Leo y yo estábamos abrazados en mi cama. Nos habíamos quedado dormidos después de la intensa charla que tuvimos unas horas antes. Hundí la cabeza en su pecho. Me encantaba oler su perfume y notar el calor de su cuerpo cuando dormía con él.
Miré el reloj que estaba encima de mi mesilla y vi que eran las siete en punto.
Se me ocurrió que cuando Leo despertase podría proponerle ir a dar un paseo por el centro. Tomar algo, cenar, ir al parque del lago... Eran cosas que solíamos hacer cuando empezamos a salir, y tenía ganas de retomar todo aquello. De volver a ser feliz como en esos días. De empezar de cero.
Entonces mi teléfono móvil sonó un instante y recordé que aún no lo había mirado desde que lo recuperé al salir del hospital. Después de cinco días sin mirarlo debía estar al borde del colapso.
Fui a por el iPhone al salón intentando no despertar a Leo. Agarré mi bolsa llena aún de pijamas y de las cosas que usé en el hospital. Tenía muchísimos mensajes de Rachel, Mimi y Lucas, entre otros. Unas cuantas llamadas del servicio de telefonía, de tía Margaret y de algún número que no conocía. Respondí a los mensajes de las chicas con un simple: "Estoy bien. Ya os contaré", antes de mirar el remitente del mensaje que acababa de hacer sonar el móvil.
Era de Adam.
— Estoy abajo. Ábreme. Tengo una sorpresa.
¿Cómo? ¡Adam no puede subir ahora!, me grité a mi misma en mi cabeza. Leo estaba en la cama, y si se despertaba se montaría un buen circo. Y no podía pasar eso. Otra vez no. Me apresuré a ponerme los zapatos que había dejado tirados por el salón y bajé las escaleras de casa rezando para que Leo no se despertase y viese que no estaba en casa.
Cuando abrí la puerta del portal, Adam estaba allí. Traía una cajita de cartón con un par de agujeros y un enorme lazo. Encima había unos bombones como los que me dio aquel día en la cafetería.
Le miré ojiplática, atónita. ¿Qué traería en la caja? Solo esperaba que no me hubiese comprado nada. Este chico no paraba de sorprenderme, pero no era el momento más indicado.
— Adam, ¿qué haces aquí? —Dije.
— ¿No me invitas a subir? —Dijo. —Traigo algo que te gustará.
— Pero, Adam, no es buen momento...
— ¿Por qué? ¿Tienes visita?
— Leo está arriba. Durmiendo.
El gesto de Adam cambió por completo. Suspiró.
— Está bien, me iré. Veo que las cosas no han cambiado...
— ¡Adam espera! Ha venido a pedirme perdón, ha cambiado, lo sé. Yo... —Intenté excusarme, sin ningún motivo.
En realidad, no tenía que darle explicaciones a Adam, de por qué mi novio estaba durmiendo en mi cama. Más bien tendría que darle a Leo explicaciones de por qué mi compañero de clase me traía regalos y bombones. Pero no pude evitarlo, sentí la necesidad de justificarme, con Adam me ocurría constantemente.
— Emily, no te justifiques. No tienes que hacerlo. Por mucho que te diga no vas a escucharme.
— Adam, yo...
Abrió su coche y dejó la caja y los bombones dentro.
— Te daré el regalo en otro momento, en el que no tengas metido en tu cama a un maltratador.
Subió a su coche y cerró la puerta de un portazo. Arrancó y se fue.
Vi cómo se marchaba. Y quise correr tras su coche. Gritarle que volviese. Quizás en mi fuero interno deseaba que fuera él el que estuviera en mi cama y no Leo. Pero eso era impensable.
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Si decido cambiar ©
RomanceEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...