Capítulo 5

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Mimi y yo estábamos escondidas tras uno de los carros de las enfermeras en el pasillo de hospitalizados de Neurología. Mirábamos atentas esperando que la puerta de la habitación número 35 se abriera. Parecíamos estatuas, intentando pasar desapercibidas. La situación era bastante ridícula, el carrito ni siquiera nos llegaba a la altura de la cintura, pero estábamos dispuestas a conseguirlo.

Aún me preguntaba cómo Mimi me había convencido para hacer tal niñería. Nos habíamos saltado la segunda hora de clase para actuar cual espías rusas. Su obsesión por el Dr. Williams había llegado a otro nivel, y yo, Emily Sutton, estaba ayudándola.

Cuando llegué a clase ese viernes por la mañana Mimi me contó la historia sobre "Robert" como ella le llamaba. Por lo visto, se le había encontrado por los pasillos el lunes, y habían cruzado miradas "furtivas" mientras charlaban sobre sus vidas. Según ella, cuando hizo sus prácticas por el servicio, Robert, no paraba de tirarle la caña, le hacía carantoñas, le contaba historias de cuando él estaba en la Universidad ¿Cuánto haría de eso? Su edad seguía siendo un misterio – incluso un día le invitó a desayunar en la cafetería. Toda una declaración de amor... Mimi estaba loca. Pero yo la quería, y no podía negarme a ayudarle en su nuevo plan.

Le había comprado un libro sobre técnicas de SnowBoard, por lo visto al Dr. Williams le encantaba soltar adrenalina deslizándose montaña abajo entre guardia y guardia. Mimi pretendía dejárselo en la mesa de su despacho con una nota que no quiso mostrarme. Viniendo de ella, podría esperar cualquier cosa.

Me necesitaba en su misión, porque yo tenía las llaves del despacho del Dr. Collins, mi cardiólogo, que siempre me tenía de azafata, subiendo y bajando en busca de cosas que había olvidado en su mesa: el sello de las recetas, el recetario, su fonendo ¿Cómo un cardiólogo podía olvidar su fonendo? Era increíble.

Algo nos decía que todas las puertas de los despachos se abrían con la misma llave. Siempre que un doctor olvidaba sus llaves en casa, se las pedía discretamente a cualquiera que pasase por el pasillo. No tenía ningún sentido, ¿Para qué poner cerradura si cualquiera podría abrir tu despacho? Era un misterio que seguía en nuestra carpeta de casos sin resolver.

Y ahí estábamos, junto a la habitación 35. Sólo nos quedaba cruzar esa puerta para atravesar el pasillo hacia los despachos. Pero teníamos que esperar a que el doctor saliera de ver al paciente para comprobar que la vía estaba libre. Si alguien nos veía entrando a cualquier despacho, nos caería una buena bronca.

— Ahí está — Susurró Mimi.

— ¡Vamos! ¡Vamos! — Le ordené.

El doctor salió de la 35 y avanzó por el pasillo de camino a la siguiente habitación. Esto nos daba una media hora hasta que el doctor terminase el pase de visita y volviese a su mesa.

Nos apresuramos hacia el pasillo que estaba perpendicular a las habitaciones, donde se encontraban todos los despachos de los neurólogos. Fuimos mirando una por una cada puerta, en busca de la placa que dijese "Dr. Williams".

— No hay moros en la costa — Dijo Mimi, que se había metido muy bien en su papel de Mata-Hari.

Saqué el llavero del bolsillo e introduje la llave en la cerradura. Y "Voilà". La puerta se abrió. Mimi no cabía en sí de gozo.

— Me quedaré vigilando junto a la puerta. ¡Date prisa! —Susurré.

El despacho del Dr. Williams, era muy parecido al del cardiólogo. Un viejo ordenador se situaba en el centro de la mesa, repleta de papeles. Pudimos apreciar muchísimas libretas y bolígrafos, que seguramente los visitadores de las empresas farmacéuticas le habrían regalado, cada una con un nombre comercial diferente.

— ¡Lo sabía! — Gritó Mimi.

— ¡Tssssss! ¿Quieres que nos pillen? — Refunfuñé.

