Capítulo 7

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Richard Camacho

Mi secretaria me detuvo con el único fin de decirme que tenía unos papeles encima de mi escritorio y que era urgente que los firmara cuanto antes.

Se supone que el jefe era yo y por lo tanto quien daba las órdenes también.

Gruño frustrado sabiendo que la conversación con Sibylle tendría que esperar, me picaba la curiosidad por saber que tanto había hablado con Fiamma. La italiana era peligrosa con la lengua, no por nada era una de las mujeres más exitosas en el mundo de los negocios, porque sabía que decir, como decirlo y cuando decirlo.

Pagaría por ver una discusión suya con el magnate Pimentel, no apostaría demasiado por ninguno de ellos porque conociéndolos y sabiendo del potencial de ambos sería complicado decir quien ganaría.

Me es inevitable reír cuando veo que el teléfono tengo al menos siete mensajes suyos, presiono el botón para llamarla y espero a que me conteste.

—¿Y ahora qué? Estoy ocupada, Camacho.— se queja al otro lado de la línea.

—Eso no justifica que tenga tantos mensajes tuyos...

—Supéralo, han pasado al menos quince minutos desde que te escribí.

—¿Y?

—Quince minutos son suficientes para entretenerme con algo... o con alguien.— murmuró divertida—. O con algo de alguien.

—Jodida mierda, no quería saber eso, haré como que esta conversación nunca tuvo lugar.— murmuré antes de colgar la llamada, haciendo que lo último que se escuchara fuera su risa.

No me sorprendía, eran Fiamma y Joel así que de ellos no me esperaba menos.

Decidí leer los mensajes de italiana y reí al darme cuenta que se trataba de una maldita cena, una que solíamos hacer siempre todos juntos. Este año todos tendrían pareja excepto yo, nadie se esperaba que sería el último soltero del grupo... Es decir, soy más encantador que esos hijos de puta.

Termino diciéndole que voy a convencer a Sibylle de que venga conmigo, porque sinceramente me agradaba su presencia además de gustarme físicamente así que no me opondría a tenerla conmigo este fin de semana y en compañía de los que consideraba mi familia.

Me dedico a ordenar todos los papeles que había encima de mi escritorio y a firmar solo los que requerían de una forma para días próximos, todavía había contratos de los que no estaba seguro en firmar así que podrían esperar más tiempo sin ningún problema.

La puerta sonó un par de veces y, aunque odio que me molesten cuando estoy en mi oficina, indiqué con toda la amabilidad del mundo que pasara.

Agradecí por que fuera así ya que la chica que entró no era otra más que Sibylle Stone.

Sus ojos estaban hinchados y rojos, suficiente para hacerme levantar de mi asiento con rapidez y acercarme a ella.

—¿Qué ha pasado?— pregunté con preocupación.

Su labio inferior tembló ligeramente antes de que se le escapara un sollozo y rompiera a llorar, envolví mis brazos alrededor de su cuerpo y se aferró a mi como si la vida se le fuera en ello.

A lo largo de mi vida había visto llorar a miles de personas pero nunca antes alguien me había importado tanto como la chica que tenía ahora entre mis brazos.

Lloraba desconsoladamente sin importarle que mi camisa estuviera quedando llena de su maquillaje y empapada de sus lágrimas.

Como si lo único que importara ahora fuera llorar para desahogarse y poder romper el nudo de su alma.

—Ya está, cariño.— susurré acariciando su cabello—. Respira, todo está bien ahora.

Pareció hacerme caso porque tomó un par de respiraciones antes de alejarse de mi, por sus mejillas todavía escurrían un par de lágrimas pero en sus labios se había formado una sincera sonrisa.

—Es que no vas a creerme.— murmuró emocionada.

—Te creeré cuando me lo digas.— respondí ladeando la cabeza.

—Tú me atraes.— susurró llevándose las manos a la boca para ahogar un grito en ellas y después romperse a llorar otra vez.

Vaya, yo pensando que era algo malo ya que se había puesto a llorar...

Espera, ¿ella cree que es malo que yo le atraiga y por eso llora?

—Joder,  Richard... Toda mi vida creí que era asexual y apareces tú para darle una jodida vuelta a todo y ponerlo patas arriba.— murmuró sacudiendo su cabeza—. Me atraes, me gustas y lo único que quiero es poder demostrarme a mi misma que no soy asexual... Por favor, ayúdame.

La chica tan empoderada, envidia de todas en la empresa, una diosa de los pies a la cabeza, estaba mirándome con los ojos llenos de lágrimas tal cual lo haría una niña pequeña y rogándome por ayuda.

Ella quería esto y, ¿quien era yo para negárselo?

Me tenía embobado desde el primer día, aunque yo no admitía eso en voz alta, y si tenía que olvidarme de nuestro trato profesional lo haría. Podía ser muy formal dentro del mundo laboral pero fuera de este...

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora