Capítulo 24

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Sibylle Stone

Los días pasan, las semanas también se van y con ellas los meses de mis prácticas en Estados Unidos.

Miro la maleta preparada encima de mi cama y suelto un suspiro al recordar que hoy sería mi último día aquí, que era cuestión de horas para tomar ese avión y regresar al lugar al que pertenecía. No quería que todo se malinterpretara pero había cosas que eran mejores de una forma que de otra.

La opción fácil sería quedarme.

Pero yo no era una chica de opciones fáciles.

Tenía que enfrentar mi realidad y darme cuenta que todo lo aquí vivido había sido increíble más no productivo. Ahora mi carrera estaba oficialmente terminada y solo era cuestión de tiempo encontrar trabajo en una empresa que valorara todo mi esfuerzo y mis ganas por el negocio, cosa que en Estados Unidos veía muy complicado.

Europa siempre sería Europa... Y yo amaba el continente de donde procedía.

Sin embargo, también amaba algo que se quedaría en Estados Unidos...

O mejor dicho alguien, nada más y nada menos que el magnate Camacho.

Era el último día y había decidido dármelo libre, ¿pero que haría yo sola en un lugar tan grande y con tantas cosas para hacer? Nada. Porque me conocía a mi y sabía que podría pasarme el día soñando pero sin ponerle intenciones de hacerlo.

Finalmente me decido por ir a la empresa, quería despedirme de él como Dios manda y llevarme un bonito recuerdo de la despedida.

—¿El señor Camacho se encuentra en su oficina?— le pregunto a su secretaria en cuanto llego al edificio.

—No, se ha tomado el día libre porque tenía asuntos personales que arreglar.

—Oh, entiendo... Gracias de todos modos.— respondo con una breve sonrisa en los labios.

Entendía a la perfección que tenía su vida privada que arreglar y mantener... Pero aún así me dolía que no quisiera despedirse de mi, después de todo lo que habíamos vivido juntos en estos tres meses...

Saco mi teléfono móvil del bolso y busco su número en mis contactos, antes de apretar en el icono de llamar recibo su llamada.

—¿Pero que carajos...? — cuestiono antes de atender a la llamada—. ¿En donde estás?

—No, ¿en donde diablos estás tú?— pregunta con un toque de diversión en la voz.

—En tu empresa... Quería despedirme de ti.— confieso—. Pero tú no estás aquí así que ya me voy...

—Nena, yo estoy en tu casa porque también quería despedirme de ti.— su risa llega a mis oídos y de inmediato una sonrisa aparece en mis labios.

—No te muevas de ahí, estaré en diez minutos.— respondo con simpleza.

La simple idea de que pensáramos en lo mismo me hace reír, este tipo de coincidencias solo me indicaban que lo iba a extrañar muchísimo...

Lo vi feliz, lo vi llorando, lo vi borracho, lo vi enfadado, lo vi en todos sus estados posibles y aún así lo amé en cada uno de ellos, me repetí una y otra vez cuanto me dolería al terminar todo y creo que todavía no soy consciente de ello.

—Buenos días, nena.—saluda Richard con su mejor sonrisa, estaba apoyado en el capó de su coche con los brazos cruzados sobre su pecho.

Yo no sé si es o no el amor de mi vida... Pero desearía tanto que si lo fuera...

—Buenos días, señor Camacho.— respondo con una sonrisa divertida mientras me acerco a él.

Sus brazos rodean mi cuerpo para pegarme al suyo, mi cabeza queda apoyada en su pecho dejándome oler el rico perfume de Eternity que usaba, el latir de su corazón se escuchaba en mi oído izquierdo mientras que una de sus manos acariciaba mi espalda y él apoyaba su cabeza sobre la mía.

—Dime que vas a quedarte, por favor... Que no irás y me dejarás aquí solo...

—Lo siento.— susurro—. Pero tengo que hacerlo, recuerda.

—Entonces dime que volverás, nena... Sabes de sobra que estoy jodidamente enamorado de ti.— admite—. Recuerdo que me dijiste que Europa era muchísimo mejor y no hay duda en ello, si quieres trasladaremos todo para allí pero por favor no me dejes.

—No seas exagerado... Tú sabes mejor que nadie que tus temas amorosos hacia una mujer no deben de influir en tu trabajo.

—Pero es que tú no eres una mujer cualquiera, eres el amor de mi vida...

Alzo la mirada para encontrarme con sus ojos empañados, yo a Richard le debía mucho y pagárselo de esta manera era la más cruel de todas. No me merecía a un hombre como él.

—Gracias.— susurré—. En serio, muchísimas gracias...

—¿Por qué..?

—Porque has sido mi primera vez en muchas cosas, eres la persona a la que abrí mi alma, entraste a mi vida, a mis problemas, a mis logros, te permití conocerme física y mentalmente. ¿Cómo puedo explicarte lo agradecida que estoy contigo?

—Volviendo a mi, Sibylle... Te amo tanto que todo esto me parte el corazón.

Ojalá yo pudiera pronunciar esas palabras con tanta facilidad...

Pero no puedo.

No cuando sería darme ilusiones a mí misma y también a él.

Por supuesto que lo amaba, como nunca antes había amado a nadie... Llegó tan de repente y le dio una vuelta completa a mi mundo, cambiándome las ideas, las opiniones y la forma de ver la vida.

Ese día lloré como niña antes, en realidad lloramos juntos.

Me hizo el amor por última vez, dejó sus caricias y sus besos marcados en mi piel, y me abrazó contra su cuerpo como si no quisiera perderme.

Pero la historia ya estaba escrita y no tenía caso arrancarle las últimas hojas al libro.

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora