Capítulo 3

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El despertador sonó a las seis de la mañana como de costumbre. Lo apagué bruscamente y sin mirar, guiándome torpemente por la mesilla con mi mano izquierda, que era lo único que asomaba bajo mi edredón nórdico. Estábamos a mediados de Noviembre, pero ya hacía bastante frío y salir de la cama por las mañanas era una tarea ardua. Más aún cuando la noche había sido larga y poco reconfortante.

Después de la interminable siesta que había tenido la tarde anterior y de los pensamientos de culpa que rondaban mi cabeza, apenas había pegado ojo.

No paraba de darle vueltas a mi terrible olvido.

— ¿Qué clase de persona olvida su primer aniversario? —Me dije.

Millones de preguntas sin respuesta bombardearon mi cabeza, que estaba al borde de la explosión. No me perdonaba mi mala memoria. ¿Acaso ya no le quería? ¿Qué estaba pasando? No era el simple hecho de no haber recordado una fecha, eso le podía pasar a cualquiera, también era que ni si quiera había pensado en él en todo el día. Y no había hecho nada distinto a todos los demás, que hubiera sido tan importante como para ni siquiera tener un minuto para hacer una llamada.

Es cierto que nuestra relación no estaba en el mejor momento. Durante este año habíamos tenido altibajos como todas las parejas, pero siempre lo habíamos arreglado. Nos queríamos. A nuestra manera, pero nos queríamos.

Leo tenía muchos defectos pero era muy detallista. Esa falsa fachada de chico duro, escondía en realidad un romántico empedernido. Él jamás hubiera olvidado nuestro primer aniversario.

Hacía un par de semanas que no nos veíamos. Leo había estado de viaje por su trabajo – era ingeniero aeronáutico en una multinacional – y yo había estado liada con mis prácticas y mis electros. Quizás no ponía todo de mi parte para poder verle. Debería haberle dedicado más tiempo a él y menos a intentar dejar boquiabierto al Dr. Collins. Pero decidir entre mi futuro y mi novio, no era fácil. No para mí, que me auto-exigía mucho.

Pasé la noche pensando si me perdonaría alguna vez no haberme presentado a la comida que me había preparado con tanto entusiasmo, y que me había avisado un par de días antes. Pude imaginarle desilusionado mientras yo dormía plácidamente en el sofá. Era horrible. Me sentía mal. Lloré desconsoladamente.

Me levanté de la cama y me puse a regañadientes los primeros vaqueros que encontré en el armario blanco del vestidor. Conseguí con mucha dificultad que abrochasen y desee en mi fuero interno que hubiesen encogido en la lavadora, y no fuera yo la que los llenaba de más.

Intenté disimular los ojos hinchados por el llanto con algo de maquillaje y me cepillé el pelo deprisa. Estar frente al espejo aunque solo fueran diez minutos me horrorizaba.

Agarré el bolso negro de siempre y me cercioré de que dentro estaban las llaves de mi Polo.

Conduje hasta el hospital durante unos minutos. Aparqué lo más cerca de la puerta que pude y entré.

Tomé el ascensor que estaba junto a la recepción de atención al paciente y subí a la segunda planta, donde se encontraban las aulas. A primera hora de la mañana teníamos 2 horas seguidas de teoría y al finalizar, los treinta futuros médicos nos repartíamos según un planning en los distintos servicios médicos a modo de prácticas.

Junto a la puerta azul del "Aula 2" estaba Mimi. La miré y me abalancé sobre ella. La apreté tanto contra mí que difícilmente podría respirar. Cuando la solté, me miró con un gesto de indignación, seguramente por ver mis ojos aún hinchados y me dijo:

— ¿Te ha vuelto a hacer daño ese desgraciado? Si lo ha hecho, te juro que...

La interrumpí antes de que pudiera terminar la frase.

Si decido cambiar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora