Capítulo 23

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Richard Camacho

Tomo la mano de Sibylle con la mía, ya no había rastros de lágrimas en su rostro y eso me hacía sentir mejor. Verla llorar me partía el alma, y más cuando lloraba por mi culpa.

Sabía que envolverme con ella cuando nuestra relación debía de ser únicamente profesional no estaba bien, pero así había surgido y por mucho que me jodiera admitirlo no me arrepentía de nada.

Ella me encantaba, no era un secreto ni para mi, ni para ella, ni para nadie.

La llevo conmigo al piso en donde trabaja, nos ganamos la atención de todos los allí presentes pues el jefe acababa de entrar con la chica de prácticas de la mano.

Ahora se venía lo bueno.

—Chivata.— la acusa una de las chicas mientras se cruza de brazos.

—Chivata tu abuela.— se defiende.

Si las miradas mataran ella ya estaría con cinco cuchillos en el pecho y enterrada a siete metros bajo tierra...

Sibylle era tan expresiva.

—Todavía no he dicho nada.— dije posando mi mirada en todos y cada uno de los allí presentes.

—No, pero nos imaginamos de que se trata.— dice una, que si mal no me equivoco se encargaba de dar prestigio a la empresa. Yo alzo una ceja para indicarle que siga hablando—. Todos aquí sabemos que se está follando a su jefe, es decir, a ti.

—¿Y qué tiene de malo eso?— hago la tan esperada pregunta, dejando a todos callados por al menos minuto y medio, adoraba causar esta tensión en medio de tanto drama—. Si mal no recuerdo, todas lo habéis intentado alguna vez, que me haga el tonto no significa que no me de cuenta de las miradas coquetas, de vuestro andar de modelos cuando estoy cerca, de cómo os arregláis el cabello o de los camuflados dobles sentidos en las oraciones que cruzamos.

Puedo ver como la gran mayoría capta la indirecta, incluso algún hombre llega a sonrojarse por lo que acababa de decir, otros simplemente desvían la mirada mientras su cuerpo es llenado por la vergüenza.

—Antes de hablar de los demás, pensad un poco en lo que vosotros mismos hacéis.— indico apretando ligeramente la mano de la chica que tengo al lado—. Independiente de si está o no conmigo, se está volviendo un pilar fundamental en esta empresa. Daros la oportunidad de conocerla, de dejarla brillar en su trabajo...

Tomo una respiración antes de continuar hablando yo, porque al parecer nadie más se atrevía a pronunciar palabra.

—No voy a tolerar ninguna falta más de este tipo, no va solamente dirigido a ella sino a todos. Aquí se viene a trabajar, todos somos adultos así que comportémonos como tal. El primero que se quiera pasar de listo ya tiene un pie fuera de la empresa, aviso.

—Hablas como si fueras a acostarte con otra chica cuando ella se vaya, porque está claro que no se va a quedar.

Hay que tener cojones para contestarle a tu jefe de esta forma y más después de todo lo que acababa de decir.

A veces es difícil mantener la calma y recordarme que tengo que ser paciente.

—Mi vida privada ni te importa ni te interesa así que voy a ahorrarme saliva a la hora de hablar contigo.— respondo con claridad—. ¿Alguien más tiene algo que decir?

Todos niegan con la cabeza, escucho algún que otro "no" por lo bajo.

—No seáis unos falsos, que después estaréis reclamando el resto del día.— me quejé ladeando la cabeza—. Solo voy a recordaros una vez más que quien manda aquí soy yo, por algo soy el jefe y por algo me llaman magnate Camacho. Si vosotros sois malos, no os preocupéis que yo seré peor.

Salimos de allí sin prisa, no pretendía escapar de ellos ni tampoco rebajarme a su nivel. Si había algo que decir se hablaba a la cara, sin rodeos. No veía la necesidad de dar una sonrisa y después joder a ls espaldas.

Tanta hipocresía junta no era buena.

Tal vez iba siendo momento de renovar personal... Mandar a estos a alguna empresa de lejos y traer a personas educadas, profesionales y capacitadas para su trabajo, que no pierdan el tiempo con niñerías.

—¿Estás bien?— preguntó la dulce voz de Sibylle, ella también se había mantenido callada todo el maldito tiempo.

—Si.— respondí de forma breve.

—Te dije que no quería hacer esto...

—Y yo te dije que te escogería a ti sobre todos, incluso sobre mis propios empleados.— admití una vez más.

—No es por nada... Pero tus empleados son unos capullos.— dijo poniendo los ojos en blanco—. Deberías de bajarle el sueldo.

Una risa se escapa de mis labios sin poder evitarlo, ella siempre tenía ese truco y por eso la adoraba. Mi mal humor se rebaja al menos un poco, ya no estaba contra el mundo...

—Mejor olvidemos a mis empleados y bésame.— demandé, ella sonrió divertida para después hacer caso a mi petición. Sus labios atraparon los míos con dulzura, envolviéndome una vez más en el cálido roce que tanto amaba.

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora