12. TE PATEARÁ EL CULO.

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DANIEL

Estaba oyendo desde la puerta, lo confieso, y, decidí intervenir, porque no era justo que Leta acosase a Samuel.

—Buenos días—saludé.

—Vaya, el rey de Roma por la puerta asoma —protestó Leta mientras se disponía a marcharse de la habitación, me puso furioso. La tomé del brazo y me dedicó una mirada venenosa.

—Ni se te ocurra marcharte ahora—amenacé en un tono nada adecuado—

—¿Estabas escuchando o es que eres así de oportuno?—preguntó de modo bastante acusador.

—Estaba escuchando—reconocí.

—Genial—decretó.

—Vengo aquí porque os quiero—comenté—. Porque me siento querido y sois más familia mía, que mis propios padres. Hay un refrán que dice: "el perro y el niño donde ven cariño" y aquí siempre lo he tenido.

—¡Qué tierno!—exclamó.

—Pues sí—afirmé—.Es una desgracia tener unos padres que te puedo decir me han abrazado cuatro o cinco veces que yo recuerde—reconocí con pesar.

—Pues nada. Toma a los míos prestados—bramó— Bueno ya lo has hecho. Te los he regalado 18 años. Y ya veo, que siempre te han dicho la verdad. Que tenías una hija maravillosa, creciendo y criándose muy lejos—gritó—

—Leta y que le digo, ¿Tienes una hija que tiene otro padre?—Se excusó Samuel también enfadado—De verdad. No te entiendo. Parece que lo he hecho todo mal.

—Soy yo quien lo hizo mal—dije—. Cúlpame a mí si eso va a hacerte sentir mejor

—Llamé a tu madre—confesó Leta—

—¿¿¿Qué???—preguntamos Samuel y yo al mismo tiempo.

—El día que nació Jasmine la llamé y le supliqué que te lo dijera, que solo quería mandarte una foto para que vieras lo preciosa que era. Fue horrible. Me dijo que esa niña podría ser de cualquiera, que tú estabas casado con una chica de buena familia y que si no había abortado, era mi problema—Leta empezó a llorar y yo la abracé.—

—Lo siento nena.

Samuel cerró los puños y agitó la cabeza. También se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Quiero reconocer a Jas—afirmé—

—Eso háblalo con ella. Por mí no hace falta.

—Nena, sé razonable—<<te quiero>>—dijo mi mirada—

—Jas tuvo un papá—sentenció

—Un padre maravilloso, que me dejó el privilegio de dar mis apellidos a un bebé que el crío y educó muy bien, además de amar a la mujer que yo dejé marchar por idiota. Una mujer diez.

—Igual me tenéis idealizada—se lamentó—

—No creo—sonrió su padre—

Leta se sirvió un café y pareció reflexionar antes de hablar.

—Cuando llegué a Australia apenas sabía cuidar de mí misma—relató—Todo era nuevo. El idioma, el trabajo al que no estaba acostumbrada. Echaba esto de menos, a todos vosotros. Y en algún momento, llegué a pensar que lo mejor hubiera sido abortar, y haber seguido con mi vida como si nada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas—

—Pero sabes que no hubieras podido—declaré.

—No —dictaminó—. Jasmine es lo mejor que me ha pasado en la vida. Richard me protegió cuando murió el tío. Aprendí  todo. El idioma, a montar a caballo, a pescar, sembrar, recolectar a conducir un coche y un tractor y también a amar. Sé que es injusto que te culpe de algo que no sabías. Pero te aguantas. Os aguantáis los dos.—Dijo, limpiándose los ojos con la manga de la camiseta, como cuando tenía 5 años.—

—¿Puedo hacer algo?—ofrecí.

—Ya lo has hecho—

—¿El qué?—pregunté, porque no había hecho nada aún—

—Crecer.

—Ni hablar—confesé, mientras sonrío por la locura que estaba pensando hacer en cuanto la había  observado, con sus vaqueros y una simple camiseta—

—¿Cómo?

Me fijé en que estaba descalza. La cogí en brazos, salí al jardín corriendo y me tiré con ella en brazos a la piscina. Me esperé lo peor. Pero Leta estalló en carcajadas. En ese momento Jasmine abrió la verja, se acercó a la piscina, cruzó los brazos y conteniendo una sonrisa me dijo:

—Y ¿ahora? ¿Qué vas a hacer? ¿besarla?

Y eso mismo hice. Pero claro. No podía ser todo perfecto. El bofetón debió resonar en todas partes, porque Samuel se asomó desde la cocina.

Leta se enrolló en una toalla y subió a su habitación. No volví a verla.

Su padre se sentó conmigo al sol. Hacía un calor que pronto secaría mi ropa. Y si no daba igual.

Samuel traía una botella de pacharán y dos vasos con hielo.

—Hoy necesitamos algo fuerte—dijo

—Como siempre tienes razón—contesté sonriendo aún—

—No lo intentes—me previno—

—¿El qué?—pregunté—

—Conquistarla.

—Ya no es una niña—le avisé—

—No es por ella. Es por ti. Te va a patear el culo

—Tengo que intentarlo. No dejo de pensar en ella—le confesé—

—Veo cómo la miras. Casi me das pena.

Pero nos dio la risa.


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