Verano de 2013
Salí a fumar un cigarrillo a la puerta del Beach Club, mientras Mimi y Rachel bailaban entusiasmadas el hit del verano. La copa de vino tinto con la que habíamos brindado durante la "cena" y el gin tonic al que nos invitaron aquellos chicos en la discoteca, habían hecho mella en mi cuerpo poco acostumbrado al alcohol. Necesitaba tomar un poco de aire.
Me senté en uno de los portales contiguos para evadir las luces de neón que brillaban en todo el paseo marítimo y hacían empeorar mi mareo y mis náuseas. Debería haber escuchado a Rachel y haber cenado algo más aparte de picotear pobremente la ensalada de pasta; pero los hidratos por la noche no eran mis mejores amigos.
La verdad, últimamente no tenía mucha hambre. Los exámenes finales de cuarto curso habían ido atrofiando mi apetito hasta hacerlo desaparecer casi por completo. Mi apetito y mi ánimo en general.
Cuarto había sido un curso duro. Era nuestro primer año completo en el hospital – los tres primeros cursos se impartían en el Campus – y adaptarnos a nuevos horarios y rutinas había sido complicado para todos. Madrugones, prácticas, responsabilidades,... No dejaban tiempo para hacer ni un descanso. Al menos a mí. Iba de un lado a otro como un torbellino intentando llegar a todo para demostrarme a mí misma que podía cumplir mis sueños por mucho esfuerzo que supusiese. Y al final exploté.
Rachel y Mimi, que se habían percatado de mi pésimo estado, planearon un viaje a la casa de la playa que tenía la familia de Rachel en la costa oeste. Eran estupendas. Ese viaje realmente nos hacía falta a los cuatro. Nos hubiera encantado que Lucas hubiera venido con nosotras, era nuestro chico protector; pero tenía otros compromisos.
Me montaron en el tren casi a la fuerza y en un par de horas habíamos llegado al paraíso. La costa oeste era maravillosa. La playa tenía la arena más limpia y fina que había visto nunca y el agua era azul cristalina. En verano se llenaba de turistas en busca de sol y descanso. El clima era perfecto, templado, no tan cálido como la costa este.
Era la segunda noche en ese hermoso paradero, y aunque mi estado de ánimo seguía haciendo aguas, mis dos cómplices habían ayudado mucho para mejorarlo. Habían organizado una actividad para cada día del viaje, de modo que no tendría tiempo ni de pensar en mis problemas. Esa noche tocaba visitar el famoso Beach Club. Una discoteca vip y elitista, a la que todo el mundo quería entrar y muy pocos lo conseguían. Pero Rachel, mi Rachel, tenía contactos. Siempre tenía la solución para todo.
Y allí estábamos a las tres de la madrugada, bailando, riendo y disfrutando del inicio del verano.
Apagué el cigarro antes de terminarlo – no solía fumar mucho, solo cuando estaba nerviosa – y comencé a estabilizarme. Abrí mi bolso y busqué entre llaves y papeles mi pintalabios rojo y mi espejo para retocarme. Hacía mucho calor y después de tantas horas sin parar, mi maquillaje era casi inexistente. Además los bonitos rizos que Mimi había conseguido hacer en mi larga melena negra, habían dejado paso a suaves ondas despeinadas.
Mientras pasaba el carmín por mis labios, de forma torpe, pude ver una silueta acercándose a mí. En un segundo, la sombra que se acercaba se definió por completo. A mi lado, tenía un chico alto, de unos veintitantos años. Era delgaducho. Llevaba una camisa de un blanco impoluto remangada hasta los codos y un pantalón chino de color crema. Estaba perfectamente repeinado.
Entonces se agachó y se sentó a mi lado en el pequeño escalón del portal, sin dejar de mirarme.
Metió la mano en su bolsillo y sacó una cajetilla de tabaco. Se encendió un cigarrillo y tras la primera calada, murmuró:
— No deberías estar sola en un portal tan oscuro a las tres de la mañana.
Le miré sin decir una palabra, guardé mis cosas en el bolso y me dispuse a levantarme y desaparecer de ese lugar, pero noté como su mano caliente sujetaba mi antebrazo.
— Tranquila, no te vayas, no pretendo asustarte. Todo lo contrario. Me llamo Leo. —Dijo con voz ronca.
Volví a mirarle. Vi sus ojos. De un intenso tono verdoso. La verdad no tenía pinta de violador. Ni si quiera de chico ebrio intentando ligar. No sabía por qué, pero su mirada me transmitía confianza.
— ¿Y qué es lo que quieres, Leo? — Dije.
— Saber el nombre de la chica que se pinta los labios en la puerta del Beach. — Susurró con sonrisa picarona, mientras se colocaba su perfecto tupé.
Era un chico malo, pensé. Tupé, cigarrillo, actitud chulesca. De esos que derriten a cualquiera con solo dos frases hechas. Pero yo no me iba a dejar embaucar. O eso pretendía.
— Me llamo Emily. ¿Me permite ya el chico que fuma en la puerta del Beach marcharme? — Respondí parafraseándole.
— Aún no. —Dijo clavando sus ojos en los míos, con un cierto tono de ruego.
Seguro que había usado esa táctica con decenas de chicas antes, y le habría funcionado. Y eso habría alimentado su ego y su autoconfianza, que con total seguridad estarían desorbitados. Era guapo y lo sabía aprovechar. Y yo era experta en las primeras impresiones. Tenía un sexto sentido para conocer a las personas con solo un vistazo.
Aunque ya no estaba mareada, no me apetecía en absoluto hablar con nadie. Solo quería estar sola, en ese escalón del portal. O en cualquier otro. Pero sola.
— Emily. Quieres quedarte. Lo sabes. — Añadió con tono prepotente.
Tenía ganas de decirle todo lo que pensaba. Llamarle chulo y creído. Pero no pude. Tenía razón, quería quedarme. No quería volver dentro del Beach Club y rodearme de gente aparentando ser lo que no eran. Pavoneando sus vestidos de marca y sus relojes Rólex.
Así que mi antebrazo dejó de hacer resistencia a su mano, y me senté junto a aquel chico delgado, esperando que tuviese algo interesante que contar, mientras esperaba a que Mimi y Rachel se agotasen.
— Está bien. Me quedo. Pero llámame Em. —Mascullé.
Le miré y sonreí. Había dejado ganar la batalla a ese completo extraño que clavaba sus ojos verdes sobre mí.
Al menos de momento...
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Si decido cambiar ©
RomanceEmily Sutton, estudia Medicina, y tiene una vida difícil. Intenta ser perfecta en todo: Buena novia, buena estudiante, buena hija. Pero su mundo explota cuando se ahoga en una enfermedad que no quiere ver, cuando su novio Leo empieza a tratarla de f...