— Lo siento,... Es que Robert no tiene ninguna foto en su escritorio como el resto de doctores, eso significa que no tiene novia, ni lo más importante, hijos...

La miré boquiabierta... ¿No debería haber averiguado eso antes de invadir su despacho y dejar pruebas de sus claras intenciones? Además esa conclusión era absurda, pero a Mimi le parecía convincente cualquier cosa con tal de tener razón.

— Quizás no le gusten las fotos. — Dije maliciosamente.

— ¡No seas aguafiestas Em! — Dijo Mimi frunciendo el ceño.

Solté una media sonrisa.

Mimi dejó el libro junto al ratón del ordenador, y se puso a cotillear una montaña de papeles y sobres.

— ¡Em! ¡Em! ¡Em! — Dijo casi hiperventilando.

— ¿Qué? — Pregunté.

— ¡Mira! ¡Mira!

Mimi señaló un sobre perfectamente cerrado con un bonito sello de cera. Se podía leer en el exterior en una perfecta caligrafía en cursiva:

"Querido amigo Robert, no tengo palabras para agradecerte todo lo que has hecho por mí. Te envío las entradas para mi exposición. Espero verte allí. Un abrazo. Henri."

— Mmm,... Muy bien Mimi, el Dr. Robert irá con su amigo Henri a una exposición. ¿Quieres darte prisa? ¡Nos van a pillar!

— ¡Emily Sutton! ¿No tienes ni idea de quién es Henri? Reconocería su letra a millones de kilómetros. — Dijo con tono de indignación.

— No, no sé quién es ese tal Henri. Sólo sé que como alguien nos vea aquí dentro, tendremos que buscarnos otra profesión. Y no se me da nada bien la peluquería. – Mascullé.

— Henri es mi tío. Vive en Silvertown. Es pintor. ¡No me escuchas cuando te hablo! —Dijo enfadada.

— ¡Oh!, pintor de cuadros. Pensé que tu tío Henri pintaba paredes. De hecho pensé en pedirte su teléfono cuando me mudé al piso. El gotelé apestaba. — Dije soltando una carcajada.

— Emily, eres increíble. — Soltó.

— ¿Qué? Venga, vámonos. — Ordené.

Salimos del despacho, asegurándonos que no había nadie en el pasillo. Mimi se desvaneció mientras yo cerraba. La cerradura se había atascado. ¡Mierda!

— ¡Mimi!... ¡Maldita sea! ¿Dónde te has metido? — Susurré a la nada intentando encontrar a mi amiga pecosa.

Vi a Mimi con los ojos como platos, escondida tras una esquina. Me estaba haciendo señas, pero no la entendía. Era malísima haciendo señas. Habíamos intentado copiar en millones de exámenes pero nunca entendía si me estaba diciendo la respuesta uno o la dos. Y eso no era difícil de expresar con los dedos. Pero se ponía tan nerviosa que parecía que estaba hablando en idioma de signos.

Entonces oí unos pasos detrás de mí. Solté el picaporte que por fin se cerró e intenté vanamente disimular. Me toqué el pelo de detrás de la cabeza, con cara de no haber roto un plato en mi vida. Me giré y vi a la señora de la limpieza.

— ¿Estás buscando a alguien señorita? — Me dijo.

— Mmm...Eh...Yo-Yo... — Tartamudeé. — Estoy buscando al Dr. Williams. Sí. Eso...

— Ahora está pasando visita — Respondió. — ¿Quieres que le diga algo de tu parte?

— ¡No!, ¡No!... No es necesario. Volveré más tarde.

Y me desvanecí junto a Mimi. ¡Uf! Por los pelos.

Recé en mi fuero interno para que la limpiadora mantuviese su boca cerrada y no le comentara nada al doctor o tendría que inventarme algo para excusar mi visita a su despacho.

A Mimi no le preocupaba que casi nos hubieran pillado. Ella estaba plena de felicidad. ¡Su tío Henri era amigo del Dr. Williams! Y podría encontrárselo "casualmente" en su exposición en Silvertown.

Algo me decía que yo también tendría que disfrutar de tal muestra de arte.

Si decido cambiar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora