Capítulo 2

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Sibylle Stone

Verlo en revistas y televisión era una cosa pero verlo en persona... El chaval ganaba mucho más de esta forma, se veía radiante y extremadamente guapo. Los aires de elegancia y superioridad se notaban a lo lejos, las chicas suspiraron cuando lo vieron entrar por la puerta y sus ojitos brillaban dando a entender que todas se sentían atraídas por él.

Casi sentí lo mismo, por un momento me olvidé de mi asexualidad.

Era un hombre muy majo, a decir verdad, me reí bastante con lo poco que pude hablar con él. Sobre todo al ver su expresión al enterarse del microblading que me había hecho.

—Por aquí, señorita Stone.— me indicó al abrir la puerta de su oficina, me fue inevitable no quedarme maravillada entre tanta profesionalidad.

Me imaginaba algo de este estilo, pero aún así superó mis expectativas. Todo estaba perfectamente ordenado, limpio y con unas increíbles vistas de la ciudad.

—¿Te gusta?— cuestionó son una sonrisa ladeada en los labios.

—¿Alguien te dijo que no le gustaba?— pregunté poniendo una mano en la cintura.

El que dijera que no le gustaba es que no tenía ojos en la cara para apreciar semejante fantasía.

—No.— admitió—. Pero podrías ser tú la primera.

—Podría, pero no es el caso.— dije encogiéndome de hombros.

Me indicó con la mirada que tomara asiento así que caminé hasta una de las sillas que estaba frente a su escritorio y dejé que mi culo se acomodara allí. Él tomó asiento frente a mi, clavando sus codos en el escritorio y mirándome directamente a los ojos.

—¿Por qué decidiste venir a Estados Unidos?— preguntó curioso—. Europa tiene muy buenas competencias de esta misma rama.

—Dicen las malas lenguas que trabajar en Norteamérica te da un futuro asegurado.

—¿Malas lenguas?

Sonrío con picardía ante la pregunta.

—Por supuesto, si fueran buenas ya sabrían que Europa sobrepasa esto ya que es mucho mejor.— murmuré divertida.

El comentario no le agradó, esa era la intención. Sabía que no debía de jugar con un magnate de tales dimensiones pero a mí siempre me había gustado jugar y no quería hacer la excepción con este chico.

—¿De que parte de España eres?— me preguntó inclinándose tan sólo un poco.

—Vengo de un pequeño pueblo situado entre Alicante y Valencia.— respondo sonriente—. A pesar de que actualmente vivo en Ibiza.

—Estuve varias veces en Ibiza.— me hizo saber, acto seguido se pasó la lengua por los labios como si estuviera recordando lo bien que se lo pasó en tal sitio.

No sé, pero no me sorprende...

Ibiza es conocida especialmente por su animado ambiente nocturno y sus noches interminables.

—Seguramente has hecho de todo menos negocios.— dije burlona.

Touché.— murmuró con diversión—. Tal vez nos hayamos visto antes en alguna fiesta de por ahí...

—¿Estás insinuando que pudimos habernos acostado?— chasqueo mi lengua— No, no has tenido esa suerte.

—Yo no estaba insinuando tal cosa...— dijo por lo bajo.

A lo largo de mi vida me había acostado solo con dos chicos, los dos fueron un ligue de discoteca y con los dos sentí lo mismo, es decir, nada.

Intenté sobre todas las cosas que me gustara, poder disfrutar del sexo al igual que las demás personas pero no, al momento de quitarnos la ropa se me iban las ganas de todo.

Igual el problema lo tenía yo.

Richard me miraba lleno de curiosidad, como si intentara adivinar que se pasaba por mi mente o qué cosas escondía tras mi apariencia.

—Soy asexual.— solté como si nada, como si entre los dos hubiera ese grado de confianza que necesitas con alguien para decirle este tipo de cosas.

Y es que nadie en mi familia sabía de esto, ni mucho menos mis amigos. Lo que menos quería era dar pena.

—¿Qué?— preguntó pestañeando un par de veces.

—Pues eso, que soy...— empecé diciendo.

—Ya te escuché.— me interrumpió sacudiendo su cabeza—. Pero me resulta muy difícil de creer que lo seas, es decir...

—No aparento serlo.— terminé la frase por él—. Por estas cosas es que no hay que fijarse en las apariencias...

—No tienes que sentirte mal por eso.— dijo levantándose de su silla y caminando hacia mi, se puso de cuclillas frente a mi y me miró con comprensión.

—No es que me sienta mal, es que nunca se lo dije a nadie y... Es muy diferente asimilarlo en tu propia mente que decirlo en voz alta.— confesé soltando un pesado suspiro—. Supongo que inspiras confianza.

Él me dedicó una sonrisa al tiempo que acunaba mi rostro en sus manos.

No creo que le diera esta atención a todos sus trabajadores, por un momento se olvidó de la formalidad y profesionalidad para darme su apoyo en un tema que en el fondo me aterraba y me daba pánico.

Magnate CamachoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora