El fin de semana había terminado. Me enfrentaba de nuevo a un frenético lunes. Después de lo sucedido el viernes y de la "no comida" familiar del sábado, utilicé todo mi domingo para descansar, ver películas y estudiar un rato.
Aún así, me había levantado muy cansada. No había comido nada en todo el fin de semana. Tan solo un par de zumos y algún que otro café. Tenía que hacerlo. Llevaba ya tiempo sin conseguir mis días de nivel 0 y me lo había propuesto como un reto personal.
Cuando comencé con mi cambio, me hice un código que fui perfeccionando con el tiempo. Los días nivel 0 eran días sin ninguna comida sólida, tan sólo me permitía un par de zumos naturales, para darle a mi cuerpo algo de energía. Eran los más duros, pero los que mejor me hacían sentir al finalizar el día. Me sentía realizada, plena, cansada, sí, pero satisfecha.
Era una semana de cambios. La rotación por Cardiología con el Dr. Collins había llegado a su fin gracias a Dios. No podía aguantar ni un día más sus chistes y sus preguntas rebuscadas. La nueva rotación era por Urología. No es que fuera mucho más apasionante que la rotación anterior, ya sabéis, si el dogma de la Cardiología eran los electrocardiogramas, el de la Urología era el temido tacto rectal. Pero había oído hablar de los apasionantes trasplantes de riñón, las nefrectomías y cómo los doctores fundían las litiasis ureterales con un solo disparo.
Me encantaban los quirófanos. No podía evitarlo. Estaban llenos de cosas brillantes y a veces me sentía como una pequeña urraca hipnotizada por todos esos destellos que salían disparados de los bisturís, los separadores de Roux, las pinzas de Allis, y todas esas pequeñas herramientas que me gritaban a voces.
La mañana del lunes la pasé con el Dr. Parson. Era un viejo veterano y sabía más Medicina que cualquier otro médico del hospital. Es cierto que estuvimos en la consulta y no pude asomarme por quirófano, pero cuando le conté mi pasión por la cirugía, se dedicó a explicarme cada uno de los tipos de sutura entre paciente y paciente, y se comprometió a dejarme asistirle en una de sus cirugías de riñón.
No pude salir más contenta de allí. Cuando llegó la hora del descanso estaba deseando volver para seguir aprendiendo. Cuando llegué a la cafetería, Adam estaba allí, sentado en mi mesa junto a las cristaleras, con una bandeja, dos cafés y varias tostadas. Me estaba esperando.
Después de lo que ocurrió el viernes, no tenía ganas de sentarme con él, quise ignorarle, pero se levantó de la silla y me pidió que me sentara con él. No pude negarme a esos ojos de miel. A pesar de su atrevimiento durante la cena, sabía en mi fuero interno que lo que hizo fue con buena intención, que intentaba protegerme, aunque el resultado por su bocaza fue todo lo contrario. No podía dejar que se enterase de lo que Leo hizo en el coche.
Me senté frente a él. Agarró una de las tazas de café y un par de tostadas y me las acercó.
— Te he pedido cappuccino con sacarina.
Sonreí.
— Ya me vas conociendo. —Musité.
— Más de lo que crees. —Murmuró. —Siento si el viernes te molestaron mis palabras. —Añadió. —No pude evitarlo, quería escuchar qué excusa ponía ese imbécil para ocultar lo que te había hecho...
La rabia invadió sus ojos.
— Ese "imbécil" es mi novio, y no tienes derecho a llamarle así. Tú no le conoces, no sabes nada de nuestra relación. — Dije con indignación.
— Sólo sé que no aprecia lo que tiene y que te mereces algo mejor que él. Sé que te ha hecho daño, digas lo que digas. Y lo estás pagando autodestruyéndote.
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Si decido cambiar ©
RomanceEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...