48. VIVIR O MORIR.

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VIOLETA



El baño era unisex. Eso hizo que, cuando salí del cubículo donde acaba de hacer pis, Jaime estuviera esperándome.

—Enhorabuena, princesa, has estado brillante.

—Sí —afirmé—. La entrevista ha estado bien.

— ¿Qué tal con Daniel, avanza la relación? —quiso saber.

—Más o menos.

— ¿Más o menos? —quiso indagar.

—Daniel es un encanto, pero yo...—dudé para no ofenderle.

—No estás segura.

—No.

—A lo mejor, el hombre de tu vida está por llegar. Igual Daniel no merece una segunda oportunidad—argumentó.

—Necesito tiempo para juzgar eso.

— ¿Crees que no mereces a una persona mejor?

 Me acerqué al lavabo, me lavé las manos y me recogí el pelo.

—¿Alguien mejor? —sondeé.

—Sí —contestó sonriente.

—Eso es algo ambiguo. Alguien, gente, algunas personas...

—Yo, por ejemplo —respondió acercándose a mí.

—Jaime, eres mi editor —refunfuñé.

—Exactamente —dijo muy cómodo con su argumento—. Sé cuál es tu mundo. Sé lo que necesitas, tu tiempo, tu espacio... Pero, sobre todo, te puedo ofrecer la historia de amor que tú necesitas.

—Jaime —intenté explicar—. Tú mejor que nadie, puedes entender que, el amor es así. Te enamoras o no y, a veces te enamoras de quien no nos corresponde, hay que aceptarlo.

— ¿Por qué? ¿Por qué hay que aceptarlo?—cuestionó diría que enfadado.

—Porque el amor no es una bolsa de golosinas que te compras para ti solo, sin compartir con nadie—sostuve—. La otra persona tiene también algo que decir. Los sentimientos del otro también cuentan

— ¿Y si es injusto? —inquirió.

—A veces la vida es injusta —aseguré.

—No debería ser justo, que una parte haga miles de esfuerzos y dé el 100 por cien y la otra no de absolutamente nada.

—No siempre hay química. Surge o no surge. Es así —aclaré.

—Pues no debería serlo —interrumpió enrabietado.

—Claro, ni deberían existir algunas enfermedades, ni las guerras. Pero es así.

 Intenté salir. Pero él había bloqueado la puerta ¿cuándo?

—Déjame salir —exigí.

—No hasta que me escuches —respondió.

—No tengo nada que escuchar—aclamé levantando la voz.

—Hace años dijiste que no te gustaban las mujeres. Ahora soy un hombre.

—No te entiendo.

—Yo era Carmen —confesó por fin.

—¡Carmen!

—Sí, princesa.

—Pues Jaime, o Carmen o quien seas, déjame salir de aquí. No quiero tener nada contigo. Salgamos de aquí y sigue con tu vida.

—No.

—Claro que sí.

—Y tú, tampoco seguirás con la tuya —aseveró.

—Jaime, abre la puta puerta y déjame salir —ordené.

—No. Eres mía.

—¿O tuya o de nadie?

—Eso es—recalcó.

Y, así fue como comprobé que en aquel cuerpo se escondía un alma totalmente perturbada. Tuve muchísimo miedo, pero  también la seguridad de que esa era la ocasión definitiva para demostrarle a ese cuerpo de mente enferma, que no triunfaría con violencia y amenazas.

—Y ¿Qué harás esta vez?

— Tú eres el amor de mi vida.

—¿Sabes lo ridículo que es esto? Es como una pataleta de un niño pequeño

Jaime sacó un cutter. Fue todo como un déjà vu.

«Ahora o nunca» «Vivir o morir»

—Si quieres matarme, lo vas a tener complicado, porque, esta vez, pienso defenderme.

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