Sibylle StoneDe nada me sirve decirle que lo siento, él había hecho un trabajo increíble para que ahora su socio lo dejase plantado en este proyecto. Richard no se lo merecía, él solo se merecía cosas buenas...
—Deberías de seguir adelante tú solo.— aconsejé, él alzó la mirada de la pantalla de su ordenador a mi y casi se ríe.
—Dime que eso era un chiste.
—No lo es, estaba hablando en serio.
—Tendría que estar completamente loco si aceptara seguir en el proyecto sin un socio como González...
Una sonrisa maliciosa se tuerce en mis labios al tiempo que ladeo la cabeza y lo miro.
—Que suerte que tú estés completamente loco.— murmuro divertida.
Ríe negando con la cabeza, apoya sus codos en el escritorio y alza sus cejas en mi dirección.
—Dime algunos motivos para hacerlo.
—No te voy a decir nada, te lo voy a mostrar.
Me levanto de mi asiento y rodeo su escritorio para finalmente sentarme en sus piernas, sus brazos terminan alrededor de mi cintura y nuestras bocas pegadas. Sus labios y los míos ya se conocían a la perfección y aún así batallaban para ver quien de los dos ganaría el dominio del otro.
—Eres el magnate Camacho, el mejor hombre de negocios que he conocido...
—¿A cuantos has conocido?— preguntó burlón, ganándose un golpe en el brazo por mi parte.
—Eres capaz de todo lo que te propongas, Richard... Esto se te queda corto si le pones ganas.
—Querrás decir si le pongo un par de millones.
—Puedes ponerle todo el dinero que quieras pero si no pones mano dura y esfuerzo no consigues nada, así que déjate de hacer el gracioso conmigo que ambos sabemos cómo funciona esto.— tomo su rostro con mis manos y lo acuno—. Puedes hacerlo, Richard.
—¿Y si no?
—¿El magnate Camacho tiene miedo?— chasquee la lengua en señal de desaprobación—. No es lo correcto en hombres de éxito.
—Todos tenemos la posibilidad de caer y esto es muy arriesgado...
—¿Confías en mi?
—Por supuesto que confío en ti.
—Entonces hazlo, sigue con el proyecto tú solo, yo confío en que lo lograrás.
Sus labios volvieron a atrapar los míos y me besó mucho más apasionado que antes, gemí, gimió, y ambos gemidos se ahogaron en nuestras bocas como si fueran inexistentes.
Mis manos descendieron desabotonando su camisa hasta dejar su pecho y abdomen al descubierto, acaricié su cálida piel con la yema de mis dedos hasta llegar a su pantalón.
Gimoteé frustrada al no ser capaz de deshacerme de su cinturón, fue cuando él se encargó de la acción. Al parecer no era la única caliente y desesperada.
—¿Estás segura de esto?— cuestionó cuando bajé la cremallera de su pantalón y liberé su polla de dentro.
Observé sus venas marcadas en esta, sentí sus palpitaciones en mi mano y me relamí los labios volviendo la mirada a él.
—Ya hemos follado antes en tu oficina, claro que estoy segura.— asentí con la cabeza.
Subió mi vestido hasta mi cintura, para que la prenda no impidiera en el movimiento, y apartó la tela de mis bragas hacia un lado y alineó su polla en mi entrada.
Decir que estaba mojada era mentir, estaba empapada. Por lo tanto la penetración fue fácil, había demasiada lubricación y, a pesar de que en esta posición su polla me llenaba por completo, no me sentía ni siquiera un poquito incómoda.
Puse mis manos en sus hombros y empecé a moverme, balanceando mis caderas a un ritmo lento para disfrutar de como salía y volvía a entrar en mi.
Los besos durante el acto se habían vuelto casi agresivos, con mordidas de por medio incluidas, y por alguna extraña razón me gustaba el seco intenso y rudo.
—Vamos, nena.— susurró la ronca voz del magnate en mi oído—. Córrete para mi...
—No, cariño... Córrete tú para mi.— susurré de la forma más sensual posible, sus labios se curvaron en una sonrisa y sus manos apretaron mis nalgas con fuerza.
Apoyó su frente en la mía y me miró mientras su labio inferior temblaba, su semen me llenó y de a poco fue escurriéndose por mis muslos mezclándose con mis fluidos.
No me había dado cuenta que decidí clavar mis uñas en sus hombros cuando llegué al orgasmo hasta que bajé de mi nube de éxtasis.
—Dios mío, perdón... ¿Te hice daño?— cuestioné fijándome en que habían quedado las marcas.
—Me hiciste de todo menos daño, amor.— sonrió mientras acariciaba mis mejillas.
Quedamos embobados mirándonos el uno al otro, con una sonrisa tonta en los labios y los ojitos brillando.
La puerta se abrió de golpe, pillándonos en una situación comprometedora. Richard fue rápido en bajar la tela de mi vestido y lanzar una mirada asesina en la dirección de quien había entrado.
—Lo lamento, señor.. Yo... Yo me retiro.— balbuceó con dificultad antes de salir de allí.
—No puede ser... Tenía que ser tu secretaria chismosa.— me lamenté mientras me levantaba.
Richard acomodó su ropa antes de tomar un pañuelo del cajón de su escritorio y limpiar los fluidos de mis muslos.
—Estate tranquila, yo me encargo de esto.
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Magnate Camacho
RomanceLa vida del magnate Richard Camacho siempre fue sencilla, se basaba en trabajar para alcanzar el éxito y una vez alcanzado, seguir trabajando para no perderlo. Los dolores de cabeza comienzan cuando una joven que trabajaba su empresa le empieza a at...