44. MI FIEL ESCUDERO.

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LETA

El día despertó caluroso. Dani me escribió varios mensajes. Me encontré a mí misma sonriendo como una idiota.

«¡Por dios! ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?»

Hace años que no sentía eso, que no sonreía por un beso, por una caricia, que no tenía deseos. Mis bragas llevaban quietecitas en su sitio desde que nacieron mis enanos. Por una parte, me sentía avergonzada y culpable por sentir.

Pero, por otra...

Por otro pensé: «Eres rematadamente tonta. Está como un tren de mercancías. Le conoces desde siempre, te gustó hace siglos y te sigue gustando ahora. Eres una escritora de novela romántica, ¿Y si te regalas una aventura?»

Pero, aplicar eso a mí misma, era un esfuerzo tremendo. Yo no me hacía regalos. No estaba acostumbrada a dejarme cuidar, acariciar, a dejar que me quisieran.

En esos pensamientos estaba, cuando decidí salir de mi cuarto. Oí a los niños en la piscina y supe, que para mis padres los mellis eran una carga extra a la que dudaba que estuvieran acostumbrados. Me puse el bikini, una camisola, las chanclas de piscina y bajo. Total, vigilarles era cosa mía.

Mi padre miró los moratones indignado. A los enanos les había contado que me caí de la bici. Ellos iban a vivir en su mundo de colores, hasta que no tuvieran más remedio que crecer. Sobre todo, mi brujita pelirroja.

— ¿Vas a bañarte? —quiso saber.

—No. Salir y entrar en la piscina será doloroso para mi costilla. Pero me mojaré en la ducha y me seco al sol.

—Después abrimos la sombrilla. Solo nos faltaba que te quemes con el sol —dijo mi padre.

El sol era muy agradable. Aún no estábamos en las horas centrales del día y eso era una bendición. Me dormí pensando en los sonidos de la granja, cuando estaba, cuando estábamos allí y éramos una familia maravillosa. No noté cuando abrieron la sombrilla ni cuando alguien me tapó con una toalla. Solo desperté tras un beso en la frente. Abrí los ojos y esa mirada turquesa me hizo sonreír.

—Te has quedado frita ¿soñabas conmigo?—bromeó.

—En realidad, no soñaba nada. Solo estoy cansada. Parece que he corrido una maratón—lamenté.

—Que hayas salido del hospital, no quiere decir que estés recuperada. Has perdido mucha sangre y algunos kilos.

—Aparte de masa muscular. Me va a llevar algún tiempo recuperar mi fondo.

—Tu madre dice que la comida está lista. ¿Quieres que te traiga una bandeja?

—No. Comemos dentro con todos —dije mientras me prestaba su mano para ayudarme a levantarme de la hamaca.

—Gracias.

Y sonreí, deseando encontrar siempre a mi lado a aquel escudero, mi compañero.

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