Capítulo 1

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Richard Camacho

Camino de un lado a otro en mi oficina tratando de buscar una solución al problema del que tanto se estaba hablando últimamente en todos los periódicos y televisiones del mundo.

El hecho de que Zabdiel esté de vacaciones me está dando a mi el doble de trabajo, no tenía ni la menor idea de cómo organizarme estos días, creo que incluso tenía varias reuniones a la misma hora y eso, definitivamente, me iba a ser imposible.

—Señor Camacho, Sibylle Stone exige verlo.— dijo mi secretaria entrando en mi oficina sin siquiera tocar la puerta.

¿La educación no era algo gratis?

No le costaba usarla.

—Estoy ocupado, dile que mañana podremos hablar sin ningún problema.— digo sin molestarme en mirarla.

—Señor, lleva diciendo lo mismo durante tres días seguidos... No creo que a ella le agrade la idea de venirse a Estados Unidos para hacer las prácticas y que usted pase de ella en el trabajo.

—¿En algún momento pedí tu opinión?— pregunto, ahora si, fijando mi vista en ella. Es rápida en negar con la cabeza—. Bien, entonces limítate a hacer tu trabajo y a no opinar sobre lo que yo haga o deje de hacer.

—Lo lamento, señor.— murmuró antes de salir de la oficina, cosas de este estilo estaban dándome dolores de cabeza.

¿Es que acaso no habría un momento de paz para mi entre tanta mierda?

No recordaba a una tal Sibylle Stone, ni las prácticas en esta empresa ni nada por el estilo. Estaba actuando como un mal jefe en estos momentos, la chica había pedido hablar conmigo en varias ocasiones y en todas ellas me negué.

¿Qué imagen tendrá ahora de mi?

No podía permitir el lujo de ensuciar mi reputación por una simple estudiante en prácticas, tendría que hablar con ella y pedirle disculpas por no hablarle estos días. Era un magnate, debía entender que tenía más asuntos a los que hacerle frente.

Entre esos asuntos había cosas que ni siquiera me correspondían a mi, ¿para que le pagaba al relaciones públicas? Se supone que él debería de encargarse de mantener la imagen y de promocionar, no que yo tenga que hacerlo.

Camino hasta la silla que está tras el escritorio y dejo mi saco en esta, sabía de sobra que para eso estaban los percheros pero no perdería mi tiempo en una tontería de esas. Desabotono los dos primeros botones de mi camisa y me remango, tal vez la apariencia no es ni por asomo la misma pero no quería verme tan ahogado.

Salgo de mi oficina y voy directo al piso donde se encontraba la nueva chica de la empresa, no había visto ni una foto suya así que la tendría complicado para reconocerla.

Mentira.

Mentira.

Mentira.

Al llegar, mis ojos van directos hacia una persona que destacaba entre las demás y que no se me hacía para nada conocida. Era alta y delgada, tenía un culito respingón y unos pechos grandes y admirables, su cabello era largo y listo, sus ojos se veían muy expresionismo bajo esas largas pestañas decoradas con rímel, sus labios eran gruesos y deseables.

No puedo creer que esté hablando de esta forma sobre una jovencita que trabaja en mi empresa...

—Sibylle Stone.— pronuncio su nombre despacio, como si lo saboreara en mis labios.

Es ella quien me mira, su piel perfectamente bronceada le da un toque de fantasía. Era hermosa de los pies a la cabeza y además vestía muy bien, si esta mujer no era perfecta estaba muy cerca de alcanzar la perfección.

—Soy yo.— dijo caminando hasta mi—. Pensé que no podías atenderme.

Su acento español retumba en mis oídos durante unos segundos y una sonrisa se forma en mis labios.

Cyara también era española pero aún así había algunas variaciones en el acento, tendría que ver de qué sitio en específico era para poder comparar.

—En realidad no podía pero quise hacer una excepción.– dije mirándola más detalladamente—. Oye, ¿no eres muy joven para haberte operado los pechos?

¿Por qué diablos tuve que preguntar eso?

—No me los he operado.— respondió con una sonrisa burlona—. Lo única operación que hice fue inyectarme los labios, todo lo demás es natural.

—Bendita naturaleza.— murmuré sacudiendo mi cabeza.

La escuché reír por lo bajo, había reparado en sus ojos pero no en lo perfectas que se veían sus cejas.

—Oh, tampoco son naturales.— dijo al darse cuenta de que las estaba mirando, acto seguido pasó su dedo índice por estas—. Me las he tatuado, es un truco de belleza... Ya sabes, así no hay que preocuparse por depilarlas o por dibujarlas.

—¿Te has tatuado las malditas cejas?— cuestioné incrédulo.

A mi me gustaban los tatuajes, pero nunca había conocido a alguien así...

Tatuarse las cejas, ¿a quien se le ocurre?

—Si, una locura ¿eh?— murmuró divertida—. Tienes la misma expresión que mi madre cuando se lo conté.

—Es que... No parecen tatuadas.

—Es la idea.— respondió con obviedad.

No tenía ni la menor idea de cuando la conversación dio este giro... Ah no, que nunca fue una conversación formal.

—Sibylle, pasemos a mi oficina que tenemos que hablar un par de asuntos.— indiqué señalando con la mirada las escaleras.

Ella asintió ligeramente antes de echarse a andar delante de mi, dándome una muy buena vista de cómo sus nalgas se movían y del sensual balanceo de caderas que hacía al caminar.

Tomé una profunda respiración obligándome a desviar la mirada de ella, no iba a sexualizar a una mujer de tal forma.

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora