Cuando regresó al coche, en lugar de dirigirse hacia su apartamento condujo
hasta la casa de su padre. Un año antes, cuando Mike volvió a casarse, dejó de
trabajar y compró una casa pequeña con un enorme jardín.
Tras aparcar ante la casa, en lugar de dirigirse a la puerta principal fue a la
parte trasera, donde probablemente encontraría a su padre y a su madrastra, Iris.
Efectivamente, Iris estaba sentada bajo una sombrilla, bebiendo té frío,
mientras Mike recogía tomates y otros vegetales en medio de la huerta. Era una
escena idílica y, por algún motivo, irritó a Kendall.
—Qué sorpresa tan agradable —dijo Iris, sonriendo—. Mike, mira quién ha
venido.
Mike Schmidt alzó la mirada y sus rasgos se distendieron en una sonrisa.
—Hola, hijo —salió rápidamente del huerto, dejó la cesta con los tomates en la
mesa y palmeó cariñosamente la espalda de Kendall—. Tratamos de hablar contigo el
jueves por la noche para que vinieras a cenar con nosotros.
—He estado fuera toda la semana por asuntos de negocios —replicó Kendall. Su
padre indicó un asiento y él lo ocupó, sin saber con exactitud qué lo había animado a
hacer aquella espontánea visita.
—¿Te apetece un poco de té frío? —preguntó Iris.
Kendall asintió.
—Sí, gracias.
Cuando Iris entró en la casa, Kendall miró a su padre. Mike Schmidt siempre
había sido un hombre de aspecto distinguido, el pelo cano en las sienes y el físico de
alguien de mucha menos edad.
Vestido con unos vaqueros gastados y una camiseta, aún parecía distinguido, pero
también relajado... y más feliz que nunca. Felicidad... Kendall nunca se había sentido tan
infeliz en su vida como en aquellos momentos.
—Tienes muy buen aspecto, papá. Cada día que te veo pareces más joven.
—La satisfacción es la fuente de la juventud —dijo Mike.
Kendall suspiró.
—No lo sabía.
—¿Problemas?
Kendall asintió, pero no dijo nada al ver que Iris volvía. Mike sonrió a su esposa
mientras les alcanzaba las bebidas y luego volvió a mirar a Kendall.
—¿Cuál es el problema, Kendall? —preguntó Iris. Ella y Mike intercambiaron una
sonriente mirada.
Kendall rió.
—Tal y como os estáis mirando, me siento como si tuviera doce años y acabarais
de pillarme con una revista pornográfica.
Iris y Mike volvieron a mirarse y a sonreír, mientras la irritación de Kendall iba
en aumento.
—No te he visto crecer, pero estoy segura de que nunca fuiste la clase de chico
que necesita revistas pornográficas —dijo Iris, ruborizándose ligeramente.
Kendall sonrió, pero la sonrisa se desvaneció rápidamente de su rostro.
—Mi secretaria va a presentar su renuncia mañana y no sé lo que voy a hacer.
—Contratar a otra —dijo Mike.
—No es tan sencillo —protestó Kendall—. _______ es algo especial.
—En ese caso, puede que necesites un par de intentos antes de conseguir otra
tan adecuada como ella.
Kendall frunció el ceño.
—No, esa no es la cuestión. _______ es realmente especial. Me hace reír y
estimula mi mente. Me tiene a raya y hace que sea mejor persona. No puedo pasarme
sin ella en mi vida.
Iris miró a Kendall con una pequeña sonrisa.
—Pensaba que estábamos hablando de una secretaria.
—Y así es —replicó Kendall.
La sonrisa de Iris se ensanchó.
—No nos habías dicho que estabas enamorado de _______.
—¿Enamorado? Eso es ridículo —protestó Kendall.
—A mí me suena a enamoramiento —dijo Mike.
El corazón de Kendall latió más deprisa al pensar en lo que acababa de decir.
_______. La imagen de su rostro surgió en su mente, la luz dorada de sus ojos, su
preciosa sonrisa, su contagiosa risa...
Pensó en su mente rápida, en su cálida sonrisa, en su expresión cuando le habló
del amor que sentía por su hermano, en el doloroso vacío que había dejado en ella el
abandono de su padre...
La amaba.
Darse cuenta de ello fue algo realmente impactante. De algún modo, durante la
semana anterior se había enamorado de su secretaria. Miró a Iris, y luego a su padre,
anonadado por la revelación de su corazón.
Iris rió.
—Pareces un cervatillo sorprendido por la luces de un coche.
—Tenía que pasar antes o después —dijo Mike, sonriendo—. Enfréntate a ello,
muchacho. Pareces un hombre enamorado.
—Pero... se suponía que esto no tenía que pasar —protestó Kendall. Se suponía que
él no se enamoraba.
De pronto comprendía que ese era el motivo por el que elegía las mujeres con las
que salía... porque con ellas estaba seguro. Sabía instintivamente que no había modo de
que su corazón se implicara con aquellas mujeres bellas pero superficiales que elegía
por compañeras.
—No puedes elegir el momento en que el amor te encuentra —dijo Mike—. Yo
adoraba a tu madre, Kendall, y cuando murió juré que no volvería a entregar mi corazón a
otra mujer. Tenía miedo. No quería volver a sufrir —alargó una mano y tocó la de Iris
en un gesto en el que Kendall vio amor duradero y compromiso—. Entonces apareció Iris
y supe que merecería la pena correr el riesgo de volver a sufrir.
Kendall asintió, pensativo. ¿Era eso lo que él había hecho? Cuando, años atrás,
Sarah le rompió el corazón, ¿tomó inconscientemente la decisión de no volver a
arriesgar su corazón? Probablemente, pensó.
Pero ya no importaba. Estaba enamorado de _______. Podía hacerse a la idea de no
volver a contar con ella como secretaria, pero no podía soportar la idea de pasarse la
vida sin ella.
Miró a su padre y a Iris.
—¿Y qué hago ahora?
Mike sonrió.
—Lánzate. Dile que la amas. Te prometo que el riesgo merece la pena. Y si no
corres el riesgo, te pasarás la vida preguntándote qué habría pasado si lo hubieras
hecho.
Kendall se fue unos minutos después, más confundido de lo que estaba antes de
llegar. Quería a _______. Y ella tenía intención de dejar su trabajo el lunes.
No sabía lo que pensaba de él, si tenía algún pensamiento positivo hacia él. El
primer día de su supuesto matrimonio le había dicho que era egoísta, egocéntrico y
engreído. ¿Seguiría pensando lo mismo?
¿Habría cambiado de opinión sobre él durante aquella semana? Evidentemente
no, pensó, sintiendo una punzada en el corazón. Después de todo, _______ había
decidido abandonarlo en dos semanas.
Mientras conducía hacia su apartamento, decidió lo que debía hacer. Tenía dos
semanas para hacerle cambiar de opinión, dos semanas para lograr que se enamorara
de él.
Y cuando Kendall Schmidt se empeñaba en algo, no se detenía hasta conseguirlo