Abril de 2014
Era mi vigésimo tercer cumpleaños. Era el primero que pasaba con Leo. Era increíble como en tan poco tiempo había podido querer a alguien de aquella forma tan intensa. No podía separarme de él ni un instante sin echarle de menos. Odiaba sentirme tan cursi, nunca había soportado esas parejas inseparables y dependientes, pero sin quererlo me estaba convirtiendo en algo similar.
Habíamos decidido ir al parque de atracciones con Sarah. Era la primera vez que iba a conocer a Leo, y era un momento muy importante para mí, porque la aceptación de mi renacuajo era fundamental.
Sarah tenía 6 años, pero era más lista que el colmo. Estaba hecha toda una mujercita. La noche antes, se quedó a dormir conmigo en mi apartamento, y se despertó la primera para coger su mochila de princesas y su gorra de Dora la Exploradora para no quemarse.
Leo vino a recogernos temprano para no pillar el atasco que había de costumbre. Cuando le vio aparecer por la puerta, la pequeña se quedó fija mirándole de arriba abajo, con un gesto serio, mientras sostenía entre sus manos su bocadillo para la merienda. Entonces abrió su boquita para decir unas palabras determinantes:
— ¡Hola!
— Hola Sarah. Tu hermana me había dicho que eras guapa pero no imaginaba que tanto —Dijo Leo agachándose para ponerse a su altura. Sarah sonrió, lo cual me dejó mucho más tranquila.
— Emily me ha dicho que tienes un coche gigante. — Dijo sonriendo. Leo comenzó a reírse y a mirarme extrañado.
— Bueno, no es gigante pero sí es grande. ¿Qué quieres llevar?
Sarah se quitó la mochila de princesas y la abrió. La llevaba llena de juguetes y muñecas.
— Tiene que haber sitio para la Señora Pin y para la princesa Jazmín.
Leo y yo no pudimos contener la risa.
— Hay sitio para todos. — Dijo Leo al que parecía caérsele la baba con semejante criatura.
— Entonces podemos ser amigos — Dijo Sarah abalanzándose sobre él y rodeando su cuello con sus pequeños bracitos.
Cuando Leo se puso de nuevo de pie, cogió a Sarah en brazos para bajarla por las escaleras. Yo acabé de coger toda la comida y las cosas para llevar al parque y les seguí.
Al abrir el maletero del coche de Leo para meter nuestras mochilas, dos grandes cajas envueltas en papel de colores estaban esperándonos.
— ¡Ala! — Gritó Sarah entusiasmada — ¿Es un regalo para Emily? ¿Para su cumple?
— Sí. —Respondió Leo — Y el otro es para ti señorita. — Dijo mirando a Sarah, que no cabía en su gozo.
Comenzamos a abrir los paquetes ilusionadas. Sarah encontró detrás del cartón una casita de muñecas rosa con todos los detalles, y yo encontré un nuevo ordenador portátil de última generación. No podía creerlo.
— Es genial Leo, pero te has pasado. — Dije intentando estar enfadada. — No puedo aceptar esto. Es demasiado.
— Necesitabas un nuevo portátil. El tuyo está destrozado.
— Ya pero estoy ahorrando para comprarlo.
— No trabajas. Necesitarías ahorrar durante 10 años. Puedo permitírmelo. Además, ¿Si no me lo gasto en mi princesa en quién me lo voy a gastar?
Le miré con indignación, pero sonreí y le besé. Leo me trataba fenomenal, siempre me tenía entre algodones. Dos noches antes, me había llevado a cenar para celebrar con anticipación mi cumpleaños los dos solos y se había portado como un caballero. Fue una noche de las que nunca se olvidan, con velas y buen vino.
Sarah y yo subimos al coche. La pequeñaja estuvo entretenida todo el camino con su nuevo juguete y ni siquiera rechistó. Leo condujo hasta el parque de atracciones y aparcamos sin ningún problema.
El día discurrió con normalidad. Fue muy divertido. Montamos en todas las atracciones en las que Sarah podía subir y nos turnamos para subir en las de adultos. Comimos tirados en el césped, riendo y disfrutando cada segundo.
Al final de la tarde no podíamos más con nuestras piernas. Estábamos exhaustos de correr de un lado a otro tras mi hermana, así que decidimos sentarnos en una especie de parador de descanso que había junto a un parque con columpios convencionales. Sarah que aún estaba llena de energía se puso a jugar, y Leo y yo pudimos estar solos por un rato.
Nos abrazamos en aquel banco de madera y apoyé mi cabeza sobre su hombro, sin quitar ojo de todos los movimientos que hacía la pequeña. Leo hacía lo mismo.
— Es genial que tengas a Sarah. — Dijo Leo con cierto tono melancólico. — No puede generar más alegría a su alrededor. Cómo lo envidio...
Leo había perdido a un hermano. Eso lo supe al poco tiempo de empezar con él, pero nunca me había mencionado nada, y yo no me atrevía a preguntar por miedo a hacerle daño.
— Bueno, ahora también te alegrará a ti. Le has encantado Leo, estoy segura de que no querrá que te vayas esta noche.
— Eso es verdad, Emily. Voy a disfrutar mucho con la pequeñaja. He ganado dos princesas preciosas. — Dijo acariciándome suavemente la mejilla.
— Y un príncipe también. — Dije soltando una carcajada. — No te olvides de Fred que está deseando conocerte para partirte las piernas.
Leo comenzó a reír muy alto, pero después cambió el gesto.
— Echo mucho de menos a Tom.
Tom era su hermano. Me abracé a él lo más fuerte que pude y le acaricié, intentando reconfortarle al menos por un segundo. Verle triste me dolía en lo más hondo del corazón.
— Nunca me hablas de él, Leo. ¿Por qué no me cuentas los buenos recuerdos que tengas de Tom? Estoy segura de que le haría muy feliz.
— Nunca hablo de él, es verdad. Me dolió tanto que se fuera, que se fuera por mi culpa...
— ¡Cómo que por tu culpa! Estoy segura de que eso no es verdad. — Dije.
— Se montó en ese tren porque yo no quise ir a llevarle los papeles al señor Hennoch, yo tenía que haber muerto ese día Emily. No él...
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las contuvo. Noté como un nudo se formaba en su garganta, pero era tan orgulloso que jamás mostraría un ápice de debilidad.
Cuando mencionó lo del tren reconocí de inmediato lo que había sucedido. Recordé aquel terrible descarrilamiento del tren que venía desde Silvertown que había sucedido unos años atrás, en el que murieron decenas de personas. Tom debió ser una de ellas. Fue una tragedia, imaginé todo el sufrimiento que debió pasar su familia, y me estremecí.
— Escúchame Leo. — Dije levantando la cabeza de su hombro y mirándole de frente. —No tienes la culpa. Fue un accidente. El destino es caprichoso y no podemos hacer nada. Solo puedes recordar todo lo bueno que dejan las personas. Y estoy segurísima de que Tom te dejó millones de momentos perfectos. Y quiero que me los cuentes todos.
Leo se abrazó a mi cuerpo fuertemente, y noté su respiración entrecortada en mi cuello.
— Te quiero. —Me susurró.
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Si decido cambiar ©
RomanceEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...