Capitulo 08

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_______ suspiró, preguntándose si habría alguna mujer capaz de decirle «no» a
aquel hombre. Por sus venas corría el encanto de los picaros, y tenía la sensación de
que podría convencer a cualquier mujer de que el cielo era verde, si se lo proponía.
El interior del establo estaba tenuemente iluminado, y olía a heno, a cuero y a
animales. No era un olor desagradable, aunque era la primera vez que _______ lo
experimentaba.
Kendall la condujo por aquel enorme edificio, mostrándole las casillas de los
caballos, los cajones llenos de grano y los pesebres. _______ se quedó sorprendida ante
su conocimiento de todos los utensilios que contenía el establo.
Tras recorrer la planta inferior, Kendall tiró de una escalera deslizante y subieron al pajar, donde había apilados fardos de heno del suelo al techo.

—Una vez me llevé una buena tunda por haberme escondido en el pajar para
fumar un cigarrillo —dijo Kendall , mientras se sentaba en uno de los fardos—. Tenía ocho años, y mi padre me echó una buena regañina porque podía haber incendiado el establo.

_______ se sentó en el fardo contiguo.
—No sabía que habías crecido en un rancho —le costaba imaginarlo en un lugar
que no fuera la ciudad—. En todo lo que he leído sobre ti no se menciona que te criaras
en un rancho.
—Hay algunas cosas sobre mi vida que no son de dominio público —contestó Kendall 
en tono neutro—.Vivimos en un rancho desde que nací hasta que cumplí quince años. Me
encantaba. No hay mejor forma de pasar la infancia y la adolescencia que al aire libre
y entre animales —sus rasgos se tensaron y la sonrisa desapareció de su rostro cuando
continuó—. Desafortunadamente, a mi padre no se le daba muy bien el trabajo del
rancho. Cuando cumplí quince años, el banco se quedó con la casa y las tierras.
—Oh, qué triste —_______ tuvo que contenerse para no inclinarse hacia él y
consolarlo con una caricia.
Kendall se encogió de hombros, como si la pérdida no le hubiera importado, aunque
_______ sabía que no era así.
—Probablemente fue lo mejor que pudo pasarle a mi padre. Nos fuimos a vivir
con su hermano y se puso a trabajar con este en su tintorería. Al parecer, cayó en el
lugar adecuado en el momento justo, porque dos años después tenían cinco tintorerías
y más dinero del que podían gastar.

A pesar de sus palabras, _______ percibió un dolor oculto en su interior, dolor por
un hogar perdido, por un traslado forzoso. Por primera vez tuvo la sensación de que
había mucho más tras el playboy y el tenaz hombre de negocios que había visto hasta
entonces en su jefe. Había en él un sorprendente punto vulnerable que resultaba a la
vez evocador e inquietante.
Apartó aquella sensación a un lado. No quería pensar en Kendall más que como en su jefe, un hombre que le estaba pagando espléndidamente por hacerse pasar por su esposa. Un hombre que, de no ser por aquello, nunca le habría dedicado una segunda mirada.

Kendall no sabía por qué le había hablado a _______ del rancho. Era algo que nunca le
había dicho a nadie. Se trataba de un episodio doloroso de su vida que lo había
impulsado a tratar de alcanzar el éxito profesional para poder conseguir la clase de
invulnerabilidad que se lograba con el dinero y el poder.

