Harry ha pasado toda su vida cuidando de su alma gemela. Lo conoce desde su nacimiento y ha vigilado cada uno de sus pasos sin intervenir en nada, dejándolo florecer y convertirse en aquel mocoso de veinte años lleno de inocencia y cariño. Ahora lo...
Si había algo en lo que el rey del inframundo era magnifico, eso eran las guerras.
La discordia, el caos, plantar una pequeña semilla que llevase todo a la mierda. Harry no era naturalmente violento, pero por venganza o aburrimiento podía desatar los peores conflictos. Había tentado a Eva simplemente por molestar a su padre, así que no era difícil de adivinar lo que era capaz de hacer por Louis Tomlinson.
La hora de actuar había llegado antes de lo previsto, y él era un tipo muy preparado. Siempre diez pasos delante del oponente, adivinando movimientos, calculado su siguiente golpe.
Su ejército era enorme, pero traerlos a la Tierra suponía un peligro para la humanidad, y más importante, para Louis. Si quería ganar, necesitaba algo pequeño pero voraz. Algo que arrasara. Necesitaba a sus jinetes.
—¿No estás exagerando un poco? Aún no han movido piezas arriba —Andras intentaba ser racional por una vez en su eternidad. Llevaba demasiados años al lado de Lucifer, comprendía que era el ser más testarudo del universo, pero aquel plan era descabellado. La Ciudad Dorada no se había pronunciado todavía ¿Cuál era la necesidad de actuar con premura?
—Si los golpeamos desprevenidos, golpeamos dos veces —Harry se puso la chaqueta beige sobre la camisa verde y volteó a ver a la pelirroja mientras insistía con los ojos negros delatando su naturaleza.
—No, Harry, si golpeamos primero nos van a noquear, es tu padre del que hablamos —Andras escupió en el suelo con desdén—. Necesitamos algo más leve primero, esperar a ver sus movimientos y actuar en consecuencia —Harry lo pensó un momento y de a poco los ojos inhumanos comenzaron a volverse verdes. Una sonrisa ladina se formó en sus labios rellenos.
—Por eso tu eres la estratega, Andras, siempre sabes qué hacer —tomó de la mesa su billetera y las llaves del Porsche —. ¡Nos vemos más tarde!
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La universidad de Louis era estéticamente agradable, pero no muy prestigiosa. Harry sabía que Louis merecía algo mejor, que podía con algo mejor, pero también sabía que el ojiazul aspiraba a algo diferente. No quería solo un título que dijera que era el mejor historiador de Estados Unidos, él quería ser profesor de secundaria; quería influir en los muchachos recién florecientes, quería plantar la semilla de la curiosidad en los adolescentes. Era tan noble y tan utópico... pero Harry no se sorprendía con nada. Conocía tan bien el corazón de su ángel que podía verle el alma. Lo conocía tan bien...que le aterraba confesarle quien era. ¿Hasta cuándo podía seguir aquella omisión con gusto a mentira?
Las miradas de demasiadas personas estaban posadas en aquel auto negro con vidrios tintados y el escultural hombre apoyado en un costado. Louis escuchaba el rumor de las chicas, comentando lo guapo que era el rizado, y de los chicos con los ceños fruncidos y la incógnita pintada en el rictus. Harry había ido a buscarlo, lo cual no tendría por qué sorprenderlo; se lo había dicho, pero es que todavía se sentía inseguro.