Adam detuvo su pequeño y viejo automóvil frente a mi portal. Era tardísimo. El cielo estaba de color negro azabache, y la luna se ocultaba tras un par de nubarrones. Dentro del coche, solo apreciábamos vagamente nuestros rostros iluminados por la poquísima luz que llegaba desde unas farolas encendidas a lo lejos.
El camino desde Silvertown se me había hecho eterno. No pude decir ni una sola palabra, porque una vez más mis pensamientos ocupaban toda mi energía. Estaba preocupada por Mimi y Rachel, que estarían locas buscándome o intentando localizarme. Y Leo, Leo no quería ni imaginar cómo estaría. Solo esperaba que no le hubiera hecho mucho daño a Bruce, ni a Robert, y que hubieran vuelto a casa sanos y salvos, los tres.
Adam había respetado mi silencio. No hizo ninguna pregunta, ni ningún reproche por llamarle a esas horas. Aún no le había contado nada de lo sucedido. Yo en su lugar, me hubiera hecho un tercer grado. ¿Cómo podía acertar siempre conmigo? Era como si me conociera de siempre, como si supiera exactamente lo que necesitaba en cada momento. Tenía ganas de gritarle millones de veces lo mucho que le estaba agradecida.
Entonces su boquita se abrió dejando ver esa perfecta dentadura ligeramente.
— Ya hemos llegado pequeña —Dijo en un susurro.
Yo, que estaba mirando a través de la ventanilla, giré la cara y le di una sonrisa con la boca cerrada.
— Gracias por todo Adam. No sé cómo voy a devolverte todo lo que haces por mí. Eres increíble —Dije.
— Devuélvemelo cuidándote más — Murmuró mirándome directamente a los ojos.
Sonreí y bajé del coche. Sus ojos de miel siguieron todos mis movimientos. Antes de cerrar la puerta, algo por dentro me dijo que no podía dejarle ir así.
— ¿Por qué no subes y tomamos algo caliente? Es lo mínimo que puedo hacer después de haberte despertado a estas horas.
— Tienes que descansar Em —Dijo él.
— No voy a poder dormir después de esta noche. Me vendrá bien un poco de compañía —. Rogué. —Además, hago un chocolate caliente de muerte —. Añadí.
Adam sonrió e hizo un gesto de convicción.
A los 5 minutos estaba sentado en mi enorme sofá, engullido por todos los almohadones. Nunca hubiera imaginado a Adam dentro de mi refugio, era la última persona a la que esperaría ver sentada en mi enorme sofá, pero no me disgustó la idea en absoluto. Mientras él curioseaba mi pequeño salón yo fui a mi vestidor a dejar los tacones y a ponerme algo de ropa cómoda. No podía dejar que míster sonrisa viera mi pijama de ositos; así que decidí ponerme unas mallas negras y una camiseta ancha de manga larga. En los pies mis patucos de andar por casa y mis calcetines más gruesos.
Volví al salón y vi a Adam hojeando uno de mis libros. Me acerqué a él por detrás del sofá, me incliné a un lado de su rostro y le dije:
— Si te gusta, puedes llevártelo. Es muy bueno.
— Prefiero venir y leerlo aquí. ¡Este sofá es increíble! ¿Por qué no me habías traído antes? —Dijo acomodándose más entre las montañas de cojines.
Ese era el Adam de siempre. Reí.
— Voy a preparar el chocolate —Susurré aún inclinada sobre él.
La cocina era de estilo americano y estaba separada del salón por una barra de encimera, así que pude ver perfectamente los movimientos de Adam mientras preparaba el cacao. Lo cierto es que no tenía claro si contaba con todos los ingredientes, mi nevera estaba temblando últimamente. Abrí uno de los armaritos y por suerte había un paquete de cacao soluble y una bolsita de nubes de azúcar. No recordaba que eso estuviera ahí. No solía abrir el armarito de los dulces.
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Si decido cambiar ©
RomanceEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...