Kendall observó a _______ mientras caminaban, como si fuera a encontrar en ella el
motivo de su atípica revelación.
Tal vez se había debido a que no se parecía nada a las mujeres con las que solía
salir. Menos atractiva y vivaz, carecía del revestimiento de sofisticación de las
mujeres que solían atraerlo. Sin embargo, había algo en ella que lo había hecho abrirse.
Tenía una calidez natural que invitaba a las confesiones.
Resultaba extraño, porque él no era nada dado a las confidencias. Sin duda, no
volvería a suceder.
—En el trayecto hasta aquí hemos hablado de nuestro matrimonio y de nuestra
boda, pero no hemos hablado sobre nuestras aficiones —miró a _______ con
curiosidad—. ¿Qué sueles hacer en tu tiempo libre?
—¿Tiempo libre? —_______ lo miró como si hubiera hablado en otro idioma.
Él sonrió, arrepentido.
—Recuérdame cuando volvamos que no te tenga tantas horas trabajando. Llevo
demasiado tiempo haciéndote trabajar de sol a sol.
—No me importa —dijo _______, sinceramente—. Me gusta trabajar para ti...
cuando haciéndolo aprendo algo sobre el negocio de la publicidad —se detuvieron al
salir del establo—. Es cuando me ocupo de tus asuntos personales cuando tengo la
sensación de estar perdiendo el tiempo —se ruborizó ligeramente—. Preferiría
aprender lo que sabes sobre publicidad que tener que ocuparme de enviar rosas a la
última de tus amantes —el color de sus mejillas se intensificó, como si la palabra
«amante» fuera más que un poco atrevida.
—Las mujeres a las que envío rosas no son siempre mis amantes, _______
—protestó Kendall —. A veces son asociadas profesionales, o amigas, o simplemente mujeres con las que salgo sin que necesariamente me acueste con ellas.

—Claro —replicó _______ en tono irónico.
De repente, Kendall sintió la imperiosa necesidad de que lo creyera.

—Tengo la impresión de que consideras que tengo la moral de un gato callejero, y
eso no es cierto.

_______ tenía el rostro más expresivo que había visto en su vida. Primero mostró
incredulidad y, a continuación, inseguridad y timidez; y mientras Kendall contemplaba el

desfile de aquellos sentimientos, se fijó en que tenía los ojos castaños. No un castaño
ordinario, sino un ámbar dorado que irradiaba una calidez que lo bañó como los rayos
del sol.
Una especie de campanilla desafinada sonó a lo lejos, rompiendo la magia del
momento. Miró hacia la casa y vio a Brody en el porche, haciendo sonar un gran
triángulo metálico.
—Parece que ha llegado la hora de comer —dijo—. Y de volver a ponernos las
máscaras de casados.

Mientras caminaban hacia la casa, Kendall apartó a un lado aquella momentánea necesidad de convencer a _______ de su sólida fibra moral. No le importaba lo que pensara de él. Era eficiente en su trabajo y había aceptado hacerse pasar por su esposa durante una semana. Eso era todo lo que le importaba.


..*..

La cena resultó muy agradable. _______ y Kendall fueron presentados a las otras dos parejas con las que iban a compartir aquella semana. Los primeros en llegar fueron

Trent y Elena Richards, vecinos de los Robinson.
—Trent ha sido mi asesor ranchero desde que llegamos —explicó Brody—.
Trabaja con su cuñado y son famosos en la zona por los pura sangre que crían.
Trent era un hombre corpulento y atractivo, y su esposa Elena era una belleza
morena que lo miraba con auténtica adoración.
Kendall no entendía qué hacían allí. Por su actitud, era evidente que se querían y se
entendían muy bien. Llevaban casados dos años y tenían un bebé de dieciocho meses.
La otra pareja, Stan y Edie Watkins, contaron a los demás que llevaban diez años
casados. Stan trabajaba como director general de la fábrica de galletas de Brody en
Chicago y Eddie hacía sustituciones como maestra. No tenían hijos y, por la expresión
de Eddie cuando lo dijo, aquel tema era doloroso.

Kendall había tratado muy poco con gente casada. Dedicaba casi todo su tiempo al
trabajo, a sus citas o a estar solo. Para él resultaba interesante ver a las otras
parejas, comprobar la comodidad con que los maridos y sus mujeres se relacionaban.
A pesar de todo, siempre había creído que el matrimonio implicaba entregar
partes de uno mismo que nunca se recuperaban. Y él no quería compartir ninguna parte
de sí mismo con nadie. El matrimonio podía estar bien para otros, pero no para él.
Después de comer, las cuatro parejas fueron al cuarto de estar a beber algo.




Se Busca Esposa (Kendall y Tu) TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora