Capítulo 30 - Final

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Final

Abrí los ojos con sobresalto. Y tomé aire de forma frenética, casi hiperventilando. Tenía un cierto dolor de cabeza, y mis ojos parecían llevar siglos sin ver la luz, porque los destellos de lo que parecían dos focos sobre mi cabeza consiguieron deslumbrarlos por completo.

Estaba muy nerviosa. No sabía qué me pasaba. Me sentía rara, distinta. Mis brazos y mis piernas pesaban una tonelada. Podía sentir su presencia bajo aquellas sábanas blancas. No eran las sábanas de mi cama. ¿Dónde estaba?

Cuando mis ojos se recuperaron de la luz, miré hacia arriba. Vi cables por todos lados, tubos trasparentes llenos de líquido, conectados a bolsas, que parecían colgar de barras de metal. Un extraño pitido zumbó en mis oídos. Parecía marcar un ritmo, un ritmo acelerado, frenético. Toc, toc, toc...

Miré al techo, pude ver un par de rejillas de ventilación, que tampoco reconocí como propias. Lo único que me era familiar era ese olor a limpio, a detergente. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía allí? El miedo comenzó a invadir mi cuerpo y deseé escapar de ese lugar. Me levanté de la cama, con intención de levantarme, pero no podía. Me sentía débil, frágil. Sin ninguna fuerza en mi cuerpo. Comencé a ponerme nerviosa, mis respiraciones arriba y abajo comenzaron a acelerarse. Sentí un pinchazo en el brazo, tenía una aguja clavada, amarrada a más y más tubos. Quise arrancarlo.

¿Dónde está Adam? ¿Dónde estaba mi ángel de la guarda? ¿Qué estaba pasando?

Escuché una voz que entraba por lo que parecía una puerta azul celeste.

¡Emily! ¡Emily! ¡Avisad a alguien, deprisa! ¡Emily!

El dueño de esa voz que no paraba de gritar exaltado se abalanzó sobre mi abrazándome. Sus fríos labios se posaron sobre mi frente. Le conocía. Por supuesto que le conocía. ¿Qué narices hacía Leo allí? ¿No le había dejado claro que no quería volver a verle? No quería que me tocase, pero mis brazos débiles no pudieron apartarle de mí.

Solo deseé que Adam apareciera de un momento a otro por la puerta. Que la persona que me presentó el amor de frente y sin intereses viniera a por mí. ¿Dónde se habría metido ese maldito bicho? Le echaba de menos. Él me enseñó todo, todo lo que no había conocido en mis 23 años de vida. Absolutamente todo. Me quiso tal y como era, sin juzgarme. Sin pedir que cambiase.

Él sabría explicarme qué narices hacía en esa cama. Con Leo rodeando mi cuerpo con sus brazos. En aquel sitio helado y sin vida, lleno de cables. Él vendría a por mí y nos iríamos al fin del mundo. A cualquier sitio mejor que este, a vivir el uno del otro, a respirar con un mismo pulmón. A ser felices de verdad, del modo que él me había mostrado. A amarnos incondicionalmente.

¡Quítame las manos de encima! Le grité a ese maldito drogadicto al que había llamado novio durante cierto tiempo.

¿Qué ocurre Emily? ¿Estás bien? Se giró hacia la puerta y gritó ¡Que venga alguien!

Una enfermera entró por la puerta deprisa.

¡Se ha despertado! ¡Avisaré al Dr. River! Dijo fugazmente antes de volver a desaparecer.

¿Cómo que había despertado? ¿Qué ocurría? ¿Qué pintaba el Dr. River en todo esto?

Emily, gracias a Dios que estás bien Dijo Leo.

Estaré aún mejor cuando te largues de aquí Dije enfadada.

El Doctor River apareció por la puerta. No entendía qué hacía allí.

Si decido cambiar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora