Prólogo

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Abrí los ojos con sobresalto y tomé aire de forma frenética, casi hiperventilando. Tenía un cierto dolor de cabeza, y mis ojos parecían llevar siglos sin ver la luz, porque los destellos de lo que parecían dos focos sobre mi cabeza consiguieron deslumbrarlos por completo.

Estaba muy nerviosa. No sabía qué me pasaba. Me sentía rara, distinta. Mis brazos y mis piernas parecían pesar una tonelada bajo aquellas sábanas blancas que no reconocía. No eran las sábanas de mi cama. ¿Dónde narices estaba?

Cuando mis ojos se recuperaron de la luz, y pude ver correctamente, miré hacia arriba. Vi cables por todos lados y tubos trasparentes llenos de líquido conectados a bolsas, que parecían colgar de una barra de metal. Un extraño pitido zumbó en mis oídos. Parecía marcar un ritmo, un ritmo acelerado, frenético. Toc, toc, toc...

Miré de nuevo al techo, pude ver un par de rejillas de ventilación, que tampoco me resultaban familiares. Lo único que reconocí era ese olor a limpio, a detergente. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía allí? El miedo comenzó a invadir mi cuerpo y deseé escapar de ese lugar. Me incorporé en la cama, con intención de levantarme, pero no pude. Me sentí débil, frágil. Sin ninguna fuerza en mi cuerpo. Comencé a ponerme nerviosa, mis respiraciones arriba y abajose aceleraron. Sentí un pinchazo en el brazo, tenía una aguja clavada, amarrada a más y más tubos. Quise arrancarla, pero supuse que eso dolería bastante.

¿Dónde estaba él? ¿Dónde estaba mi ángel de la guarda? ¿Por qué no estaba allí para ayudarme? Me pregunté una y otra vez en mi interior, en busca de alguna respuesta. Estaba sufriendo, y él era el único que siempre conseguía calmarme cuando eso sucedía.

Escuché una voz que venía tras una puerta azul celeste que había al fondo de ese extraño lugar.

¡Emily! ¡Emily! ¡Avisad a alguien, deprisa! ¡Emily!

El dueño de esa voz que no paraba de gritar exaltado se abalanzó sobre mi abrazándome. Sus fríos labios se posaron sobre mi frente. Le conocía. Por supuesto que le conocía. ¿Qué narices hacía él allí? ¿No le había dejado claro que no quería volver a verle? No quería que me tocase, pero mis brazos cansados no pudieron apartarle de mí.

Solo pude desear de nuevo que mi ángel apareciera en cualquier momento por aquella puerta. Que la persona que me presentó el amor de frente y sin intereses viniera a por mí. ¿Dónde se habría metido ese maldito bicho? Le echaba de menos. Él me enseñó todo, todo lo que no había conocido en mis 23 años de vida. Absolutamente todo. Me quiso tal y como era, sin juzgarme. Sin pedir que cambiase.

Él sabría explicarme qué hacía en esa cama. Junto a ese desgraciado rodeando mi cuerpo con sus brazos. En aquel sitio helado y sin vida, lleno de cables. Él vendría por mí y nos iríamos al fin del mundo. A cualquier lugar mejor que ese, a vivir el uno del otro, a respirar con un mismo pulmón. A ser felices de verdad, del modo que él me había mostrado. A amarnos incondicionalmente.

¿Cuándo llegaría?

Si decido cambiar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora