Capítulo 9

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Richard Camacho

Me di cuenta de que no estaba haciendo nada sensato cuando la tuve recostada sobre mi escritorio, con nuestra ropa en el suelo y ambos gimiendo.

—Jodida mierda, Sibylle...— sisee cerrando los ojos, mis manos tomaron con más fuerza de sus caderas para después seguir penetrándola.

Esto no era lo correcto.

Y este no era el mejor momento para darme cuenta.

—Ni se te ocurra detenerte.— murmuró al darse cuenta de mi estado.

Sus piernas se envolvieron en mi cintura y sentí los talones de sus pies empujar contra mis nalgas.

—No pienso parar ahora.— admití antes de inclinarme hacia ella para besarla una vez más.

Sus labios me hicieron olvidar de todo durante lo que duró el beso, como si estar follando a una chica que estaba de prácticas en mi empresa fuera lo más normal del mundo.

Sus dientes atrapan mi labio inferior y yo inevitablemente gimo.

El cuerpo me arde, una fina capa de sudor está presente en mi piel y mi corazón no puede latir con más intensidad dentro de mi pecho. Embisto una y otra vez en ella, no necesito de muchos más movimientos para hacer que se corra al tiempo que se retuerce de placer en mi escritorio.

—Richard...— gimió cuando sus uñas se clavaron en mi espalda, deslizó estas por mi piel dejando una fina línea a su paso.

Arañazos, lo que me faltaba.

La beso una vez más cuando mi orgasmo estalla en mi cuerpo, me corro en ella y dejo que mi semen la llene.

—Esto está mal...— digo apoyando mi frente con la suya, una sonrisa se forma en sus labios al tiempo que lleva sus manos a mi pecho.

—Algo que se sintió tan bien no puede estar mal.— susurra negando con la cabeza—. No soy asexual... He disfrutado muchísimo esto y tú sigues atrayéndome.

—¿Qué vamos a hacer al respecto, muñeca?— cuestioné sonriendo.

—No lo sé.— respondió encogiéndose de hombros—. Nunca antes me había pasado algo similar así que...

—Dejemos que las cosas fluyan.— murmuré dejando un pequeño beso en sus labios.

Acaricié su mejilla con delicadeza antes de separarme de ella, por inercia mis ojos bajaron hasta sus muslos y reí al notar mi semen corriendo por la cara interna de estes.

Busqué en el segundo cajón del escritorio por un paquete de clinex, al encontrarlo tomo uno de los pañuelos y me dedico a limpiar el desastre de fluidos que dejamos en sus piernas.

—Gracias.— susurró mirándome a los ojos.

—No tienes nada que agradecerme, Sibylle.— respondí guiñándole un ojo—. ¿Te ayudó a vestirte o puedes con eso?

—¿Ya te molesta verme desnuda?— pregunta alzando una ceja.

—Por supuesto que no, retas ni autocontrol.— aclaro—. Me será imposible concentrarme si tengo tu cuerpo desnudo delante...

—No tendría problema en que volvieras a follarme.— dice mientras empieza a vestirse, yo imito su acción con mi ropa y cuando terminamos nos quedamos mirándonos el uno al otro sin pronunciar palabra.

La magia de los pequeños momentos.

Haberla hecho feliz con algo tan simple como era atraerle me llenaba de orgullo y también me ponía feliz a mi.

Y es que verla sonreír era más bonito que firmar un jodido contrato con el mismísimo Amancio Ortega.

—Debería de seguir trabajando.— dijo ladeando la cabeza—. Supongo que nos veremos en otro momento, jefe.

—Todavía tenemos algo de lo que hablar.

Alzó una ceja esperando a que continuara hablando.

—La cena de este fin de semana.— digo cruzándome de brazos.

—¿Qué pasa con eso?

—Tú dime a qué hora paso por ti.— muerdo mi labio inferior y miro atentamente su reacción.

—¿Estás diciendo eso en serio?

—Nena, yo no bromeo con cosas así.—  admito.

Aprieta los labios nada más escucharme y se queda con la mirada perdida en algún punto de la oficina.

No tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando en su mente pero no me gustaba que se quedara callada durante tanto tiempo.

Había mucho que hablar, mucho que decir y mucho que contar.

¿Cual era la necesidad de quedarse callada?

—Creo que no eres consciente de que todos los que están en esa cena son ídolos para mi.— dice jugando con sus dedos—. Va a ser raro... Y yo no quiero que sea una cena incómoda por mi culpa.

—No lo será, se mantendrá un ambiente muy agradable porque con ellos ocho siempre es así.— le hago saber.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.— asiento con la cabeza.

—A las nueve estaré lista.— deja un beso sonoro en mi mejilla antes de caminar fuera de la oficina, dejándome a mi con una sonrisa tonta en los labios.

Todavía quedaban días para eso pero me era inevitable pensar en todo lo que podría pasar en una simple noche.

Al final Fiamma iba a tener razón y terminaría siendo la cupido de Estados Unidos...

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora