50. TRAGEDIAS Y MARIDAJES.

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DANIEL

Violeta había creado una pantalla de protección a su alrededor. Parecía ausente, sentada en el suelo, abrazada a sí misma y temblando como una hoja. La policía le tomó declaración. Ella incluso había grabado la conversación en su teléfono móvil y eso aceleraba las pesquisas de los agentes.

Después, ya sola, pareció volver a su estado de aislamiento.

—Cariño, vámonos—dije

 Puse la mano en torno a sus hombros y ella se dejó llevar. Bajamos al garaje,  abrí la puerta del coche e incluso le abroché el cinturón de seguridad.

Cuando llegamos a casa estaba oscureciendo. No hablamos durante todo el camino. Leta estaba como petrificada. Cuando entramos en casa, Martin nos está esperando. Conocía esa cara porque era la misma que tenía cuando murió Richard, según me contó después. Martin le dio un  abrazo y le dijo unas palabras en inglés al oído.

Después se me acercó y me aconsejó con firmeza:

—Sube con ella y que descanse. Llevaré algo de comida. Si no come ahora no lo hará en días.

Leta se quitó la chaqueta y salió huyendo hacia el baño dónde comenzó a vomitar. Le sujeté el pelo y la frente para ayudarla.

—Ya pasó, mi vida. Estás a salvo —La limpié con una toalla mientras llené la bañera con agua tibia.

—Siéntate, déjame desnudarte —supliqué susurrando—. Muy bien. Ahora a la bañera.

Mientras, tomé una camiseta y un pantalón de algodón de debajo de la almohada.

Le ayudé a salir de la bañera, la sequé con la toalla y la vestí.

—Mi vida, háblame, reacciona —dije, viéndola en shock.

—Jaime tuvo una vida muy complicada —comentó.— Nadie le quiso, no le aceptaban ni le motivaban para ser mejor como nosotros hacemos con nuestros niños.

—Cariño, me parece muy loable que sientas lástima por ese tipo —susurré—. Pero yo, ahora mismo, lo odio con todo mi ser. Ha estado a punto de quitarme lo que yo más quiero.—Lamenté.

—Si le hubiera seguido la corriente...—mencionó.

—Basta, cielo —interrumpí, porque no soportaba su culpabilidad—. No quiero hablar más de Jaime. Necesito que descanses, que dejes de temblar. Dime qué quieres. Dime cómo te cuido.

Llamaron a la puerta. Martin sostenía una bandeja con cena para dos. Algo ligero. Salmorejo y unos sándwiches. Le di las gracias y volví a sentarme en la cama junto a ella.

—Mañana tienes que madrugar —dijo— Si tienes que irte lo entiendo.

— ¿Quieres que me vaya? —pregunté.

— ¿Quieres irte?

—Eso no vale —intenté bromear—. Yo quiero lo que tú quieras. Si vas a estar mejor sola ceno y me voy.

—No —confesó—Si me quedo sola empezaré a dar vueltas a su suicidio. Háblame.

—Vale.

— ¿Cómo es el nuevo vino?—dijo sentada en la cama dando sorbitos al vaso de salmorejo.

—Son tres vinos muy especiales—señalé—. Pero el tinto es mi debilidad. Tiene mucho cuerpo y mucha personalidad. El blanco es chispeante, frutal y floral. Y el rosado es una puta locura, una apuesta para abrir mercado.

—Cuéntame con qué los maridarías—sugirió.

—Nena, yo no soy nada purista —mencioné—. Yo combino los vinos según el día.

—Arriésgate.

Me quedé un poco pensativo. Respondí mientras el rostro de Violeta recuperaba algo de color.

—El rosado con un risotto de setas.

—Uhm. Me encanta el risotto.

—Y a mí.

— ¿Qué más?—insistió.

—El blanco con una ensalada de langosta.

—Por favor qué delicia.

—Sí

—Y...

—El tinto con tus besos. Nada me pone más cachondo que beber el vino de tu boca.

—Pero si lo tuvieras que maridar con algo...

—Me encantan las carrilladas de ternera. O puede que con una lasaña de carne. Me encanta el vino tinto y la pasta.

Y me encantó, sobre todo, cuando cerró los ojos y su cuerpo se relajó por fin.


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⏰ Última actualización: Jul 03, 2022 ⏰

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