Después de la aventura que había tenido con Mimi esa mañana, llegué a casa con ganas de tranquilidad. Pero tenía una cita con Leo, a la que no podía faltar. Había comprado entradas para el cine "a modo de compensación".
No me había dicho que película íbamos a ver, pero yo esperaba que fuera Maléfica. Angelina Jolie, salía extremadamente guapa. Y me apetecía recordar el cuento de la Bella Durmiente. Era uno de mis favoritos cuando era una niña.
Le había repetido millones de veces durante el último mes que quería ir a verla. Nuestros gustos para el cine no eran los mismos, a él le gustaban más las pelis de acción y a mí las comedias románticas. Y por lo general era yo la que acababa cediendo a sus preferencias.
Leo me había escrito un mensaje para decirme que pasaría a recogerme a las 9, por lo tanto, aún tenía toda la tarde por delante para mí.
Decidí darme un baño relajante y estrenar unas sales de baño con olor a chocolate que tenía guardadas para ocasiones especiales. Pero la verdad, me apetecía más gastar esa ocasión conmigo misma.
Puse el agua caliente a correr para llenar la bañera. Encendí unas cuantas velas aromáticas y vertí la bolsita de sales en el agua, que se tornó de un color dorado.
Aunque había intentado que hoy fuera uno de mis días "cero", no pude evitar tomarme un yogur, desnatado por su puesto, mientras el baño se preparaba, porque mi estómago rugía desesperado y hambriento. Sabía que en el cine no podría resistirme a comer palomitas y eso necesitaba una compensación, dura, pero efectiva.
Durante el descanso de la mañana, había desayunado de nuevo con Adam. Míster sonrisa volvió a hacerme la encerrona, esta vez con una bolsa de chuches. No pude negárselas. Sus ojos de miel me miraban como un corderito degollado. Además no sé cómo lo hizo para averiguar que aquellas fresitas con azúcar eran mis favoritas.
Sabía que estaban en el bolsillo de mi chaqueta, así que tenía que quitarlas de ahí de inmediato. Prefería callar a mi monstruo interior con un yogur (32 Kcal.), que con un puñado de azúcar que iría directo a mi trasero.
Aunque ese pequeño bicho preguntón y engreído estaba intentando engordarme (más), me encantaba desayunar con él, o más bien, mirar cómo él lo hacía. La mañana se me había pasado casi sin darme cuenta gracias a sus frases. Era increíble, pero había descubierto que teníamos bastantes cosas en común. Aún quería conocer más de él, una rara curiosidad me invadía cada vez que sus ojos y los míos se cruzaban, algo que me decía que Adam tenía mucho que enseñarme. Podríamos ser buenos amigos.
Dentro de mí estaba deseando que llegara de nuevo el lunes para volver a verle.
Pero antes de eso, debía lidiar con la cita con Leo. Y no es que no me apeteciese tenerla, por supuesto que sí. Si no que después del suceso y los últimos meses, más que citas parecían batallas a las que me tenía que enfrentar, con muy pocas armas.
Entré en la bañera. El agua estaba demasiado caliente y pegué un salto de la impresión, pero inmediatamente después me sumergí completamente entre las burbujas que las sales habían formado. Cerré los ojos. Estaba completamente relajada. Dejé la mente en blanco. Cero preocupaciones. Noté como mis músculos se relajaban uno a uno por completo. El agua templada hacía estremecer cada rincón de mi piel. ¡Oh! ¡Cómo necesitaba una de estas tardes!
Entonces comenzó a sonar algo que distrajo mi armonía, rompió todos los chakras de mi cuarto de baño. Si es que los chakras podían romperse... Y mi mente pasó de estar en blanco, a estar en rojo. Era mi móvil que hacía vibrar toda la porcelana del retrete, donde lo había dejado posar. ¿Por qué no lo había apagado?
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Si decido cambiar ©
RomansaEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...