abandonado a más de quince cuadras de su hogar, trabajaba sin parar. Para no perder la beca, para que su vida tuviera un sentido, para no morir ahogado en aquella casa destartalada donde lo esperaba su madre, tan golpeada como él, y con una jeringa a medio enganchar en el antebrazo. Una casa en dónde se encontraba el culpable de cada una de las desgracias en la vida de Zayn, de cada marca; desde la más minúscula, hasta aquellos puntos que le cruzaban las costillas de cuando su padre lo había empujado al sótano, provocando que quedara enredado entre los vidrios rotos de una vitrina que guardaban allí. Casi se desangra aquel día, cuando tenía tan solo quince años.

Zayn era el menor de la familia Malik, pero con la ausencia de su hermano Nasir en casa, se sentía como si fuese el único. Aquello no le molestaba de todas formas, Nasir le daba miedo. Mucho más que su padre.

Su cabello azabache brillaba, por fin, luego de no poder lavarlo por más de cinco días. Se había sentido asqueroso, pero no quería arriesgarse. Nasir había estado de visita, así que tampoco había pegado el ojo por más de treinta minutos seguidos. Era mejor así.

Miró por la ventana cómo el sol se escondía lentamente. El clima había cambiado y comenzaba a hacer frío, pero por suerte no había olvidado su suéter gris.

Entró al pequeño baño descuidado de aquel galpón y lavó sus manos con ahínco hasta quitar la última gota de pintura de sus uñas. Hasta que la piel le quedó ardiendo y roja. Su padre odiaba que estudiara arte, prefería no ponerlo a prueba. Estuvo a punto de darse la vuelta e irse, pero una suave brisa sobre el rostro le hizo dar cuenta del manchón amarillo sobre su parpado izquierdo.

Llevaba en su espalda una mochila extra, pesada, llena de pinceles en sus cajas perfectas y seguras, al igual que las pinturas más caras que pudo costearse...lo cual era bastante barato, al decir verdad. El último vestigio de sol le bañaba la piel morena mientras pedaleaba cada vez más rápido su vieja bicicleta azul. Se le estaba haciendo tarde para preparar la cena y todavía tenía muchísima teoría que resolver para clases, además del nuevo material de lectura que había aparecido como por arte de magia en su casillero hacía una semana. Estaban envueltos en papel metálico de animales de granja y enlazados con un moño purpura. Zayn amaba los colores, y también los animales. Amaba un poco menos su vida, pero no era importante.

Intentó no hacer ruido al llegar, pero su madre lo oyó de todos modos. Una sonrisa fugaz se dibujó en el rostro de la mujer con los ojos tan idos que ni siquiera parecía del todo viva. Zayn se acercó despacio y le acomodó el cabello para comenzar con la misma rutina de todos los días; levantar los vasos y platos desparramados por cualquier superficie, tirar a la basura las latas y botellines de cerveza, deshacerse de las jeringas cuidadosamente, desaparecer huesos de pollo y restos de comida tirados por la alfombra, vaciar los ceniceros, lavar todos los platos, pelar verduras y, si tenía un poco de suerte, picar algo de carne para hacer una sopa o un estofado, y finalmente revisar el correo del día. Todas cuentas acumuladas.

Mientras esperaba que el estofado se hiciera, se dispuso a leer un poco de Teoría del Color y entonces, sin previo aviso...la puerta se abrió. Era él otra vez.

Tariq Ibrahim Malik era un tipo robusto de piel muy oscura y abundante barba negra. Tenía el rictus siempre duro y con una expresión de desprecio en sus pobladas cejas. Usaba camisas rayadas todo el tiempo y pantalones color caqui con unos zapatos más costosos que su viejo Ford Mustang reconstruido. Olía a whiskey barato y cigarrillos. Y tenía una templanza muy corta, casi inexistente.

Lucifer is BritishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora